El Jubileo colapsa Roma
Una ciudad que lleva en pie cerca de tres mil a?os podr¨¢, seguramente, sobrevivir a las ceremonias del gran Jubileo y a las masivas fiestas programadas por las diversas autoridades locales para el a?o que acaba de comenzar. Pero si hubiera que tomar como ejemplo de lo que le espera a Roma en 2000 lo sucedido en los tres primeros d¨ªas del a?o, muchos de sus habitantes har¨ªan bien en plantearse seriamente una fuga provisional. Del 31 de diciembre al 2 de enero la Ciudad Eterna ha sufrido al menos tres avalanchas humanas dignas de consideraci¨®n. Masas gigantescas sin medios de transporte p¨²blico al alcance de sus dimensiones que se han visto obligadas a vagar por la ciudad y a sitiar la estaci¨®n Termini en espera de inexistentes trenes. Peregrinos infantiles concentrados en el Vaticano a la intemperie, esperando hambrientos las vituallas que no llegan, a la caza y captura de las insuficientes letrinas p¨²blicas. Largas filas de autom¨®viles bloqueando las principales arterias de la capital y haciendo casi imposible la circulaci¨®n de autobuses o taxis. Una prueba de fuego para Roma que ha enfrentado al Vaticano con el Ayuntamiento, a los ciudadanos de a pie con sus gobernantes, a la oposici¨®n pol¨ªtica con el alcalde, Francesco Rutelli. Todos a la b¨²squeda de culpables. Las autoridades se defienden con las cifras. En los diez primeros d¨ªas del A?o Santo se han dejado caer por la ciudad tres millones de personas. Pero, ?qu¨¦ son tres millones para una ciudad decidida a recibir a no menos de 30 millones de peregrinos, aunque, eso s¨ª, espaciados en 12 meses?Todo empez¨® la noche de fin de a?o, cuando los organizadores del concierto de Piazza del Popolo (un espacio con capacidad para unas 250.000 personas) se vieron desbordados con la asistencia de m¨¢s de un mill¨®n de personas. A partir de ah¨ª fue el delirio. El exceso de personas y decibelios dej¨® un saldo de autom¨®viles destrozados, grietas en palacios e iglesias, gente atendida por desmayos y lipotimias en el hospital y una plaza espl¨¦ndida, reci¨¦n restaurada, sumergida en un mar de basura y vidrios rotos. El tr¨¢fico del centro de la ciudad, pr¨¢cticamente sin autobuses en circulaci¨®n a partir de las nueve de la noche, qued¨® colapsado. "A las 10.30 era ya imposible entrar en la plaza, y en las calles adyacentes se amontonaban los coches abandonados por sus due?os", contaba una asistente al concierto. Al terminar la m¨²sica, la gente opt¨® por desplazarse a pie a la estaci¨®n Termini para darse de bruces con la cruda realidad de que tampoco hab¨ªa trenes. "Se hab¨ªa anunciado ya que el 1 de enero no habr¨ªa trenes. Quienes fueron a la estaci¨®n a reclamarlos ped¨ªan lo que no se les pod¨ªa dar", se ha defendido despu¨¦s el alcalde.
La experiencia de una jornada sin duda catastr¨®fica, aunque, como ha recordado Rutelli, "feliz y sin v¨ªctimas mortales", no les sirvi¨® de mucho a las autoridades porque el d¨ªa siguiente la famosa marat¨®n de San Silvestre -que coincid¨ªa con la apertura por el Papa de la Puerta Santa de la tercera bas¨ªlica romana- se cobr¨® su parte de caos. Pero todo habr¨ªa ca¨ªdo en el olvido de no ser porque el 2 de enero, primer domingo del flamante 2000, coincid¨ªa con la celebraci¨®n del Jubileo de los Ni?os en la plaza de San Pedro del Vaticano. Y aqu¨ª se reprodujo la hecatombe. Desde primeras horas de la ma?ana decenas de miles de ni?os, acompa?ados por miles de adultos, quedaron sitiados en la inmensa plaza, sin posibilidad de entrar en la bas¨ªlica (que s¨®lo tiene capacidad para unas 8.500 personas), ni de encontrar un sitio donde resguardarse del intenso fr¨ªo. A lo largo y ancho de la Via della Conciliazione, s¨®lo un bar se decidi¨® a abrir las puertas, mientras las letrinas p¨²blicas se mostraron absolutamente insuficientes. La llegada del Papa fue acogida con gritos de alegr¨ªa por los peque?os, pero, desaparecida la figura del Pont¨ªfice en el interior de la bas¨ªlica, los j¨®venes peregrinos fueron asaltados por otra urgencia terrenal: llenar el est¨®mago. "Entonces nos dimos cuenta de que las cajas de comida estaban a varios centenares de metros de distancia, en la explanada de castillo de Sant"Angelo, y que ir a por ellas y regresar atravesando la multitud iba a resultar una empresa dificil¨ªsima", relatar¨ªa despu¨¦s la responsable de uno de los grupos llegados del sur de Italia.
Las cifras se hab¨ªan desbordado nuevamente. De las 50.000 personas previstas por Acci¨®n Cat¨®lica, que se encarg¨® de organizar la llegada de los diferentes grupos a Roma, se pas¨® a un total de 150.000.
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