El hombre de la monta?a
Hab¨ªa alcanzado la salud de un fruto seco, por eso daba la sensaci¨®n de que Enric Valor era inmortal. Pero para conquistar esta espiritualidad de almendra hab¨ªa tenido que pasar gran parte de su juventud escalando la sierra de Mariola como un penitente, circunstancia que le hab¨ªa convertido en un naturalista y hab¨ªa definido su esqueleto con un elegancia rectil¨ªnea. Durante las heladas del invierno de Castalla en su casa le hab¨ªan magnificado tanto los paisajes que ¨¦l se convirti¨® enseguida en un entusiasta de la monta?a. "Las monta?as para m¨ª eran una cosa muy misteriosa y bonita", se sinceraba a la m¨ªnima hace unos a?os, echando mano de un pret¨¦rito que daba entender que, pese a su inoxidable estado de salud, ya hab¨ªa hecho balance de su vida. A menudo se adentraba por los barrancos hasta perder de vista todo s¨ªntoma de civilizaci¨®n, y en ese silencio de algarrobos y alacranes ensayaba profundos ejercicios de introspecci¨®n. Al final siempre terminaba confundiendo a Dios con la monta?a. Dios estaba lleno de piedras, pinos, halcones, d¨¢tiles de raposa, tomillos, madro?os y bellotas. "Era un ecologista sin saberlo", suspiraba.
Aunque arrastr¨® la contradicci¨®n del ecologista que se cuelga una escopeta al lomo. Todos los inviernos empalustraba sus botas con tocino de jam¨®n, se pon¨ªa la canadiense y el pasamonta?as, se tomaba un vaso de agua con un par de dedos de absenta de sesenta grados, como hac¨ªan los hombres, y sal¨ªa con la escopeta a subrayar la paradoja del cazador que no se considera un matador de animales. "Es una cosa especial... Si puedo lo explicar¨¦ en un libro que se llamar¨ªa Mem¨°ries d"un ca?ador pobre. No s¨¦ si me quedar¨¢ vida para hacerlo", vaticinaba. Quer¨ªa explicar que cazar no era un deporte sino un instinto antiqu¨ªsimo de los hombres, a la manera de Fern¨¢ndez Flores. Quer¨ªa consignar que en los pa¨ªses monta?osos el hombre se siente inmerso en la naturaleza. Que cazar era una lucha contra las grandes cualidades de los tordos. Y que en todo caso, lo importante no era cazar sino la posibilidad de someterse a paisajes implacables, tal como le hab¨ªa inculcado su familia junto a la chimenea.
Su padre fue un terrateniente muy fiel a Canalejas que administraba un cacicado entre monta?as de cien jornales al a?o. Se hab¨ªa singularizado como un gran elaborador de vino de monastrell al que siempre pagaban dos reales m¨¢s por c¨¢ntaro. Pero antes hab¨ªa estudiado filosof¨ªa junto a Camb¨® y hab¨ªa entablado una notable relaci¨®n con don Fernando Giner de los R¨ªos. El joven Enric Valor se levantaba sobre estos cimientos: el catalanismo, el krausismo y la monta?a, trufados con lecturas de Balzac, Maupassant y Dickens.
No s¨®lo en sus fundamentos, sino tambi¨¦n en su producci¨®n fue un hombre del siglo XIX. En su interior, un instinto monta?¨¦s le imped¨ªa la destrucci¨®n del pasado. En los ¨²ltimos a?os se lamentaba de que quiz¨¢ tendr¨ªa que haber sido un hombre m¨¢s moderno, pero que eso significaba hacer una traici¨®n a los sentimientos y al ambiente en el que se hab¨ªa criado. Ayer muri¨® como un s¨ªmbolo, entero, tocado con un sombrero. Simplemente regres¨® a la monta?a para siempre, junto a un dios que huele a seta y romero.
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