Seattle
E. CERD?N TATO
Sobre los escombros del segundo milenio, entre humo, carreras y gritos, el libre comercio ha izado la bandera planetaria de la OMC, bordada en p¨²rpura: Nada est¨¢ a la vista, todo est¨¢ a la venta. En los escaparates transoce¨¢nicos, se despachan joyas, manitas de cerdo, peleter¨ªa fina, deportivos a tanto el metro, v¨ªrgenes de menta, cosechas de trigo, misiles puerta a puerta. El pa¨ªs, la aldea, el huerto, se exhiben en la vitrina de los caprichos arqueol¨®gicos. El mundo es un inmenso escaparate; y Seattle la confusa met¨¢fora de la nueva era. Por los mismos caminos que se patearon los visionarios de la fiebre del oro, hace siglo y medio, llegan fabricantes, exportadores, directores de empresa, jefes de gobierno, economistas de jactancia que dise?an el futuro, para cuantos puedan registr¨¢rselo. Y de golpe, la refriega callejera los obliga a refugiarse en sus fastuosos hoteles o en sus mansiones, mientras el poder azuza a los agentes de c¨®mic, contra una fauna urbana, tierna y creativa: ?Abajo Babilonia! All¨ª, el amante secreto de la tortuga, el top¨®grafo de la utop¨ªa, el sindicalista que denuncia la explotaci¨®n de la inocencia, el que se la juega por los delfines, el insumiso del puchero transg¨¦nico, el rebelde abrazado a la causa de las mariposas, el guardi¨¢n del ozono, el l¨ªrico predicador de Saint-Simon y Owen: es el caos entre el toque de queda y el estilo grunge de la banda Pearl Jam, censada en Seattle, como Boeing o Microsoft. La Ronda del Milenio genera un proceso de violencia: mantea y abate los recursos de los pueblos sometidos. Y el libre mercado consagra la riqueza. Mundializado el capital, y una vez resuelto, el conflicto de intereses entre los bloques econ¨®micos, descubrir¨¢n otro Nuevo Mundo y lo mundializar¨¢n a la fuerza, no con la cruz y la espada, sino con el evangelio de la mercanc¨ªa y ese pensamiento reverente de los intelectuales al servicio de la industria del tocino. La OMC es la gloria; y Marx, s¨®lo un extra?o que va de paso.
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