Hielo y calefacci¨®n

JUSTO NAVARRO

Cae hielo del cielo: la incredulidad inmediata se convierte en asombro ante estas muestras de clima monstruoso sin domesticar, granizo acromeg¨¢lico, estratosf¨¦rico. Los cient¨ªficos del fr¨ªo y el mineral y la meteorolog¨ªa suman perplejidad a la perplejidad y sacan hielo de donde apenas hay agua, de la estratosfera (este hielo es estratosf¨¦rico), y yo, ante el descomunal y ¨²nico grano de la granizada a pleno sol de Sevilla, record¨¦ aquella ¨²nica l¨¢grima que derram¨® un rey (o una reina de Francia, ya no s¨¦) cuando acababan de cortarle la cabeza. Dicen que un desalmado abofete¨® la cabeza cortada y una ¨²nica l¨¢grima brot¨® de aquellos ojos que nadie sabe si a¨²n segu¨ªan viendo a los espectadores.

Quiz¨¢ me acuerdo de esto porque me sorprende la ca¨ªda del hielo leyendo Guerra de Granada, de Diego Hurtado de Mendoza. Es una manera de huir del fr¨ªo de estos d¨ªas no salir del cuarto: el extra?o caso del hombre que hu¨ªa inm¨®vil. (Una maestra sueca, jubilada, natural de regiones pr¨®ximas al Polo Norte, me comentaba que jam¨¢s hab¨ªa pasado tanto fr¨ªo como aqu¨ª, en el sur: no pudo soportar estos fr¨ªos y volvi¨® a su pueblo, donde en la calle andan a -20 grados, pero en las casas mantienen una temperatura constante de m¨¢s de veinte.) Aqu¨ª estoy, con la Guerra de Granada, historia del aplastamiento cotidiano, la rebeli¨®n y el aplastamiento militar de los moriscos entre 1568 y 1571 por tierras de Granada, M¨¢laga y Almer¨ªa.

Entonces el cad¨¢ver descabezado del morisco enemigo se les daba a los muchachos para que pasaran el d¨ªa divirti¨¦ndose mientras la cabeza quedaba en una jaula de hierro, en la Puerta del Rastro, camino de las Alpujarras. O les regalaban un cad¨¢ver viviente, sin ojos, con cencerros al cuello. No hab¨ªa videojuegos entonces: el mundo en el que caen las incre¨ªbles masas de hielo est¨¢ muy lejos de aquel horrible mundo de 1570, nuestro mundo antiguo. El acontecimiento extraordinario del hielo ca¨ªdo del cielo me deja asomarme al interior de nuestro mundo presente, casi futuro. Estas cosas imprevistas descubren aspectos que hab¨ªamos olvidado: como cuando alguien se tuerce un pie y acaba en el ambulatorio y descubre que lleva los calcetines de dos colores.

Las noticias del hielo volante me transportan a lugares como Tocina o Sufl¨ª, nuestro mundo interior, es decir, nuestra alma. Estoy siguiendo a la viuda que va al m¨¦dico en el pueblo de 250 habitantes, y al jubilado de Villanueva del R¨ªo que completa el dinero de la pensi¨®n con lo que saca de la le?a y haciendo tratos con ganado. Hay una conversaci¨®n sobre la capadura del cerdo, en el Bar El Pel¨®n de la calle Virgen del Carmen, y unos hombres cavan una zanja al sol, y el mundo no se mueve hasta que cae hielo del cielo y, ante la perplejidad de los cient¨ªficos, la Guardia Civil se lleva al g¨¦lido extraterrestre, presunto culpable de la rotura de un cristal y el reventamiento de un coche y el ataque a una se?ora. El vendedor ambulante de cisco y pic¨®n para calefacci¨®n de las casas, ¨²nico testigo, probablemente acostumbrado a ser sospechoso y morisco, corre despavorido, gritando:

-Yo no he sido, yo no he sido.