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NEGRITASCamino de Carmona, donde Mateo Gil y su equipo estaban a punto de estrenar Nadie conoce a nadie, el cin¨¦filo descre¨ªdo se confundi¨® de desv¨ªo y tom¨® el de Internet, ese mercado fenicio que est¨¢ en todas partes y en ninguna. En vez del teatro Cerezo, donde Paz Vega compart¨ªa estrellato con Jordi Moll¨¢ y Cr¨ªspulo Cabezas, el descre¨ªdo tropez¨® con un misterioso portal, sobre el que ondeaba un cartel prometedor: La pasi¨®n digital. Abri¨® la puerta, que chirri¨® un pel¨ªn y dej¨® salir una vaharada de olores familiares. Cera e incienso, olisque¨®. Cruz¨® el umbral y, al principio, lo vio todo negro.Cuando se acostumbr¨® a la oscuridad, comenz¨® a percibir el contorno de iconos y utensilios raros. Una corona parpadeante, un crucifijo inm¨®vil, una corneta callada y, sobre una pancarta, un letrero inconfundible que rezaba "Faltan 142 d¨ªas para el Domingo de Ramos" (que cuando esto salga ya ser¨¢n menos). Mientras en el teatro de Carmona, Eduardo Noriega (en la pantalla, un joven escritor) se enredaba en un macabro juego de rol que hac¨ªa saltar por los aires incluso a los santos, el descre¨ªdo encontr¨® una pizarra cibern¨¦tica que le restregaba por las narices que se trataba del visitante n¨²mero 6.494.
Ya en el comercio, decidi¨® seguir husmeando. Se fue a la secci¨®n de discos. Hab¨ªa sonidos sacros comprimidos, pero el dependiente, que no era interactivo -s¨®lo recomienda pero no habla-, le aconsej¨® que para escuchar los tambores con m¨¢s calidad comprase un CD y que se armase de paciencia, si quer¨ªa capturar un fichero. Decidi¨® huir de las ofertas musicales, pero durante su fuga hall¨® un tabl¨®n de corcho, de los que se utilizan para noticias sindicales en algunas empresas o para colgar las ofertas de comida basura en muchas cocinas, que conten¨ªa mensajes poco tranquilizadores: "Cambio de nombre a la calle Jes¨²s Romero por Jes¨²s de las Penas".
El descre¨ªdo, que se llamaba Jes¨²s Romero por casualidad, prefiri¨® ignorarlo como si nada. Pero hab¨ªa m¨¢s: "El presidente de C¨¢ritas da un tir¨®n de orejas a las hermandades". Sinti¨® un calentamiento en el l¨®bulo derecho, como si le escociera, aunque hermandad, hermandad s¨®lo ten¨ªa una que se llamaba Lola. Tembl¨® (glup) s¨®lo de pensar que no podr¨ªa salir nunca de aquel portal digital, el primero del mundo mundial dedicado a barrocas pasiones sobrecogedoras.
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