El lodo sepulta 30.000 vidas en Venezuela
ENVIADO ESPECIALLa devastaci¨®n observada en las poblaciones del litoral venezolano sepultadas por las avalanchas de lodo, troncos y piedras m¨¢s terribles de su siglo se exhibe m¨¢s horrorosa conforme los socorristas desentierran cad¨¢veres. Probablemente el obituario final triplicar¨¢ la mortandad causada el pasado a?o por el hurac¨¢n Mitch en Am¨¦rica Central. Portavoces oficiales, entre ellos el general ?ngel Rangel, director de Protecci¨®n Civil, calculan que el n¨²mero de muertos puede llegar a 30.000, una cifra orientativa ante la imposibilidad de un conteo preciso de cuerpos.
Cerca de 9.000 personas perdieron la vida durante las crecidas posteriores a los vendavales y precipitaciones pluviales que arruinaron Honduras y postraron a Nicaragua y El Salvador. A Venezuela el fango la ha dejado sin resuello.La magnitud num¨¦rica de un desastre que afect¨® por igual a ricos y pobres tardar¨¢ en conocerse, pero la sola contemplaci¨®n de las manos y piernas que aun sobresalen del lodo, o las kilom¨¦tricas colas de venezolanos que al paso de los veh¨ªculos de la prensa y de los organismos asistenciales piden auxilio, ilustran sobre sus monumentales proporciones
Los yates de los venezolanos con casa de fin de semana en enclaves tur¨ªsticos del litoral, las tiendas de moda, los restaurantes de lujo, los hoteles donde descasaban las tripulaciones de aerol¨ªneas comerciales, sufrieron la misma suerte que las chabolas cercanas, o las barriadas marginales construidas en los cerros que, desde la Guaira, encaminan hacia Caracas. Todo fue destruido, y las edificaciones que quedaron en pie no ser¨¢n habitables durante mucho tiempo.
"No hay guerra de cifras", se?al¨® Rangel. "Todo gobierno serio debe dar ¨²nicamente como muertos legalmente aquellos que han sido identificados. Las estimaciones son otra cosa".
Las estimaciones superan con creces los 10.000 muertos porque all¨ª donde van los funcionarios encargados de redactarlas encuentran motivos para sumar enteros. "Esto es infinito y no se sabe cu¨¢ntos sepultados hay", admiti¨® el ministro de Relaciones Exteriores, Jos¨¦ Vicente Rangel. "Estoy hasta la coronilla con las cifras".
Colmados est¨¢n tambi¨¦n, por formar parte de ellas dolorosamente, las decenas de miles de compatriotas alojados en albergues de todo tipo, viajeros hacia ninguna parte por carreteras o trochas envenenadas por la pestilencia de la muerte, deprimidos hasta el aturdimiento, necesitados de psiquiatras.
"La situaci¨®n est¨¢ m¨¢s controlada. Hemos rescatado a 112.000 sobrevivientes de Vargas, pues respetamos el deseo de quienes no quieren dejar sus casas", declar¨® el ministro de Defensa, el general Ra¨²l Salazar.
La resurrecci¨®n tardar¨¢ en llegar. Aproximadamente 400.000 personas habitaban Vargas, un peque?o Estado situado entre las faldas del ?vila y las playas del mar Caribe. Ya no existe como tal: 336.935 de sus pobladores sufrieron el rigor de los derrumbes. El agua satur¨® los suelos y fue quedando represada en las alturas de unas estribaciones con picos de 2.500 metros. Vecinos aterrorizados por la irrupci¨®n de olas de doce metros de barro confesaron haber pedido la absoluci¨®n al cura m¨¢s cercano, y ancianas de 74 a?os corrieron como gamos. "Cuando vi aquello me olvid¨¦ de que era una vieja", declaraba Blanca Rosa Giraldo.
No es f¨¢cil determinar el n¨²mero de v¨ªctimas fatales porque las barreras de lodo formaron bloques inmensos en calles, garajes y plantas bajas. Es previsible que escondan a miles de personas buscadas todav¨ªa por sus familiares.
El general Charles Wilheim, jefe del Comando Sur de EEUU, sobrevol¨® la cornisa de la tragedia y se declar¨® "estremecido". Los cielos, mares y carreteras disponibles del norte venezolano son cruzados en una y otra direcci¨®n, incesantemente, por flotas de aviones, helic¨®pteros, fragatas, autobuses, coches, o motos.
El ruido de las m¨¢quinas excavadoras y los gritos de quienes piden pan se confunden. A veces, alguien dice que va a llover y regresa el p¨¢nico entre los m¨¢s asustados. Otros lamentan su suerte o denuncian el comportamiento de quienes deben procurar que mejore. "Los soldados se dedican a cortejar a las damnificadas y a las voluntarias", se queja Juan Michelangeli, en el campamento La Allanada.
Otros, sin entra?as, se dedican a burlas macabras. El moribundo Luis Landaeta, el venezolano sepultado en vida, que pidi¨® socorro a una emisora de radio desde el m¨®vil de un muerto, la v¨ªctima que conmovi¨® al pa¨ªs, nunca existi¨®. Fue una farsa que moviliz¨® a los mejores equipos de rescate, a los perros mexicanos y hasta el propio jefe de Gobierno, Hugo Ch¨¢vez.
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