Meteoros
Los asesinos pueden premeditar una muerte con gran frialdad y realizarla con absoluta perfecci¨®n pero a la hora de sepultar a la v¨ªctima suelen exhibir una torpeza inaudita. Luego vienen las lluvias y los muertos sacan del fondo de la tierra una mano crispada pidiendo auxilio a los mieleros o cazadores que transitan por esos escarpados barrancos donde han sido cavadas las fosas apresuradamente. Nadie sabe el n¨²mero de cad¨¢veres mal enterrados que habr¨¢ en este solar patrio. Imagino el espanto que sentir¨¢n algunos criminales cuando oigan caer de noche un furioso aguacero o la angustia que producir¨¢ en ellos la larga sequ¨ªa que aflora en los pantanos agotados las calaveras y pistolas reclamadas por los jueces. La justicia es tan lenta y meteorol¨®gica como la naturaleza. Mientras en Espa?a suenan villancicos de paz y en las tiendas de comestibles durante estas fiestas los chorizos se presentan adornados con lazos de plata la Audiencia Nacional est¨¢ juzgando a unos guardias civiles por un crimen de Estado. Puede que sea muy siniestro pasar la Navidad y despedir el milenio entre los macabros pormenores de la tortura y asesinato patri¨®tico de dos terroristas a quienes in¨²tilmente se quiso diluir en cal viva, pero este es un pa¨ªs duro capaz de compaginar el mazap¨¢n con la visi¨®n de unos cad¨¢veres calcinados. De este episodio nacional a uno le humillan tres cosas: ver a un acosado general de la guardia civil faj¨¢ndose con Dios, con la patria y el honor s¨®lo para escurrir el bulto, comprobar la hipocres¨ªa de unos pol¨ªticos de la derecha que hoy se escandalizan de unos horrendos cr¨ªmenes que entonces en secreto aplaudieron, saber que un gobierno socialista acept¨® y tom¨® como suya la vieja cloaca del Ministerio del Interior e hizo de sus fondos cegados motivo de enriquecimiento. Pero con ser esto algo terrible nada se puede comparar con esa justicia misteriosa de la naturaleza que sabe llover a tiempo para que los cad¨¢veres saquen la mano cuando por los barrancos inasequibles pasan los mieleros con sus colmenas o con esa lentitud insobornable de la sequ¨ªa que por fin hace brillar la pistola en la ribera del pantano. Los s¨®tanos del juzgado son tambi¨¦n naturaleza. Cuando el procesado cree que su crimen va a prescribir de pronto un viento levanta mil legajos y por debajo de ellos un cad¨¢ver olvidado saca el brazo como pidi¨¦ndole al magistrado fuego para su cigarrillo.
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