LA CR?NICA Pero ?d¨®nde est¨¢n los viudos? MERCEDES ABAD
?ltimamente el asunto de la viudedad literaria de alto standing me tiene obsesionada. No es extra?o, claro, porque basta poner las patitas en alg¨²n fiestorro literario para descubrir que, hoy por hoy, nada hay en materia de tema de conversaci¨®n que tenga m¨¢s tir¨®n popular y resulte m¨¢s palpitantemente emocionante que la viudedad de alto copete. A decir de los expertos, en Espa?a hay una gran tradici¨®n de viudas con un excelente nivel de formaci¨®n, mujeres bien preparadas que desempe?an su cometido sin dejarse turbar lo m¨¢s m¨ªnimo por la inquebrantable adhesi¨®n que suscitan en la opini¨®n p¨²blica. Sin olvidar tampoco a las viudables, es decir, las futuribles de la viudedad, esposas hoy y viudas de pr¨®xima aparici¨®n en sus pantallas que sin duda nos reservan fascinantes sorpresas para el d¨ªa de ma?ana.Sin embargo, lamento decir que, a lo largo de todas esas edificantes conversaciones, no he o¨ªdo mencionar a ning¨²n viudo var¨®n ni, mucho menos, a varones viudables que ahora mismo se est¨¦n adiestrando en el admirable arte de la viudedad. ?C¨®mo es eso? ?D¨®nde est¨¢n nuestros futuros viudos?, me pregunto seriamente alarmada por mi porvenir y el de mis amigas literatas. ?Es que, cuando estemos chochas perdidas e imperiosamente necesitadas de un secreto particular, las mujeres de letras no tendremos derecho a gozar de los servicios de alg¨²n jovencito que nos r¨ªa todas las gracias y nos mantenga la casa limpia, con comida caliente cada d¨ªa, a cambio de desplumar a nuestros consternados herederos? Pues menuda injusticia.
?Acaso no se llenan la boca algunos cr¨ªticos diciendo que las escritoras vendemos m¨¢s que nuestros colegas masculinos por el mero hecho de ser mujeres? Si eso fuera cierto, si la mujerilidad se las ingeniara mejor que la masculinidad a la hora de generar royalties, en este preciso instante deber¨ªamos tener una lista de espera de noviables que r¨ªete t¨² de la que se forma en el Verdi el d¨ªa del espectador. Y seguro que a alguien se le habr¨ªa ocurrido fundar una escuela para adiestrar a los futuros viudos encargados de venir a rascarnos la barbilla y alegrarnos la vejestuz con sus excelentes prestaciones y su giovanile ardore. Y, sin embargo ya ven: por mucho que me esfuerzo, no consigo avizorar ni un solo viudo o viudable en el deprimente horizonte. Qu¨¦ asco de vida.
En Francia, en cambio, que siempre nos ha llevado una delantera de d¨¦cadas, ha habido y hay viudos admirables, ejemplares. Est¨¢, por ejemplo, Theo Sarapo, que alegr¨® los ¨²ltimos a?os a Edith Piaf y hered¨® los derechos de sus canciones, para esc¨¢ndalo y frustraci¨®n de los allegados de la cantante, que se quedaron sin su parte de la tarta royalti, esa gran levadura, infalible a la hora de levantar afectos. Por no hablar del caso m¨¢s reciente de Yann Andr¨¦a, que le ofreci¨® a Marguerite Duras una admiraci¨®n tan incondicional como ilimitada y que ahora acaba de conmocionar los ¨ªndices de venta de la douce France con una novela en la que narra su relaci¨®n con la escritora (de pr¨®xima publicaci¨®n en Tusquets Editores en oto?o del 2000).
Con todos estos pensamientos masaje¨¢ndome vigorosamente las neuronas, acud¨ª hace unos d¨ªas a la secci¨®n de maternidad de una cl¨ªnica donde una amiga m¨ªa acababa de parir. Y, de pronto, mientras contemplaba a los reci¨¦n nacidos desde el otro lado de los cristales de la nursery me descubr¨ª pregunt¨¢ndome cu¨¢ntos de esos varoncitos que dorm¨ªan a pierna suelta tras iniciarse en el arte de la lactancia -?hola, Marc! ?¨¢nimo, Lluch!- estar¨ªan ya so?ando en echarles mano a los derechos de autor de Almudena Grandes, de Maruja Torres, de Cristina Fern¨¢ndez Cubas, de Flavia Company o -y esto lo pens¨¦ con un ¨ªntimo estremecimiento de placer- en los m¨ªos propios. Comprend¨ª, con el coraz¨®n palpitando en mi pecho como un badajo enloquecido, que acababa de dar con la respuesta a la pregunta de ?d¨®nde est¨¢n nuestros futuros viudos? ?En la maternidad! ?Eureka! ?Est¨¢n naciendo ahora! He ah¨ª a la generaci¨®n de la esperanza, los b¨¢culos de nuestra vejez, los futuros mocetones que con sus viudedades nos equiparar¨¢n al fin, cuando la chochez ataque, con nuestros colegas masculinos. Y con las listorras de las francesas, ?no te fastidia?
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