?Patriotismo de barrio?
Es casi un lugar com¨²n hablar de mundializaci¨®n al empezar cualquier reflexi¨®n en estos d¨ªas (casi tanto como referirse al cambio de siglo o de milenio). No es extra?o que en ese panorama surjan algunas voces cuyo simplismo les lleva a recomendar acudir al psicoanalista a quienes pretenden reforzar su personalidad espec¨ªfica, o voces m¨¢s sensatas que reclaman menos ataduras identitarias y m¨¢s humanismo cosmopolita. "El accidente de d¨®nde se ha nacido no es m¨¢s que eso, un accidente. Una vez admitido esto, no deber¨ªamos permitir que diferencias de nacionalidad, de clase, de pertenencia ¨¦tnica o de g¨¦nero erijan fronteras entre nosotros", nos dice Martha Nussbaum. Seg¨²n eso, cada vez ser¨ªamos m¨¢s "ciudadanos del mundo" y deber¨ªamos sentirnos menos atrapados por v¨ªnculos o fronteras que ni el aire ni la informaci¨®n reconocen. Los capitales, los productos de consumo o los productos culturales ignoran cada d¨ªa m¨¢s las distancias, las diferencias territoriales. La omnipresencia de los media difunde un mismo estilo de vida por doquier. Parece plantearse una tendencia incontestable y multiforme a la homogeneizaci¨®n, a una misma cultura universal.Desde mi punto de vista, la homogeneizaci¨®n cultural de la que habl¨¢bamos es meramente superficial. Esa especie de multiculturalismo corporativo, tambi¨¦n denominado por Benjamin Barber MacMundo, banaliza las diferencias, las incorpora al mercado, las presenta medi¨¢ticamente como elementos que ilustran, colorean los grandes acontecimientos deportivos o art¨ªsticos, a trav¨¦s de la ret¨®rica del melting pot. Se nos presenta as¨ª una especie de integraci¨®n de todas las minor¨ªas a la norma monocultural hegem¨®nica. Los parques tem¨¢ticos son la expresi¨®n moderna de las reservas indias. La ret¨®rica de la diferencia y de la coexistencia inyectada desde arriba, y no buscada ni reivindicada desde abajo, por sus propios protagonistas. Algunos afirman que precisamente este modelo de multiculturalismo corporativo ser¨ªa la versi¨®n pospol¨ªtica y mercantilista del tradicional multiculturalismo liberal que ofrec¨ªa una gesti¨®n privada de la diferencia en un contexto p¨²blico pretendidamente homog¨¦neo y abstracto.
Las sociedades que estamos intentando crear, libres, democr¨¢ticas, dispuestas a compartir por igual, necesitan que sus ciudadanos se sientan identificados con ellas. S¨®lo pueden funcionar si las personas que las conforman creen que tienen entre manos una empresa com¨²n, que sienten como propia. Esta implicaci¨®n no puede basarse s¨®lo en un impl¨ªcito contrato normativo, que asegure a esas personas sus derechos y libertades, sino que es preciso que se sientan especialmente vinculados entre ellas. Una democracia es altamente vulnerable a la sensaci¨®n de desapego que produce la constataci¨®n de las grandes desigualdades existentes, o la sensaci¨®n de abandono, la sensaci¨®n de que lo que sucede no importa a nadie de verdad. Ese compromiso mutuo (que todo proceso redistributivo requiere) precisa sentirse parte de algo, llam¨¦mosle comunidad, patria o naci¨®n. Nuestros compromisos empiezan a arraigar en nuestro entorno inmediato, y entonces pueden ir m¨¢s all¨¢. Como bien ilustra Manuel Delgado, la pel¨ªcula Blue in the face (secuela de Smoke) nos ofrece un retrato de una parte del barrio de Brooklin, en el que la gran diversidad de sus gentes, de sus conductas y modos de vida parece dejar poco espacio a un sentido de comunidad. Pero Wayne Pang y Paul Auster, con algunos peque?os s¨ªmbolos y con el estanco de Harvey Keitel como nudo gordiano, les brinda un marco que permite cristalizar una forma elemental de patriotismo. Hay all¨ª un sentimiento de afecto a unas gentes, a un territorio, a una forma de vivir y de entender la vida. Una comunidad de personas que se sienten responsables, que han creado redes de reciprocidad, de solidaridad en lo cotidiano. Una identidad cultural, poco trascendente, pero significativa.
En otra pel¨ªcula que se proyecta estos d¨ªas en Espa?a se nos ofrece un nuevo ejemplo. Tavernier y su Hoy empieza todo nos muestra las dificultades de supervivencia de una escuela cuando nadie parece sentirse responsable de lo que all¨ª sucede. Cada uno se aferra a su normativa, a su espacio individual, a su ego¨ªsmo m¨¢s inmediato. Por ah¨ª pocas salidas se ofrecen. El filme franc¨¦s nos ofrece una v¨ªa: s¨®lo el compromiso y la responsabilidad de todos con todos, simbolizado en la celebraci¨®n final, puede dar una cierta esperanza. La comunidad local se moviliza. Unos ponen la arena, otros se ocupan de los colores, aparecen pasteles magreb¨ªes, mientras la banda hace sonar sus instrumentos. Profesores yendo m¨¢s all¨¢ de lo que la normativa les exige, padres movilizados y asumiendo sus responsabilidades, y barrio defendiendo la stock option popular de la formaci¨®n, ese patrimonio de la comunidad que es la escuela, es una v¨ªa de salida. En una y otra pel¨ªcula, en uno y otro escenario, se nos muestra la potencia de la comunidad local cuando cada uno asume sus responsabilidades, aprovechando la ventaja de la proximidad, de la implicaci¨®n de todos.
No construyamos falsos dilemas. En nombre de un aparente universalismo liberal-cosmopolita, lo que muchas veces se plantea es la aceptaci¨®n incondicionada de un conjunto de trazos ling¨¹¨ªsticos y culturales homogeneizadores, que tratan de ahogar o reducir a la categor¨ªa de an¨¦cdota las identidades sociales y culturales particulares. Que nos dejen ser patriotas aunque sea de Gracia o Carabanchel, que nos dejen ser vascos y celtas, y podremos tambi¨¦n sentirnos espa?oles, europeos o del Mediterr¨¢neo occidental. No hay otra manera de ser cosmopolitas que empezar siendo patriotas, aunque sea patriotas de barrio.
Joan Subirats es profesor de Ciencia Pol¨ªtica de la Universidad Aut¨®noma de Barcelona.
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