Dos d¨ªas sepultado vivo
Alberto Salas, de 40 a?os, vivi¨® tr¨¢gicamente la cat¨¢strofe. Quebrado, deambula por el centro de acogida instalado en los aparcamientos de la Universidad Central de Venezuela. A veces quiere morirse, otras pide una pastilla para estarlo durante horas. Narra la p¨¦rdida de sus dos hijas, de diez y cinco a?os.Artesano de tablas de surfing y lanchas de fibra de pl¨¢stico, el d¨ªa de autos escuch¨® rugir a la naturaleza en su casa del litoral, en Tanaguarena. Sali¨® para identificar su procedencia y fue sorprendido por una avalancha de rocas, piedras, palos y coches que sepult¨® su vivienda, y a sus dos hijas, a una velocidad de 500 kil¨®metros por hora. "No pude socorrerlas", se duele Salas, nacido en Puerto Rico, nacionalizado venezolano, y solo en la vida. "Mi esposa me abandon¨® y yo hice de padre y madre. La mitad de m¨ª est¨¢ muerta. No s¨¦ qu¨¦ hacer con mi vida".
Arrastrado por el caudal, Salas pudo introducirse en el interior de un tubo de cemento, en vertiginoso descenso hacia uno de los malecones del mar Caribe. En ¨¦l qued¨® atrapado, cubierto de troncos y barro. Un palo desvi¨® una corriente de agua que le ahogaba. Destap¨® boca y nariz y pudo respirar, y aterrorizarse, durante dos d¨ªas y medio. "All¨ª estaba sin poder moverme, viendo pasar cad¨¢veres, pensando en mi muerte y en la de mis dos hijas". El d¨ªa de su salvaci¨®n escuch¨® el ruido de un helic¨®ptero y voces en ingles: "?Help, help!, ?auxilio, auxilio!", grit¨® como pudo. Aparentemente nadie las hab¨ªa o¨ªdo. Despu¨¦s oy¨® unas pisadas. Eran botas militares. Alarg¨® la mano libre hasta agarrar una de ellas. Pertenec¨ªa a un infante de marina norteamericano, que dio un salto atr¨¢s del susto. "Take it easy, take it ease (tranquilo)", le grit¨®. Un cable de acero del helic¨®ptero levant¨® los troncos y Alberto Salas volvi¨® a la vida. No tiene muchas ganas de vivirla.
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