Profec¨ªas
JOS? LUIS FERRIS
Las profec¨ªas, como las sillas de tijera y los colchones de lana, acaban resultando inc¨®modas. Las interpretaciones catastrofistas de los libros sagrados o las sentencias de Nostradamus han sido todo un best seller para los agoreros de la historia, un atentado contra la sensatez y un modo como otro de amargarnos la vida cotidiana. Han estado siempre ah¨ª, como una espada colgada sobre nuestras cabezas pendiente de una fecha y de un destino apocal¨ªptico y com¨²n. Sin embargo, hasta el momento y seg¨²n rezan las cr¨®nicas, jam¨¢s se ha cumplido ninguno de los desastres vaticinados y la rueda de la vida no ha perdido su ritmo ni ha encallado en ninguna hondonada de la fatalidad. Son, como digo, simples amenazas que a veces han sembrado un p¨¢nico infundado gracias a la debilidad humana, al exceso de fe en los vendedores de proclamas y al miedo secular a la venganza divina.
En un sentido semejante, las profec¨ªas de la modernidad no tienen un origen cabal¨ªstico, b¨ªblico o legendario; son tan simples y tan pr¨¢cticas como la contabilidad digital o la revoluci¨®n inform¨¢tica. Y en un contexto as¨ª resulta incluso l¨®gico que libros como Time Bomb 2000, h¨¢bilmente ingeniado por Ed Yardeni, hagan saltar la alarma colectiva y acaparen la atenci¨®n de los cerebros m¨¢s desarrollados y de los tecn¨®cratas dispuestos a seguir a un gur¨² de los nuevos tiempos. El caso es que el mundo ha invertido 50 billones de pesetas (600.000 millones s¨®lo en Espa?a) en prevenir las siniestras consecuencias de un efecto 2000 que nunca tuvo efecto. Pero estoy seguro de que la jugosa pantomima o el rid¨ªculo planetario -ll¨¢menlo como quieran- ha supuesto un gasto imposible de cuantificar y, lo que es peor, nos ha dejado con una cara de plato semejante a la de aquellos hombres del medievo que se tragaron el pasmo al contemplar que, tras el a?o 1000, la vida continuaba, la fornicaci¨®n no era un pecado que mereciera la c¨®lera de Dios y el cielo segu¨ªa intacto y virginal, estrellado y azul, con sus nubes y sus p¨¢jaros, con su sabor a gloria y a infinito.
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