Bajo la hegemon¨ªa de ETA
A veces, los pol¨ªticos se creen sus propias mentiras y act¨²an en consecuencia. Tanto han repetido Arzalluz y Egibar que la violencia de ETA beneficiaba al Gobierno y a los partidos no nacionalistas que acabaron por creerse que, sin cr¨ªmenes, el PP y el PSOE se hundir¨ªan y el Gobierno se ver¨ªa obligado a moverse en la direcci¨®n por ellos deseada. Esa convicci¨®n explica que los nacionalistas aceptaran todas las condiciones impuestas por ETA para declarar el cese indefinido de la violencia.En agosto de 1998, PNV, EA y ETA firmaron un acuerdo por el que los dos primeros se compromet¨ªan a "dar pasos decisivos para crear una instituci¨®n con una estructura ¨²nica y soberana, que acoja en su ser a Vizcaya, Guip¨²zcoa, ?lava, Navarra, Lapurdi y Zuberoa". Como en ese proceso no pod¨ªan acompa?arles los partidos constitucionalistas, PNV y EA se compromet¨ªan tambi¨¦n a "abandonar los acuerdos que les unen a los partidos que tienen como objetivo la destrucci¨®n del Pa¨ªs Vasco (PP y PSOE)". ETA adoptaba, por su parte, el compromiso de declarar un alto el fuego indefinido, aunque se hac¨ªa reconocer por sus nuevos socios el derecho de abastecimiento para mantener a punto su maquinaria.
Este acuerdo secreto es la matriz en la que se ha engendrado la pol¨ªtica nacionalista de los ¨²ltimos 14 meses. De ¨¦l naci¨® a los pocos d¨ªas el pacto de Lizarra y el anuncio de la tregua indefinida; de ¨¦l surgi¨® tambi¨¦n lo que los nacionalistas percibieron como la gran oleada de ilusi¨®n y esperanza del pueblo vasco que acabar¨ªa por arrastrar a los partidos constitucionalistas al basurero de la historia. Se insisti¨® entonces, con elecciones a la vista, en la dificultad insuperable que entra?ar¨ªa para ETA volver a matar: lo indefinido se present¨® como definitivo, pues nada podr¨ªa justificar, tras el desestimiento, empu?ar las armas de nuevo. PNV y EA se aprestaron a recoger la cosecha de tanta ilusi¨®n sembrada: art¨ªfices de la paz, dieron por supuesto que el pueblo les votar¨ªa en masa.
Los ciudadanos vascos demostraron, por el contrario, que sus comportamientos electorales no eran vol¨¢tiles, que pose¨ªan la densidad de las opciones tomadas en circunstancias adversas: los partidos acusados de trabajar por la destrucci¨®n de Euskadi recogieron el 45% de los votos. No todo estaba perdido, sin embargo, pues las municipales aguardaban a la vuelta de la esquina. Mientras tanto, ETA se daba por satisfecha con la creaci¨®n de la primera instituci¨®n nacional vasca, la asamblea de electos municipales, con la ruptura de todas las relaciones entre PNV y partidos constitucionalistas y con el acuerdo de legislatura alcanzado por el PNV y EH.
Pero con las municipales de junio la enso?aci¨®n nacionalista se convirti¨® en una pesadilla. PNV y EA retrocedieron y EH no mejor¨® los resultados de octubre. Ese fue el momento en que ETA decret¨® que el proceso ol¨ªa a podrido, que EH se dejaba adormecer por el opio electoralista y que el PNV no cumpl¨ªa sus compromisos. En efecto, con la mitad de la poblaci¨®n vuelta de espaldas a los nacionalistas, era disparatado iniciar los trabajos para convocar elecciones a un parlamento panvasco seg¨²n lo acordado en agosto del 98. Con buen criterio, el PNV reivindic¨® entonces su autonom¨ªa para decidir modos y ritmos en el proceso de construcci¨®n del "sujeto nacional".
A la vista de tanta indecisi¨®n, ETA ha cortado por lo sano: volver¨¢ a "hacer las actividades". Era de esperar. Lo que cuesta m¨¢s trabajo comprender es la ¨²ltima respuesta del PNV: tras repetir su vana ret¨®rica de que ETA no es qui¨¦n para condicionar el proceso, insiste en cumplir su parte del pacto -construir el sujeto nacional con exclusi¨®n de los constitucionalistas- pasando por alto que ETA ha roto la suya -no matar- . No ten¨ªa el PNV mejor forma de mostrar a las claras que ETA ha conquistado la posici¨®n hegem¨®nica en la pol¨ªtica nacionalista: se har¨¢ lo que ella quiere tal como ella quiere, o sea, Lizarra m¨¢s la amenaza del tiro en la nuca.
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