El Magreb a vuelo de p¨¢jaro
En vuelo desde un Marruecos en j¨²bilo por la ca¨ªda estrepitosa de Basri, el todopoderoso ministro del Interior de los ¨²ltimos veinte a?os, el avi¨®n de Tunis Air atraviesa el espacio a¨¦reo de Argelia, en donde la ilusi¨®n creada por la elecci¨®n de Buteflika se ha desmoronado en unos meses: el poder real sigue en manos de la llamada mafia pol¨ªtico-financiera que controla al pa¨ªs y arrumba o asesina a los propios presidentes nombrados por ella. Si el islamismo radical ha sido militarmente vencido, la democracia y la paz se alejan como un espejismo. Un vecino de asiento, un ingeniero de Or¨¢n establecido en Casablanca, dictamina: "?C¨®mo puede salvarnos el mismo se?or que nos meti¨® en el pozo en que estamos?". Tambi¨¦n ¨¦l viaja a T¨²nez, pa¨ªs que no he visitado, le digo, desde hace 32 a?os. "Lo encontrar¨¢ muy cambiado, comenta. ?Ojal¨¢ vivi¨¦ramos nosotros como viven ellos! Pero le aconsejo que sea discreto y no hable con nadie de pol¨ªtica. En este terreno creo que los tunecinos nos envidian".La involuci¨®n democr¨¢tica de T¨²nez a lo largo de la ¨²ltima d¨¦cada es un fen¨®meno sorprendente en la medida en que no responde a razones objetivas. Con nueve millones y pico de habitantes, una agricultura floreciente, un turismo en continua expansi¨®n (m¨¢s de cinco millones de visitantes anuales), un nivel de vida superior al de los pa¨ªses hermanos del Magreb y una tasa de analfabetismo muy inferior a la de ¨¦stos, la imagen que ofrece al forastero resulta a primera vista risue?a. Un recorrido por las avenidas de la capital y el bello recinto de la Medina refuerzan esa impresi¨®n: calles limpias, ausencia de mendigos, art¨ªculos de consumo como en cualquier ciudad europea. El traje tradicional ¨¢rabe-otomano ha desaparecido. El kemalismo militante de Burguiba acab¨® con ¨¦l y todas las mujeres, j¨®venes y menos j¨®venes, visten a la occidental, sin el aire a¨²n inseguro y desafiante de sus hermanas marroqu¨ªes. La laicizaci¨®n ha sido asumida por la sociedad y no choca ya a nadie. Todo en suma confirma el cuadro de progreso y tolerancia que las oficinas de turismo tunecinas venden con ¨¦xito en Alemania, Francia, Italia y los pa¨ªses escandinavos.
Pero esa pintura tan amena oculta una realidad que dista mucho de serlo. La omnipotencia de la m¨¢quina policial del r¨¦gimen -creada primero para erradicar el movimiento islamista y luego cualquier veleidad de oposici¨®n democr¨¢tica-, expuesta con luz cruda en el libro de Nicolas Beau y Jean Pierre Tuquoi, Notre ami Ben Al¨ª, y los art¨ªculos de Catherine Simon ("La Tunisie de Ben Al¨ª", Le Monde, 21-23 de octubre de 1999) aparece en cuanto se escarba un poco en la superficie: en verdad, vertebra la totalidad del sistema. El control de la poblaci¨®n, me dicen universitarios, diplom¨¢ticos y miembros de las organizaciones de derechos humanos no autorizadas, es completo. Nadie puede mover un dedo -esto es, formular una cr¨ªtica al r¨¦gimen y sobre todo a su jefe omn¨ªmodo- sin exponerse a una amplia gama de medidas disuasorias que van de la confiscaci¨®n del pasaporte -varias personas con quienes habl¨¦ no pueden salir del pa¨ªs- a todo tipo de amenazas, chantajes, actos intimidatorios y escenas de brutalidad repulsiva. La represi¨®n del poder no recurre como antes a m¨¦todos dignos de los Ufkir y Dlimi: no hay redadas masivas ni listas interminables de v¨ªctimas como las que afloran hoy a la lumbre del agua en el nuevo Marruecos. El terror interiorizado en T¨²nez por los n¨²cleos profesionales, sindicales y universitarios opuestos al r¨¦gimen explica que, si bien la porf¨ªa de ¨¦ste en destruir a quien discrepa de su absolutismo y arbitrariedad no se haya amansado, s¨ª ha disminuido en cambio el n¨²mero de personas dispuestas a dejarse triturar por ¨¦l. El Gran Hermano vela por el silencio y conformismo resignado de la poblaci¨®n. Los tunecinos comen y callan. Saben que, en otros ¨¢mbitos, muchos no comen y deben callar.
La apoteosis plebiscitaria de Ben Al¨ª, reelegido por tercera vez unos d¨ªas antes de mi estancia en T¨²nez por un 99% de los votantes, se acompa?a de una censura puntillosa de los medios informativos. La prensa francesa, asequible a una gran parte de la poblaci¨®n, se halla representada principalmente por semanarios deportivos y revistas del coraz¨®n. Pregunto por ella en los grandes quioscos de la avenida de Bourguiba. ?Le Monde? No ha llegado. ?El Nouvel Observateur? Tampoco. Bueno, d¨¦me Lib¨¦ration. El quiosquero se encoge de hombros. ?Le Monde Diplomatique? Esta vez eleva los ojos al cielo como suele hacerse en Turqu¨ªa. Los cambios pol¨ªticos de Marruecos son silenciados: toda idea de cambio inquieta. As¨ª, busco en vano en las p¨¢ginas de Le Renouveau -que nunca se renueva- y de Le Temps -que planea fuera del tiempo- cualquier referencia a problemas pol¨ªticos o sociales del pa¨ªs. Simplemente no existen. S¨®lo algo se repite a diario: la salva de ditirambos en honor del Jefe.
A lo largo de las aceras del centro de la capital, pegado en paredes y escaparates, el retrato ubicuo de Ben Al¨ª se adorna con la leyenda "La elecci¨®n de un pa¨ªs". Pero si el representado es uno, el vestuario presidencial y la simbolog¨ªa que lo realza ofrecen exquisitas variantes. Ben Al¨ª aparece en ellos como un Padrino, personaje del filme de Robert de Niro: pelo negro te?ido o peluqu¨ªn cuidadosamente ajustado, sin un solo cabello rebelde. El m¨¢s com¨²n lo representa de chaqu¨¦, con pechera y cuello de pajarita inmaculados; banda roja cruzada en el pecho entre la chaquetilla y la camisa; vistoso collar de dignatario o doctor honoris causa; medall¨®n de oro con cintas y colgajos a la altura del diafragma. Otros lo muestran saludando con el brazo, siempre sonriente, junto a la bandera patria, o bien de perfil, entre ¨¦sta y dos ni?os propulsados audazmente al futuro. O aun frot¨¢ndose las manos con el aire satisfecho de quien acaba de calcular las ganancias de una jugada maestra en la Bolsa o ser premiado con el gordo de la loter¨ªa. Las combinaciones vestuarias del presidente son dignas asimismo de una descripci¨®n a¨²n sucinta: camisas unicolor de impecable cuello almidonado, corbatas azules, burdeos o de cuadros; chaquetas grises, beis o azul marino; pa?uelos de seda cuyo pico sobresale del bolsillo superior del traje dise?adoPasa a la p¨¢gina siguiente
Juan Goytisolo es escritor.Juan Goytisolo es escritor.
El Magreb a vuelo de p¨¢jaro
Viene de la p¨¢gina anterior por Armani. Un Ben Al¨ª resplandeciente ocupa el sill¨®n granate del respaldo y brazos dorados, del inconfundible estilo Luis XVI de los folletines de la televisi¨®n egipcia.
?Cu¨¢les son las perspectivas de cambio? A corto plazo, ninguna, me dicen los miembros de la acosada y exigua oposici¨®n democr¨¢tica. Pero la corrupci¨®n y el nepotismo reinantes, al acaparar una parte cada vez mayor de la riqueza nacional para el clan presidencial y sus ramificaciones administrativas, pueden provocar a medio plazo una situaci¨®n dif¨ªcil, incluso explosiva. El Fondo Nacional de Solidaridad creado para atender a las necesidades de las clases sociales m¨¢s bajas tentadas anta?o por el islamismo, y cuya gesti¨®n se halla en manos de Ben Al¨ª, es fuente de toda clase de malversaciones en provecho de la famila, y la parte al¨ªcuota de la clase empresarial en los sectores m¨¢s din¨¢micos y provechosos del mundo de los negocios tiende a reducirse gradualmente a causa de la voracidad del clan. El "modelo tunecino" de progreso econ¨®mico y bienestar social ?puede truncarse de pronto y conducir a la mayor¨ªa de la poblaci¨®n a un callej¨®n sin salida? Algunos indicios de inquietud respecto al futuro y la humillaci¨®n colectiva tras la farsa electoral "a la b¨²lgara" apuntan a esta direcci¨®n. Un r¨¦gimen tan autocr¨¢tico y policial no responde desde luego a las exigencias de una sociedad moderna como la tunecina. La brecha abierta entre el T¨²nez oficial y el real aumentar¨¢ inevitablemente de d¨ªa en d¨ªa.
Al atardecer, sobre los ¨¢rboles de la avenida de Burguiba y de las plazas atalayadas, desde mi habitaci¨®n del hotel ?frica decenas de millares de aves dibujan y desdibujan figuras de l¨ªneas y puntos fugaces: h¨¦lices, remolinos, tri¨¢ngulos, m¨®viles de una fascinadora belleza inspirada, se dir¨ªa, por Calder. El escultor hubiese quedado suspenso, bajo el cielo glorioso de T¨²nez, ante los juegos y combinaciones de aquel espacio en movimiento continuo. Yo tampoco pod¨ªa arrancarme a su hechizo, a la contemplaci¨®n del flujo de formas cambiantes trazadas con invisible mano de artista: eran las criaturas libres en las que so?aban tal vez, en su jaula pasablemente dorada, las tunecinas y tunecinos ociosos sentados en las terrazas.
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