Miguel
JUVENAL SOTO
?l dirig¨ªa las p¨¢ginas culturales de un diario de Madrid cuando Adonais public¨® mi segundo libro de poemas. Una de aquellas tardes sabrosas y perdidas en el Ateneo de la Plaza del Obispo, Rafael P¨¦rez Estrada me felicit¨® por la cr¨ªtica con la que la prensa especializada de entonces acog¨ªa mi libro, y yo, ignorante de la acogida, corr¨ª al quiosco a comprar el diario. El art¨ªculo lo firmaba un tal Miguel Romero Esteo y, en efecto, me pon¨ªa bien; tanto, que apenas entend¨ª un par de cosas en aquel escrito en el que se reflexionaba sobre el universo, principalmente, y sobre un tipo, yo, que pretend¨ªa organizarlo por medio del poema. Le escrib¨ª a Miguel d¨¢ndole las gracias, y no le mand¨¦ un jam¨®n porque me dijeron que estaba mal visto recompensar as¨ª a un cr¨ªtico literario. 26 a?os despu¨¦s, contin¨²a reproch¨¢ndome mi, seg¨²n ¨¦l, inconcebible respeto por las formas.
Ya instalado ¨¦l en M¨¢laga, fui conoci¨¦ndolo personalmente y sabiendo de la importancia de su obra, aunque -tambi¨¦n hay que decirlo- yo continuara sin entender apenas un pijo de lo que Romero Esteo escrib¨ªa. Le llegaban reconocimientos internacionales, le llegaban laureles de aqu¨ª, ven¨ªan a verlo gentes con pinta de chamanes de peligrosas tribus antrop¨®fagas de la cuenca del Amazonas. ?l como si nada: botas Panther, un jersey atocinado como su aspecto de boxeador en paro, una cajetilla de Ducados -"no te ofrezco porque me quedan tres"- y una corte de j¨®venes poetas -al menor descuido tuyo se cagaban en tu padre y en tus versos- eran su estado habitual. Y lo combinaba con frases infrecuentes en personas dedicadas al estudio y a la creaci¨®n literarias: "Ez que vozotroz loz malague?oz ten¨¦iz algo az¨ª como un picor ezpecial pa la poez¨ªa".
Ahora que lo aprecio y respeto como a la persona buena y al escritor extra?o y prodigioso que es, pasamos de vez en cuando algunas horas sentados -gloriosos atardeceres los de junio en el Paseo Mar¨ªtimo de M¨¢laga- frente al mar, fumando -"coge, coge, Miguel, que me quedan m¨¢s de 10"-. ?l se afeita poco, y sigue mir¨¢ndome de reojo, como si yo estuviese atento a un descuido suyo para meterle un petardazo en el cigarrillo que me va a pedir. "Juven¨¢ zi yo fuera joven ezcribir¨ªa proza. Lo tuyo ez la proza, con eze picor ezpecial que t¨² tienez pa la proza". Poco m¨¢s tarde, ya es de noche, ¨¦l me dice que se va a su casa porque las personas mayores tienen que recogerse cuando el ocaso.
Ahora, dec¨ªa, que Miguel Romero Esteo es un lujo vivo y coleante, el ¨¢rea de Cultura del Ayuntamiento de M¨¢laga ha decidido que una sala del Teatro Cervantes lleve su nombre, el de Miguel Romero Esteo, "un autor que ha transgredido con los modelos y esquemas tradicionales en sus espect¨¢culos y creaciones teatrales", seg¨²n dice Antonio Garrido, valioso concejal de Cultura buena -los hechos est¨¢n ah¨ª, son incontestables- y notorio conocedor de la literatura contempor¨¢nea no s¨®lo espa?ola.
Los reconocimientos en vida y los homenajes con el autor en cuerpo y alma vivientes son los que se agradecen. Ese detalle es el que me animar¨¢ a regalarle un paquete de tabaco a Miguel la pr¨®xima vez que nos veamos. Digo yo.
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