HORAS GANADAS La catedral de hielo RAFAEL ARGULLOL
Sucede con frecuencia que algunas im¨¢genes perdidas en el desv¨¢n de la memoria irrumpen de repente, sin que estemos en condiciones de prever su aparici¨®n. Un indescifrable juego de asociaciones, aparentemente ca¨®tico por demasiado libre, une el presente con el futuro y con el pasado otorgando una secreta coherencia a lo que, sin ¨¦l, se nos muestra inconexo e incoherente. Una red invisible de caminos atraviesa nuestra experiencia de las cosas de modo que, aunque sea cierto que todo conocimiento constituye una novedad, desde otro ¨¢ngulo cada conocimiento es asimismo un recuerdo.En la vida adulta, nuestra mirada, crecientemente anal¨ªtica y esc¨¦ptica, tiende a fomentar el olvido; pero una parte decisiva de nuestra conciencia se halla anclada en oscuros fondos m¨ªticos creados, la mayor¨ªa, con la electrizante imaginaci¨®n de los a?os infantiles y adolescentes. La iluminaci¨®n se produce cuando una imagen, una figura, un cuadro, nos conduce a bucear hacia aquellos fondos, rescatando tesoros que hab¨ªamos olvidado o desconoc¨ªamos por completo.
El universo simb¨®lico concebido durante la infancia es tan poderoso que acompa?a continuamente a los otros universos que descubrimos con posterioridad. Tambi¨¦n los determina: inconscientemente, nuestra visi¨®n actual es deudora de todas aquellas visiones remotamente labradas por una curiosidad todav¨ªa inexperta pero de poder¨ªo ¨²nico. En aquel desierto se hallan todos nuestros posteriores desiertos; en aquellas monta?as se concentran ya las sombras de todos las monta?as que hayamos visto con posterioridad; y nuestros mares adultos depender¨¢n siempre de aquel otro mar que nos marc¨® para siempre. La aventura m¨¢s feliz es el reencuentro.
El s¨²bito retorno de un mito infantil entra?a una cierta confirmaci¨®n de la armon¨ªa que subyace al caos del tiempo. O eso me pareci¨® hace unos d¨ªas al contemplar en una exposici¨®n (Cosmos, en el Centro de Cultura Contempor¨¢nea de Barcelona) un peculiar vestido procedente del noreste de Siberia. Seg¨²n rezaba el r¨®tulo, era un "abrigo de Koryak, anterior a 1901" y correspond¨ªa a un cham¨¢n de la estepa septentrional siberiana. En la informaci¨®n se a?ad¨ªa que el abrigo llevaba incorporado el paisaje m¨ªstico del cielo, detall¨¢ndose la distribuci¨®n de aquel maravilloso mapa celeste.
Ni por un segundo dud¨¦ de que me encontraba ante el testimonio de uno de los hombres vestidos con el firmamento que conformaban una regi¨®n esencial de aquella lejana geograf¨ªa simb¨®lica de la infancia construida a golpe de historias contadas o le¨ªdas: m¨¢s exactamente de la regi¨®n polar o helada que, en aquellos trotes de la fantas¨ªa, conviv¨ªa con oc¨¦anos, selvas o desiertos. Como para muchos otros ni?os de la misma ¨¦poca, en esa regi¨®n se multiplicaban las huellas del Yeti, el sensacional y abominable hombre de las nieves, los mamuts revividos, los apocal¨ªpticos icebergs hundidores de barcos y los misteriosos esquimales con sus igl¨²s y sus extravagantes costumbres.
Pero hab¨ªa dos elementos de este mundo que ejerc¨ªan sobre m¨ª una fascinaci¨®n especial. El primero de ellos era esos hombres vestidos de firmamento -as¨ª, con esa expresi¨®n, deb¨ª de leerlo en alg¨²n libro de t¨ªtulo ya perdido- que habitaban en los grandes bosques del norte de Asia. Los imaginaba, con todo el cielo encima, tendidos en medio de la noche, mientras, una a una, las estrellas se iban posando en su vestido. No sab¨ªa si eran brujos o chamanes, pero s¨ª que ten¨ªan un poder excepcional puesto que pod¨ªan convocar de aquella manera al cielo.
Y, a pesar de todo, los hab¨ªa olvidado por completo. Pese a su enorme importancia original permanec¨ªan totalmente relegados a alg¨²n polvoriento rinc¨®n de la memoria. Iluminados de nuevo ahora, gracias al "abrigo de Koryak", los hombres vestidos con el firmamento me conduc¨ªan al segundo de los protagonistas especialmente fascinantes de aquella regi¨®n, a la aut¨¦ntica joya de aquel mundo: la catedral de hielo.
Nunca sabr¨¦, creo, de d¨®nde brot¨® esta imagen, o quiz¨¢ esta idea, pero la silueta de la catedral helada me sigui¨® durante un largo periodo de tiempo. Desvanecida luego, como todo lo dem¨¢s, su rescate se produjo a trav¨¦s de la pintura: cuando contempl¨¦ por primera vez El mar de hielo de Caspar David Friedrich supe que aqu¨¦lla era la catedral de entonces, cumpli¨¦ndose una vez m¨¢s la fuerza sutil del arte para anticipar acontecimientos y rescatar sue?os.
C¨®mo pudo introducirse el paisaje de Friedrich en aquella cristalina catedral de los sue?os infantiles es algo a lo que no puedo responder. Al igual que la p¨¦rdida y recuperaci¨®n de los hombres vestidos con el firmamento, es uno de esos enigmas dichosos que nos recompensan con su luz.
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