Longoria recupera su sonrisa
Si el paseante administra su curiosidad y avanza despacio por la acera de la madrile?a calle de Fernando VI, en su confluencia con la de Pelayo su mirada descubrir¨¢ s¨²bitamente el palacio de Longoria. Es un edificio extra?o y fascinante. Extra?o por su caprichosa planta esquinada, sin nada que ver con la de la compacta urdimbre de casas de fachadas chatas que pretenden sofocarlo. Fascinante, por la ornamentaci¨®n de ninfas, florones y acantos que lamen sus muros color siena y que tapizan su tambi¨¦n fabuloso interior de escaleras b¨ªfidas, vidrieras pol¨ªcromas y lucernarios emplomados.El rigor de los acad¨¦micos de San Fernando impidi¨®, a primeros de siglo, la proliferaci¨®n en Madrid de edificios como ¨¦ste, en el que planta y fachada asemejan el palacio a un hito surgido de frondosos sue?os en medio de la grisura del centro de la ciudad. En este d¨¦dalo, el edificio erigido por Jos¨¦ Grases i Riera en 1905, hoy sede de la Sociedad General de Autores, se yergue luminoso y atrevido como un gui?o c¨®mplice dirigido al paseante para ayudarle a combatir la rutina del paisaje urbano. Y ah¨ª sobrevive. Es el principal emblema del modernismo en Madrid.
Fue mandado levantar por un pr¨®cer viajero tras haberse deleitado del capricho de esta arquitectura decorada, en Barcelona, Bruselas, Par¨ªs y Viena. Trat¨® de evocarla en su palacete madrile?o, del que fue propietario hasta 1912. Posteriormente, pasar¨ªa a manos de la Compa?¨ªa Dental Espa?ola. En 1950 lo adquiri¨® la asociaci¨®n de creadores art¨ªsticos espa?oles. Entretanto, el palacio sufri¨® reformas desastrosas.
En su construcci¨®n fue empleado un tipo de piedra artificial penetrada por hierro, de gran resistencia pero de peligrosa porosidad: toda una bomba de relojer¨ªa. El agua y la intemperie oxidaron el hierro desbocadamente; la piedra estall¨® en a?icos. En su interior, la desidia y la confusi¨®n de algunos de sus due?os quebraron el ritmo de su gr¨¢cil circulaci¨®n interna y sepultaron todo el palacio en una languidez que estuvo a punto de eclipsar, para siempre, su belleza.
Para conseguir el milagro de su supervivencia, el arquitecto madrile?o Santiago Fajardo, de 54 a?os, creador de la Escuela de Restauraci¨®n de Toledo, fue encargado de su rehabilitaci¨®n en 1990. Ayer la explic¨® p¨²blicamente: estudi¨® su construcci¨®n hasta el detalle m¨¢s nimio; acopi¨® documentos y planos en 12 archivos distintos; descubri¨® la naturaleza de los materiales de sus muros y estucados, con la ayuda de tres laboratorios. Consumi¨® tres a?os en averiguar el lenguaje misterioso que la apuesta modernista de Grases i Reira comparti¨® con ninfas, gnomos, florones y forjados. A partir de enero de 1992 y hasta mayo del a?o siguiente, Fajardo emprendi¨® una acci¨®n de choque. Con dos aparejadores y un equipo de artesanos, consolid¨® todas las fachadas. Combati¨® las enfermedades que aquejaban a sus paramentos. Recuper¨® su tonalidad crom¨¢tica original. Erradic¨® las consolas de aire acondicionado que afeaban sus ventanas. Demoli¨® los cuerpos incrustados en obras anteriores. Y restableci¨® la armoniosa circulaci¨®n y la luz y la decoraci¨®n de sus espacios interiores. El palacio brinda de nuevo al paseante su mejor sonrisa.
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