La causa
La elecci¨®n de Jos¨¦ Mar¨ªa Mendiluce como presidente de Greenpeace Internacional ha recorrido, como una descarga el¨¦ctrica los interiores y los exteriores del ecologismo espa?ol y de no pocos perdederos pol¨ªticos. Aunque su responsabilidad en la direcci¨®n y las acciones de la secci¨®n espa?ola es ninguna, las primeras y m¨¢s parad¨®jicas reacciones se han dado en la misma. Desde la salida inmediata de varias decenas de colaboradores y asociados, hasta todo lo contrario, la incorporaci¨®n no menos rauda de personas que desconfiaban del humanismo de los m¨¢s activos, efectivos e independientes de los grupos de defensa de la paz y el derredor.Por supuesto que muchos han interpretado que pod¨ªa darse un nexo entre un eurodiputado, elegido en las listas del PSOE pero sin pertenecer a ese partido, y la prestigiosa organizaci¨®n internacional. Ante eso no son pocos, entre los que me incluyo, los que preferir¨ªan, por mor de la m¨¢xima transparencia -¨¦sa por la que luchar¨¢ desde ahora Mendiluce- que ¨¦ste renunciara a su esca?o. No lo va a hacer. Explica bien sus motivos y desde luego es respetable la decisi¨®n. Sobre todo desde el momento en que no har¨¢ campa?a electoral a favor de opci¨®n pol¨ªtica alguna. Es m¨¢s, su independencia resulta obvia y alcanza su comportamiento individual en el Parlamento Europeo donde, a menudo, no vota con los socialistas y s¨ª de acuerdo con su conciencia.
Pero lo individual, tantas veces viciado hasta el personalismo, tiene demasiado de cepo y podemos caer f¨¢cilmente en ¨¦l. Para soslayar tal peligro conviene avivar la memoria de lo que pretenden organizaciones como Greenpeace y en qu¨¦ pueden renovarse y mejorar con la llegada de una savia nueva. Los injertos mejoran la cosecha si son compatibles con el ¨¢rbol base, el llamado patr¨®n por los fruticultores. De lo contrario, se pudren. No parece el caso.
La causa de los pacifistas verdes es ya tan amplia que no puede ser abarcada ni por libros enteros. En cualquier caso, sus ra¨ªces fueron las de intentar frenar el poder de destrucci¨®n de las armas nucleares. El pacifismo activo es lo que inaugura la trayectoria de los ecologistas de esta organizaci¨®n. Que un profundo humanismo impregna este pr¨®logo est¨¢ fuera de toda duda. Nadie m¨¢s beneficiado que los de nuestra especie por la exclusi¨®n del uso de la fuerza para la resoluci¨®n de los conflictos. Pero un verdadero amante de la paz no puede hac¨¦rsela tampoco al resto de lo viviente. De ah¨ª que la conservaci¨®n de los sistemas y los procesos vitales y de las especies se sumaran a los objetivos de los que empezaron queriendo interrumpir nada menos que pruebas nucleares del ej¨¦rcito m¨¢s poderoso del mundo.
Poco a poco la causa de los pacifistas verdes incorpor¨® la pelea por las energ¨ªas limpias y renovables, los bosques del planeta, las culturas ind¨ªgenas y sus derechos, la Ant¨¢rtida, la condonaci¨®n total de la deuda externa de los pa¨ªses pobres, un transporte menos contaminador, la condici¨®n femenina, las minas antipersonas, el desarrollo econ¨®mico sostenible, los procesos de producci¨®n industrial limpios, la racionalizaci¨®n del uso y la gesti¨®n de los recursos b¨¢sicos como el agua, el suelo o los caladeros pesqueros del planeta. Y hasta una alimentaci¨®n sana y sin riesgos colaterales, como la que se derivar¨ªa del uso generalizado de los transg¨¦nicos. No parece poco por lo que se pelea desde Greenpeace, aunque algunos insistan en afirmar que los ecologistas est¨¢n contra todo. M¨¢s bien resulta dif¨ªcil estar a favor de m¨¢s cosas favorables.
Por eso nunca he sido capaz de encontrar la cesura entre lo human¨ªstico y lo ecol¨®gico, que reduccionistas han denunciado sin percatarse del retroceso de semejante descarga. Pero menos cuando sigo la trayectoria de Greenpeace. La defensa del derredor coincide milim¨¦tricamente con la de los derechos humanos, entre otras cosas porque tambi¨¦n somos nuestro derredor. Porque es injusto que la degradaci¨®n ambiental y la consiguiente p¨¦rdida de la calidad de vida sean socializadas y los beneficios derivados de esa misma destrucci¨®n sean privatizados. El principal patrimonio de Greenpeace es que no tiene m¨¢s medios que sus propios fines.
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