Un quinqui en el T¨ªvoli RAM?N DE ESPA?A
Durante los a?os 60, la variante musical a la famosa pregunta infantil "?A qui¨¦n quieres m¨¢s, a pap¨¢ o a mam¨¢?" consist¨ªa en hacerte elegir entre los Beatles y los Rolling Stones. Mientras no te salieras de tan limitada opci¨®n, todo iba bien. Pero si dec¨ªas que ambos grupos te parec¨ªan estupendos, pero que quienes te llegaban realmente al coraz¨®n eran los Kinks, entrabas directamente en la dimensi¨®n desconocida y te ca¨ªa ipso facto el sambenito de tipo raro. Supongo que ahora pasa lo mismo, y que el adolescente que prefiere escuchar a Pulp en vez de a correctos y pulcros copistas como Oasis y Blur sufre una suerte parecida. Siempre es socialmente peligroso apartarse del reba?o, aunque es innegable que se refuerza un mont¨®n la autoestima al tomar partido por los gloriosos segundones, por esa gente que, en cualquier campo de la creaci¨®n, ocupa un lugar marginal que s¨®lo es de una importancia fundamental para sus seguidores.Los Kinks siempre han sido unos gloriosos segundones. Da igual que inventaran el punki rock en 1962 con You really got me, o que compusieran en 1969 la primera opereta rock de la historia, Arthur or the decline and fall of the british empire. Da igual que su l¨ªder, Ray Davies, aportara necesarias dosis de humor a un g¨¦nero que frecuentemente se toma demasiado en serio a s¨ª mismo. Da igual que los Kinks estuvieran desde el principio y que sus propuestas fueran, a menudo, m¨¢s ingeniosas y estimulantes que las de sus m¨¢s famosos contempor¨¢neos. Los Kinks nunca figurar¨¢n en las enciclopedias al mismo nivel que los Beatles y los Stones. S¨ª, alcanzaron cierta fama, cierto culto y cierto incremento de sus cuentas bancarias, pero, tal vez afortunadamente, nunca ser¨¢n la banda sonora de una generaci¨®n ni sus canciones sonar¨¢n en los insufribles documentales sobre los a?os 60 con que las televisiones nos castigan con excesiva frecuencia. Por usar un t¨¦rmino anglosaj¨®n definitorio de los segundones, los Kinks siempre ser¨¢n el underdog de la m¨²sica pop de finales del siglo XX.
En este orden de cosas, me pregunto si se llenar¨¢ el teatro T¨ªvoli esta noche , cuando el l¨ªder de los Kinks, Raymond Douglas Davies (Londres, 1944) ofrezca un concierto de peque?o formato. Si no se llena derramar¨¦ l¨¢grimas, pero ser¨¢n de cocodrilo, pues una de las cosas que m¨¢s ilusi¨®n me puede hacer en este mundo es escuchar al t¨ªo Ray en petit comit¨¦, cruzando miradas de complicidad con todos esos freaks que cuando les preguntaban a quien prefer¨ªan, si a los Beatles o a los Rolling Stones, confesaban que a quienes realmente adoraban era a los Kinks.
Los Kinks, de hecho, s¨®lo es el nombre que se invent¨® Ray Davies para ofrecer a la sociedad, a trav¨¦s del rock and roll, su visi¨®n del mundo como un lugar confuso lleno de gente perdida que intenta tirar adelante sin entender muy bien en qu¨¦ consiste todo. Las canciones de este underdog est¨¢n protagonizadas por otros underdogs y van dirigidas a m¨¢s underdogs.Su narrador es un dandi heterosexual, aunque algo l¨¢nguido, que si se toma unas copas de m¨¢s, algo que le ocurre con frecuencia, puede encontrar interesante a un travestido llamado Lola y dedicarle uno de sus mejores temas. Cronista social adem¨¢s de m¨²sico, Ray Davies resume en su inmensa discograf¨ªa el ¨²ltimo tercio del siglo XX desde la perspectiva de un aspirante a holgaz¨¢n que no para de trabajar y que ordena sus pensamientos en forma de canciones de tres minutos. Evidentemente, eso tampoco le ha permitido ser considerado un escritor: les recuerdo que los aut¨¦nticos poetas del pop son Bob Dylan y Leonard Cohen.
Ninguneado como m¨²sico y como escritor, Ray Davies ha contado, sin embargo, con una parroquia fiel de seguidores que han ido encajando encantados sus cambios, sus reinvenciones y sus disfraces, sabiendo que detr¨¢s de todo eso siempre estaba el muchacho de Muswell Hill que explicaba historias diferentes a las de los dem¨¢s. Tanto daba si se trataba de un tema de dos minutos como You really got me o de una opereta sobre los a?os infantiles como Schoolboys in disgrace, o de una autobiograf¨ªa como X Ray, o de un libro de relatos como Waterloo sunset, o de un mediometraje para televisi¨®n como Return to Waterloo. Sonido, imagen y letra impresa s¨®lo han sido soportes narrativos para el rockero m¨¢s literario de la historia, cuyos m¨¦ritos tal vez no han sido reconocidos por su culpa, por su inveterada man¨ªa de evitar el tono ¨¦pico y centrarse en las miserias de la gente peque?a, explicadas con grandes dosis de fatalismo y sentido del humor.
Ray Davies cambia hoy el Palacio de los Deportes en el que le vimos actuar a mediados de los ochenta por el teatro T¨ªvoli. Y sus seguidores, que ya no estamos para que nos pisen y nos tiren cervezas por encima, se lo agradecemos mucho. Puede que ¨¦l se acerque a la sesentena, pero nosotros tampoco somos unos cr¨ªos.
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