Poco y demasiado
Hace unas cuantas semanas -?parece que ha pasado un siglo!- los ciudadanos espa?oles con menos horizonte financiero incorporamos a nuestro vocabulario una nueva f¨®rmula de magia econ¨®mica: stock options. Gracias a este invento milagroso de la ingenier¨ªa especulativa, del cual ni siquiera hab¨ªamos o¨ªdo nunca hablar la mayor¨ªa de nosotros, un pu?ado de los principales accionistas de la compa?¨ªa Telef¨®nica -incluido su presidente- vieron incentivada su fidelidad a la empresa reparti¨¦ndose algo as¨ª como cuarenta mil millones de pesetas. Para colmo de maravillas, esta compa?¨ªa que tan impresionantemente rentable se ha revelado para unos cuantos resulta ser una antigua empresa estatal recientemente privatizada. Cuando a¨²n est¨¢bamos reponi¨¦ndonos de la impresi¨®n producida en el ciudadano medio por tan lucrativo prodigio, aparece en la cotizaci¨®n burs¨¢til la empresa Terra -dedicada por lo visto a centralizar el acceso a Internet en lengua espa?ola- y a las pocas horas de nacer produce a media docena de sus fundadores, gracias al afortunado manejo previo de informaciones privilegiadas, otra ganancia espectacular de miles de millones de pesetas... en un abrir y cerrar de Bolsa. No cabe duda de que los arcanos de la econom¨ªa, a la que Carlyle calific¨® algo apresuradamente como "ciencia l¨²gubre", no resultan precisamente tales para quienes dominan su mecanismo y m¨¢s bien tienen que ver con la multiplicaci¨®n asombrosa de panes y peces que antes se consideraba s¨®lo al alcance de alg¨²n Dios hecho hombre.Todos estos fen¨®menos de parapsicolog¨ªa financiera son al parecer perfectamente legales y protestar contra ellos por lo tanto equivale a subvertir el orden establecido. Pero, legales o no tan legales, ?qu¨¦ consideraci¨®n ¨¦tica merecen? Supongo que ello depende principalmente del tipo de ¨¦tica que sostenga cada cual. Desde los or¨ªgenes de nuestra tradici¨®n moral conocemos doctrinas ¨¦ticas que han condenado toda forma de especulaci¨®n econ¨®mica, el pr¨¦stamo con intereses, la usura y cualquier otra forma de lograr que el dinero se aumente a s¨ª mismo "por s¨ª solo", sin la mediaci¨®n del trabajo ni producci¨®n de bienes tangibles. Ya Arist¨®teles, nada menos, advert¨ªa en su Pol¨ªtica que el dinero se invent¨® para el intercambio comercial y que cuando la ganancia procede del propio dinero en forma de inter¨¦s se lo est¨¢ utilizando de forma "antinatural". La moral fraterna de los primeros cristianos y el pensamiento escol¨¢stico medieval refuerzan, agrav¨¢ndolo con amenazas teol¨®gicas, este punto de vista. Santo Tom¨¢s conden¨® la usura y estableci¨® que el derecho de propiedad tiene l¨ªmites: la gran abundancia de riqueza s¨®lo se justifica moralmente cuando se emplea en remediar la indigencia de otros e incluso sostiene que es l¨ªcito que cualquiera alivie su necesidad urgente y manifiesta apoder¨¢ndose -abierta o secretamente- de lo que a algunos les sobra.
Pero despu¨¦s lleg¨® el protestantismo y con ¨¦l empez¨® realmente la era de las grandes finanzas bendecidas por la buena conciencia. Sin duda la Iglesia medieval estaba de facto al lado de los ricos pero al menos no los convert¨ªa en l¨ªderes morales y segu¨ªa beatificando compensatoriamente el sufrimiento de los pobres. Hasta que no apareci¨® el repelente Calvino nadie se atrevi¨® a decir que Dios mostrase predilecci¨®n por los millonarios: pero el dictador ginebrino se burl¨® de las cautelas econ¨®micas de Arist¨®teles y santific¨® la utilizaci¨®n del dinero como capital invertido que se las arregla para trabajar para su propio aumento. Ya conocemos la importancia que Max Weber concedi¨® a este giro copernicano en la formaci¨®n del sustrato ideol¨®gico que permiti¨® la expansi¨®n capitalista.
El nuevo evangelio calvinista -"benditos sean los ricos y especuladores, porque de ellos ser¨¢n los mayores beneficios en la gran Bolsa celestial"- encontr¨® su parroquia m¨¢s entusiasta en los incipientes Estados Unidos de Am¨¦rica. Frente a la opini¨®n aristot¨¦lica y tomista de que hab¨ªa algo indecente en que el simple paso del tiempo sirviese para multiplicar el dinero, Benjamin Franklin estableci¨® sin rodeos que "time is money", lo cual quer¨ªa decir que la persona moralmente sana deb¨ªa procurar emplear de la manera m¨¢s remunerativa tanto el uno como el otro. Pero ni siquiera ¨¦l lleg¨® tan lejos como el reverendo Thomas P. Hunt, que escribi¨® en 1863 El libro de la riqueza para demostrar seg¨²n la Biblia que el deber de todo hombre es enriquecerse y que el pecado original del perezoso Ad¨¢n en el para¨ªso fue desatender irresponsablemente sus negocios. Con raz¨®n el perspicaz Alexis de Tocqueville constat¨® en su an¨¢lisis de la democracia americana que "el amor a la riqueza ha de encontrarse, sea como motivo principal o accesorio, en el fondo de todo lo que hacen los americanos". No hace falta insistir en el ¨¦xito crecientemente universal de esta moderna doctrina de salvaci¨®n...
Sin embargo, incluso en tales planteamientos nunca se rompi¨® del todo la vinculaci¨®n legitimadora entre las ganancias econ¨®micas y la producci¨®n de bienes o servicios de utilidad social. Ni tampoco cierta mesura o proporci¨®n entre los beneficios del empresario -que por otra parte no dejaba de concebirse a s¨ª mismo primordialmente como un trabajador m¨¢s- y los de cualquiera de sus empleados. Los mecanismos protectores del Estado de bienestar, cuyo promotor fue Bismarck frente a Marx, reforzaron a finales del pasado siglo este equilibrio entre los diferentes niveles de la jerarqu¨ªa capitalista. El director de la f¨¢brica era sin duda m¨¢s rico pero no infinitamente m¨¢s rico que el obrero, quiz¨¢ s¨®lo quince o veinte veces m¨¢s, como todav¨ªa ahora resulta serlo en Jap¨®n o -con mayor desproporci¨®n- en Alemania. Sin embargo actualmente el alto ejecutivo estadounidense gana doscientas y hasta trescientas veces m¨¢s que un trabajador medio de su pa¨ªs (?por no comparar sus ingresos con el salario de otras latitudes menos afortunadas!). Esta tendencia se generaliza tambi¨¦n en Europa. El creciente deterioro y la progresiva privatizaci¨®n de los mecanismos de seguridad social agravan estas escandalosas disparidades. Pero el sueldo elevad¨ªsimo de los ejecutivos mejor pagados no es nada si se lo compara con lo que puede ganar en un "pelotazo" afortunado un especulador burs¨¢til tipo Georges Soros o el avispado beneficiario de alguna stock option entendida como recompensa pol¨ªtica...
Desde un punto de vista estrictamente moral, lo m¨¢s grave es que la desigualdad desaforada parece despertar en el com¨²n de los ciudadanos de los pa¨ªses desarrollados m¨¢s envidia que esc¨¢ndalo (o un esc¨¢ndalo razonado como si fuese producto de la envidia y no de ninguna concepci¨®n m¨¢s justa). Por lo visto hemos tenido mala suerte y resulta que Calvino, el m¨¢s antip¨¢tico de todos los maestros morales que en el mundo han sido, ha terminado triunfando plenamente, al menos en el terreno econ¨®mico. Pero aun as¨ª ser¨ªa oportuno hacer dos consideraciones no tanto estrictamente ¨¦ticas sino m¨¢s bien pol¨ªticas (?se acuerdan de cuando la reflexi¨®n pol¨ªtica no era una tarea imposible o denigrante sino propugnadora de valores no menos respetables que los dem¨¢s?). En primer lugar, por mucho que la mayor abundancia de unos pueda deberse a su iniciativa o dones individuales (aunque mi opini¨®n personal es que la extrema opulencia nunca se debe a las cualidades que uno tiene sino a aquellas, com¨²nmente consideradas escr¨²pulos, que nos faltan) no conviene olvidar que toda riqueza econ¨®mica es fundamentalmente social. Nadie se enriquece m¨¢s que en la sociedad y merced a mecanismos sociales: por tanto cualquier ganancia cuya desmesura la lleve a desentenderse de sus obligaciones sociales opera con una falta de realismo que antes o despu¨¦s tiene que revelarse suicida. En segundo lugar, est¨¢ comprobado que los pa¨ªses m¨¢s seguros son precisamente los m¨¢s equilibrados o, si se prefiere, los m¨¢s justos. S¨®lo se puede aumentar la seguridad dentro de una naci¨®n y en el mundo potenciando mayor justicia. El camino contrario lleva a vivir en sociedades donde unos pocos deben dedicar todo su tiempo a acorazarse contra los depredadores y a vivir en fortalezas recelosas y feroces mientras a otros muchos no se les ofrece m¨¢s salida de la miseria que incorporarse a mafias o desahogarse con el terrorismo urbano. Lo ocurrido en la cumbre comercial de Seattle es una ligera se?al de alarma que encuentra mil confirmaciones ya casi end¨¦micas desde Am¨¦rica Latina y Oriente Medio hasta Rusia.
?Qu¨¦ dice entonces la ¨¦tica de quienes no se resignan al calvinismo, sin renunciar por ello a la modernidad desarrollada? Pues quiz¨¢ que urge revisar el ego¨ªsmo meramente acumulativo y adquisitivo para liberar un amor propio basado en que es mejor disfrutar lo suficiente que perder la vida defendiendo con u?as y dientes lo demasiado contra quienes tienen poco o nada. Y comprender que nadie puede interesarse racional y cuerdamente por s¨ª mismo desinteres¨¢ndose de todos los dem¨¢s... sobre todo en este mundo ya globalizado donde vivimos en una tribu de m¨¢s de seis mil millones de personas.
Pies]
Fernando Savater es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa de la Universidad Complutense de Madrid.
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