La tragedia de una simulaci¨®n
Jean-Claude Romand, un tranquilo funcionario cuarent¨®n de la Organizaci¨®n Mundial de la Salud (OMS), se levanta aquel 9 de enero de 1993 m¨¢s temprano que de costumbre. En vez de inspeccionar el c¨¦sped que rodea su casita en Gex, una peque?a localidad situada a 17 kil¨®metros de la frontera suiza y a muy pocos m¨¢s de Ginebra, mata a su esposa Florence y a sus hijos Antoine y Caroline, de tres y siete a?os. Luego va a la casa vecina, la de sus padres, y tambi¨¦n acaba con ellos. El perro tampoco escapa a la exigencia asesina del funcionario, que hoy, por una vez, no marcha puntual hacia la oficina, sino que prende fuego a las casas despu¨¦s de ingerir todos los somn¨ªferos que quedaban en un tubo.A?os m¨¢s tarde, el 1 de enero de 2000, Emmanuel Carr¨¨re publica L"Adversaire, un libro en el que se habla de todo lo que sabemos de Jean-Claude Romand. Carr¨¨re, que es un novelista muy estimable, asisti¨® al proceso de Romand, en junio de 1996, y desde entonces intentaba escribir sobre un personaje que no comprende.
Cuando Romand sali¨® del coma en que le hab¨ªan sumido los somn¨ªferos se encontr¨® con un grupo de polic¨ªas estupefactos: hab¨ªan descubierto que Romand no era ni hab¨ªa sido nunca funcionario de la OMS, que nunca hab¨ªa terminado los estudios de medicina, que nunca hab¨ªa podido, pues, ejercer como m¨¦dico, que no ten¨ªa trabajo alguno conocido y que su esposa, familiares y amigos estaban convencidos de todo lo contrario.
Durante 18 a?os de matrimonio, Romand hab¨ªa salido de casa cada d¨ªa a la misma hora. Iba a una oficina imaginaria, que s¨®lo exist¨ªa en una postal, una crucecita puesta en una fachada con decenas de ventanas id¨¦nticas. La realidad era otra. Romand se sub¨ªa al coche y se iba hasta un aparcamiento gratuito. All¨ª dejaba pasar las horas, dejaba que transcurriese la jornada laboral. A veces imaginaba congresos y viajes al extranjero y eso le permit¨ªa regresar m¨¢s tarde, dos o tres d¨ªas despu¨¦s, tras visitar de manera compulsiva los sex shops o casas de masaje ginebrinas.
"Una mentira, normalmente, sirve para recubrir una verdad, algo que puede ser vergonzoso pero es real. La mentira de Romand no ocultaba nada. Tras el falso doctor Romand no hay un aut¨¦ntico Jean-Claude Romand", dice Carr¨¨re. En efecto, Jean-Claude Romand se meti¨® en la piel de su personaje desde el momento en que no se present¨® al examen de segundo curso de medicina. No lo dijo a sus padres para no decepcionarles y esa mentira exigi¨® otras, una ficci¨®n completa, crear un personaje que s¨®lo era su funci¨®n social.
Romand cre¨® durante 18 a?os una arquitectura social sobre el vac¨ªo m¨¢s absoluto. Cuando una amante le reclam¨® el dinero prestado (nuestro hombre viv¨ªa del dinero que le dejaban sus colegas m¨¦dicos para que ¨¦l lo colocase en Suiza al 18%) todo el entramado se vino abajo. Pero Romand no quiso ver el terremoto en los ojos de sus padres, esposa o hijos. Ni tan s¨®lo en los de su perro. Por eso les mat¨®.
La justicia conden¨® a Romand a 22 a?os de c¨¢rcel sin derecho a reducci¨®n de pena. El proceso sirvi¨® para encerrar el enigma Romand en una celda, pero no para resolverlo. Carr¨¨re pone al desnudo la extra?a relaci¨®n entre la personalidad social y lo que queda de nosotros una vez privados de t¨ªtulos, funciones y uniformes. Por eso el enigma Romand interesa a tanta gente, porque es un poco nuestro propio enigma.
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