El clamor y los silencios
PEDRO UGARTE
ETA ha decidido obsequiarnos con las navidades m¨¢s tristes de los ¨²ltimos decenios. Tras el anuncio de la quiebra de la tregua, al menos hay un punto de consenso general: la culpa de toda la violencia que se genere a partir de ahora corresponde a ETA, s¨®lo a ETA. Un atento seguimiento de las declaraciones pol¨ªticas y sociales producidas en los ¨²ltimos d¨ªas lleva a esa constataci¨®n. Siempre hay algo a lo que agarrarse (ese vago consenso en el diagn¨®stico) incluso cuando la esperanza se ha perdido. Nos hab¨ªamos permitido vivir los ¨²ltimos meses "como si ETA no existiera". De pronto, la realidad vuelve a te?irse de negro. No hace falta esperar nuevos atentados para que el des¨¢nimo haya prendido, a pesar de animosas declaraciones en contrario.
La esperanza se ha perdido, pero quiz¨¢s esa aseveraci¨®n no es del todo cierta. Nos hab¨ªamos acostumbrado a vivir con la esperanza y h¨¢bitos tan saludables son dif¨ªciles de extirpar. Esto se puede parecer a una prolongada sequ¨ªa: ETA anuncia nuevos y largos meses bajo un sol de justicia, y nosotros nos veremos obligados a cavar a¨²n m¨¢s hondo, en busca de esperanzas, seguros de que el pozo discurre en estratos cada vez m¨¢s profundos.
Si va a haber alguna diferencia sustancial entre el antes y el despu¨¦s de la tregua ser¨¢ precisamente eso. La sociedad vasca se ha acostumbrado a decir no. Nadie volver¨¢ a acoger con indiferencia un solo atentado. Hay que esperar nuevas mareas de movilizaci¨®n popular, porque eso es lo ¨²nico que est¨¢ en manos de la gente, de la honrada ciudadan¨ªa que hab¨ªa conseguido vivir en unas nuevas condiciones de normalidad pol¨ªtica y social.
La culpa de esta ruptura sigue siendo s¨®lo de ETA, y no se puede interpretar de otra manera desde quienes, por principio, descalificamos la violencia como medio de actuaci¨®n pol¨ªtica. En estas circunstancias, los an¨¢lisis que propicien el inter¨¦s partidario son gratuitos. Si la movilizaci¨®n popular se pretende que sea multitudinaria, como supo serlo en los d¨ªas de Ermua, habr¨¢ que esperar tambi¨¦n por parte de los partidos pol¨ªticos el m¨¢s exquisito respeto a ese car¨¢cter social y un¨¢nime del clamor popular.
No tendr¨ªa sentido repetir la indigna utilizaci¨®n pol¨ªtica que se produjo de la movilizaci¨®n ciudadana que sigui¨® al secuestro y al brutal asesinato de Miguel ?ngel Blanco, ni confundir el clamor condenatorio en contra de ETA con el incondicional apoyo a la pol¨ªtica del Ministerio del Interior. El intento de patrimonializar pol¨ªticamente los sentimientos populares produce malas vibraciones y es preciso, tambi¨¦n en este punto, recordar los errores del pasado. La trayectoria de ETA, pero tambi¨¦n la propia maduraci¨®n democr¨¢tica de nuestra sociedad, permiten garantizar que la gente, las personas, tienen muy clara la calificaci¨®n ¨¦tica y pol¨ªtica que les merece una organizaci¨®n terrorista que carga a sus espaldas asesinatos, secuestros y extorsi¨®n. Y la sociedad vasca tiene el derecho de contestarla sin intermediaciones pol¨ªticas, con la misma naturalidad con que supo hacerlo antes de la tregua: con civilizada contundencia, con altura moral, con absoluta concordancia entre vascos de conciencia nacional vasca y vascos de conciencia nacional espa?ola.
Los ciudadanos y ciudadanas de este pa¨ªs, hartos de sangre y de violencia, dieron en fechas no muy lejanas una respuesta formidable, y todos estar¨ªamos dispuestos a darla de nuevo. Para eso es necesario por parte de los partidos una especial modestia en esos momentos concretos, singulares, en que la voz corresponde a la sociedad y no a los servicios de prensa, ni a las ejecutivas, ni a los dirigentes de las formaciones pol¨ªticas. Estar¨ªa bien que extraj¨¦ramos de nuestra historia reciente algunas ense?anzas: entre otras, la certidumbre de que a veces la palabra corresponde al pueblo, a la gente que se echa a la calle, y que en esas contadas ocasiones un modesto silencio es el mejor tributo que pueden ofrecer los partidos pol¨ªticos al pueblo por el que trabajan.
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