Una mirada moral
Hace muchos a?os, un periodista de un peri¨®dico de provincias pudo leer, letra a letra, en el teletipo c¨®mo aparec¨ªa su nombre, Miguel Delibes, como flamante premio Nadal 1947; aquella noche, el que todav¨ªa no era novelista pudo leerles a sus compa?eros de redacci¨®n, con permiso del director de El Norte de Castilla, su peri¨®dico de Valladolid, la noticia que ¨¦l mismo protagonizaba. Diez a?os despu¨¦s, una desconocida Sof¨ªa Veloso desconcertaba a los periodistas que se acercaban a la casa madrile?a de Doctor Esquerdo, donde viv¨ªa el ganador del Nadal del 55, Rafael S¨¢nchez Ferlosio, pero tambi¨¦n Sof¨ªa Veloso, seud¨®nimo de su mujer, Carmen Mart¨ªn Gaite. Cincuenta a?os despu¨¦s de lo de Delibes, 40 de lo de Mart¨ªn Gaite, a un escritor madrile?o le dieron el rosc¨®n de Reyes llam¨¢ndole para comunicarle que hab¨ªa quedado finalista del Nadal con La flaqueza del bolchevique. En una entrevista, tiempo despu¨¦s, le confesar¨ªa a Enrique Bueres: "Estaba en casa comi¨¦ndome el rosc¨®n de Reyes y ni me acordaba para nada del Nadal".Por entonces, el finalista del Nadal de 1997, Lorenzo Silva (Madrid, 1966), se consideraba m¨¢s que nada como un marciano en el mundo literario. Las cosas ciertamente han cambiado para este interesante escritor madrile?o que se ha hecho con el primer Nadal del milenio o el ¨²ltimo, que lo resuelva, el enigma, con permiso de sus superiores, el sargento Bevilacqua, ese guardia civil husmeador y juicioso que ya asom¨® en El lejano pa¨ªs de los estanques y que por lo que se ve sigue resolviendo casos en esta novela con la que acaba de obtener el Premio Nadal.
A pesar de su relativa juventud (que dir¨ªa Sempronio, aquel elegante seud¨®nimo catal¨¢n que hac¨ªa la cr¨®nica, de la noche m¨¢gica, en las viejas p¨¢ginas de huecograbado del semanario Destino), Lorenzo Silva tiene ya publicadas unas cuantas novelas: desde Noviembre sin violetas, su primera narraci¨®n publicada, con la que iniciaba una corriente literaria en su obra (la vertiente policiaca, de g¨¦nero a su manera), hasta su muy reciente novela corta, El urinario, un relato que el propio Lorenzo Silva une con La flaqueza del bolchevique, la finalista del Nadal, y El ¨¢ngel oculto (una indagaci¨®n muy personal en la memoria en un Nueva York recorrido tras las huellas de un viejo exiliado espa?ol, Manuel Dalmau, que acaso tuviera que ver con ese escritor enigm¨¢tico y sorprendente, Felipe Alfau, que muri¨® no hace mucho casi centenario en un asilo de Queens). Y los une, a los tres libres, en una especie de trilog¨ªa que alude, en palabras del propio autor, "a las nostalgias y las p¨¦rdidas de los estafados por el modo de vida que la actual organizaci¨®n del mundo impone a la mayor¨ªa de las personas".
Y el entrecomillado es oportuno porque este abogado madrile?o, al que no le sobra tiempo para escribir (y lo encuentra: para ¨¦l escribir es tan estimulante como subirse a una monta?a rusa), que colecciona multas municipales (que no paga, porque es un experto en recurrirlas y, picapleitos h¨¢bil, ganar los recursos) y que lleva 18 a?os escribiendo, aunque s¨®lo cuatro o cinco publicando (La sustancia interior, una novela sanamente deudora de Kafka y con la que empez¨® a darse a conocer, y dos o tres novelas de corte juvenil completan su nada desde?able obra editada), tiene puesta una mirada moral en el entorno en el que se mueve, ¨¦l como ciudadano, y sus personajes como seres de ficci¨®n, en la que confluyen Kafka, desde luego, pero tambi¨¦n la sabidur¨ªa resabiada del sargento de la Guardia Civil Rub¨¦n Bevilacqua y su ayudante, la guardia segunda Chamorro, protagonistas de esta novela premiada. A Silva, cuando los sac¨® en El lejano pa¨ªs de los estanques, los de Destino, la editorial, le animaron a que siguiera con la pareja. Lorenzo Silva, por lo que se ve, obedeci¨® de buena gana. Lo de las multas municipales es otro asunto.
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