El modelo irland¨¦s
Tras la ruptura de la tregua etarra, el nacionalismo vasco ha vuelto a mirar a Irlanda. Parece por ello pertinente analizar con rigor ese modelo irland¨¦s al que de forma tan selectiva han recurrido constantemente los firmantes de la Declaraci¨®n de Lizarra.El hist¨®rico documento vasco se iniciaba con siete puntos que sus autores defin¨ªan como los Factores propiciadores del Acuerdo de Paz en Irlanda del Norte. Sin embargo, no se alud¨ªa al m¨¢s importante factor propiciador de dicho acuerdo: el hecho de que el movimiento republicano -compuesto por el IRA y el Sinn Fein- aceptara en 1998 algo que previamente hab¨ªa rechazado y que contradec¨ªa de manera fundamental sus objetivos tradicionales. As¨ª lo han confirmado personas muy pr¨®ximas al propio Gerry Adams. Como ha admitido Jim Gibney, destacado miembro de la ejecutiva del Sinn Fein, "desde una r¨ªgida perspectiva republicana el Acuerdo de Stormont deber¨ªa hacerse pedazos". Otro dirigente del Sinn Fein, Francie Molloy, era claro al respecto: "Los republicanos estaban dispuestos a administrar el dominio brit¨¢nico en Irlanda en el futuro. Se ha aceptado el mismo principio de la partici¨®n, y si los unionistas hubiesen tenido esto en 1920, se hubieran re¨ªdo".
Tradicionalmente, los republicanos han considerado a Irlanda del Norte como una entidad artificial sin legalidad alguna creada por los brit¨¢nicos, as¨ª que sosten¨ªan que cualquier cambio en el status constitucional deb¨ªa ser aprobado por el conjunto de la poblaci¨®n de la isla de Irlanda. Mitchel McLaughlin, jefe nacional del partido, tambi¨¦n ha reconocido que el documento legitima la presencia del Estado brit¨¢nico en Irlanda, puesto que en ¨¦l se enfatiza que s¨®lo podr¨¢ alcanzarse una Irlanda unida si as¨ª lo aprueba la mayor¨ªa de la poblaci¨®n norirlandesa, que contin¨²a siendo unionista. ?ste es el denominado "principio del consentimiento", pilar de la pol¨ªtica de los Gobiernos brit¨¢nico e irland¨¦s desde 1972 que el Sinn Fein hab¨ªa rechazado durante d¨¦cadas calific¨¢ndolo de "veto unionista". Al apoyar el acuerdo, por primera vez en su historia los republicanos aceptaron de facto dicho "principio del consentimiento", algo que sorprendentemente se ignoraba en Lizarra.
Con el reciente anuncio de ETA cobra especial relevancia otra crucial omisi¨®n de los autores de Lizarra: tanto el IRA como el Sinn Fein admitieron despu¨¦s de la firma del Acuerdo de Stormont que el derecho a la autodeterminaci¨®n reconocido en el mismo no constitu¨ªa una aut¨¦ntica expresi¨®n de la autodeterminaci¨®n nacional. Tan decisiva concesi¨®n no les impidi¨® seguir respaldando el alto el fuego y el documento. A la luz de la exigencia etarra de tomar Euskal Herria como una circunscripci¨®n ¨²nica, es interesante recordar que finalmente los republicanos admitieron que el derecho a la autodeterminaci¨®n de los ciudadanos de Irlanda deb¨ªa estar condicionado a la autodeterminaci¨®n de los unionistas del Norte.
Adem¨¢s de todo esto, Lizarra ignoraba uno de los factores determinantes en el proceso norirland¨¦s: la aceptaci¨®n por parte de los republicanos de que no pod¨ªan alcanzar sus objetivos a trav¨¦s de una violencia que cada vez les estaba marginando m¨¢s. As¨ª lo expresaba Gerry Adams cuando en el congreso de su partido, celebrado en febrero de 1994, reconoc¨ªa que los republicanos carec¨ªan de la fortaleza pol¨ªtica necesaria para lograr la unificaci¨®n de Irlanda. A pesar de ello, la violencia ha constituido en las ¨²ltimas d¨¦cadas un elemento fundamental en la estrategia republicana, pues ha dotado al movimiento liderado por Adams de una relevancia que por s¨ª solo no pose¨ªa al estar respaldado ¨²nicamente por un sector muy minoritario de la poblaci¨®n irlandesa. La influencia pol¨ªtica de los republicanos disminu¨ªa considerablemente si ¨¦sta no era complementada con la amenaza y el uso de la violencia. De esta manera el instrumento armado adquir¨ªa una finalidad b¨¢sicamente propagand¨ªstica.
Brendan Hughes, un aut¨¦ntico mito viviente dentro del republicanismo irland¨¦s que dirigi¨® la Brigada del IRA en Belfast hasta que la organizaci¨®n anunci¨® el alto el fuego de 1994, ha reconocido al que esto suscribe que la tregua no fue decretada desde una posici¨®n de fuerza, sino de debilidad. Hughes llegaba a semejante conclusi¨®n a pesar de que durante a?os su organizaci¨®n llev¨® a cabo numerosos atentados denominados en el argot republicano como "espectaculares". En 1984, el IRA estuvo a punto de asesinar a la primera ministra Margaret Thatcher durante la conferencia anual del Partido Conservador celebrada en Brighton. A?os despu¨¦s, varios morteros alcanzaron la residencia oficial de John Major en Downing Street durante una reuni¨®n del Gabinete brit¨¢nico que debat¨ªa la guerra del Golfo. A comienzos de la d¨¦cada de los noventa, varias bombas destrozaron el coraz¨®n financiero de la City londinense en diversas ocasiones.
Tommy McKearney, otro destacado miembro del IRA al frente de la Brigada del condado de Tyrone durante los a?os setenta, me explicaba con una iluminadora comparaci¨®n la certeza del an¨¢lisis de su compa?ero: "Hay una teor¨ªa en boxeo que dice que si un boxeador golpea a otro con el mejor de sus golpes y le alcanza en la barbilla y su contrincante s¨®lo se echa para atr¨¢s pero no se tambalea, en verdad le ha derrotado porque si golpeas a tu contrincante y no le haces ning¨²n da?o, ?qu¨¦ puedes hacer despu¨¦s de eso? Despu¨¦s de eso se produce un cambio cualitativo. En ese momento, el boxeador s¨®lo puede recurrir a ganar por puntos, pero no derrib¨¢ndolo. En ese momento despu¨¦s de que has lanzado morteros sobre Downing Street, de que le has colocado una bomba a la primera ministra en su habitaci¨®n, y as¨ª has seguido durante 25 a?os, le has dado a tu oponente con tu mejor golpe, sabes que en ese instante tu fortaleza s¨®lo puede decrecer. (...) Has golpeado a Gran Breta?a tanto aqu¨ª en Irlanda del Norte como en Londres... y el oponente no se tambalea, y te das cuenta de que no importa lo que hayamos hecho en el pasado no les estamos haciendo tambalear, siguen aqu¨ª".
La violencia no pod¨ªa forzar a los brit¨¢nicos fuera de Irlanda, ya que la magnitud de la misma era incapaz de desafiar en tal extremo el poder del Gobierno y la voluntad del mill¨®n de unionistas que deseaban que Irlanda del Norte permaneciera dentro del Reino Unido. Por ello la lucha armada se convert¨ªa meramente en un m¨¦todo destinado a influir sobre la opini¨®n p¨²blica mostrando que la organizaci¨®n continuaba activa. McKearney, que pas¨® 16 a?os en prisi¨®n y 53 d¨ªas en huelga de hambre que a punto estuvieron de costarle la vida, lo sintetizaba as¨ª: "Fuimos incapaces de obtener el apoyo popular suficiente para lograr nuestros objetivos. Si no hay apoyo popular no tiene sentido llevar a cabo una insurrecci¨®n armada, pero no s¨®lo desde un punto de vista moral, sino tambi¨¦n desde un punto de vista pr¨¢ctico, pues es imposible que sea eficaz. Hacer la revoluci¨®n en Irlanda requiere el respaldo de los irlandeses, y los republicanos no lo han logrado. Que una docena de personas se arrogue el derecho de utilizar la insurrecci¨®n armada no s¨®lo es inmoral, tampoco es pr¨¢ctico".
La utilidad propagand¨ªstica de la violencia fue puesta en pr¨¢ctica nuevamente durante los meses en los que el IRA interrumpi¨® su tregua entre febrero de 1996 y julio de 1997. ?De qu¨¦ sirvieron los atentados perpetrados durante ese periodo? Las palabras de la hist¨®rica republicana Bernadette McAliskey (n¨¦e Devlin) en una entrevista con el autor eran enormemente reveladoras. Poco antes del final de la tregua en 1996 se reuni¨® con Gerry Adams para exigirle que admitiera la inutilidad de un regreso a la violencia con el que el IRA amenazaba ante el lento avance del proceso de paz: "Mi argumento fue que... una vez se hab¨ªa declarado el alto el fuego la guerra se hab¨ªa terminado. Y ya no hab¨ªa ning¨²n futuro inmediato en la opci¨®n militar para los republicanos. Los republicanos se hab¨ªan salido de la guerra y no pod¨ªan volver a ella. (...) Gerry Adams dijo: "Al menos estamos de acuerdo en algo", que quer¨ªa decir que reconoc¨ªa que la opci¨®n militar no exist¨ªa. Pero mi discusi¨®n con ¨¦l era que entonces por qu¨¦ estaba diciendo cosas como "El IRA no se ha ido". Se le deb¨ªa decir claramente a la gente que la opci¨®n militar hab¨ªa sido cerrada. (...) Mi principal desencanto en ese momento era que ten¨ªa la terrible sensaci¨®n, pero creo que tambi¨¦n se ha confirmado, de que... el liderazgo pol¨ªtico estaba dispuesto a ver un grado de sacrificio simplemente por obtener un mejor asiento en la mesa ".
Los firmantes de Lizarra han construido su particular "v¨ªa irlandesa" que no quieren que la realidad les estropee. Quiz¨¢ por eso deseen ignorar la contundencia del antiguo primer ministro irland¨¦s Albert Reynolds durante las negociaciones previas a la tregua del IRA: "Les he dicho que, si no hacen esto bien, se pueden ir a tomar por saco. No quiero o¨ªr nada acerca de un alto el fuego de seis meses o seis a?os; nada de temporal, indefinido o condicional; (...) s¨®lo que se ha acabado. Y punto. Si no, me retiro. Me ir¨¦ con John Major a por las conversaciones con los tres niveles (...) y ellos, el IRA, se pueden volver a otros 25 a?os de asesinar y de ser asesinados. ?Para qu¨¦? Porque despu¨¦s de esos 25 a?os volver¨¢n justo adonde est¨¢n ahora, sin nada en absoluto a cambio por todo eso excepto m¨¢s miles de muertos, y todo para nada. As¨ª que o lo hacen ahora, en el nombre de Dios, o si no adi¨®s".
Rogelio Alonso es doctor en Relaciones Internacionales, autor de varios libros sobre el conflicto de Irlanda del Norte y trabaja como periodista en Belfast.
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