Gracias
Los tiranos parecen ogros, pero son ben¨¦volos. Los tiranos salvan a los s¨²bditos de una vida sin altura de miras, sin ideales, una vida miserable y pegada a la tierra. La bondad del tirano la resume William Blake con un s¨®lo verso, "el gusano bendice el arado que lo parte". El s¨²bdito vendice al tirano que lo mata, porque en el momento mismo de ser ejecutado al s¨²bdito se le aparecen las altas razones del tirano y en el instante postrero comprende lo augusto, lo mir¨ªfico. Con menor concisi¨®n pero igual exactitud lo describe Manganelli: la presa que vuela a inmensa altura en las garras del ¨¢guila, o clavada en su pico, percibe un espacio colosal y siente un v¨¦rtigo exquisito que nunca pudo imaginar. Entonces bendice a su verdugo porque le ha concedido el don de la altura de miras. La bondad del tirano tiene su modelo en la bondad de Dios, el Ser que dar¨¢ a conocer universos de eterna luz y silencios ext¨¢ticos a los mortales, esos gusanos de tierra incapaces de concebir la Gloria del Padre si no es mediante la muerte. El creyente bendice la muerte.Muchos mortales querr¨ªan verse libres de tan apote¨®sico destino, pero no pueden porque lo cierto es que el tirano, como todos los dioses, s¨®lo habita en el cerebro de sus so?adores, de sus ejecutores, de los cl¨¦rigos, de los fieles. Hay una falange de mortales altamente incomprensible que se pone al servicio de Dios y del tirano, con el fin de doblegar a sus semejantes para que bendigan el arado que los parte, el ¨¢guila que los desgarra, la mano que los ejecuta, la historia que los juzga.
As¨ª, ahora, Arzalluz, persuadido por HB de que la Patria partida por dos y desgarrada es, sin embargo (o gracias a ello) doblemente patria, ya que sin el sacrificio, la muerte, el desgarro y la elevaci¨®n que trae consigo la pena m¨¢xima, nadie creer¨ªa ni en la Patria ni en Dios. Y tampoco ¨¦l, su m¨¢s humilde siervo, podr¨ªa ser un enviado y elegido por la Altura para elevar a los ciegos y miserables terrestres, esos gusanos que no conciben grandes ideas, ocupados como est¨¢n en comerciar y entretenerse. Entonces, aterrado de perder tambi¨¦n ¨¦l la fe y el destino, da un paso al frente y se convierte en la mano que conduce el arado, en la garra del ¨¢guila, en el dedo que acaricia el gatillo, en el ben¨¦fico brazo de Dios.
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