Castigos paternos
El Reino Unido est¨¢ revisando a marchas forzadas, a impulsos del Tribunal Europeo de Derechos Humanos, su cat¨¢logo de normas y tradiciones que permit¨ªan hasta extremos dif¨ªcilmente comprensibles el recurso al castigo corporal de los ni?os en la escuela y la familia. No hace mucho, el alto tribunal propin¨® un varapalo al sistema judicial brit¨¢nico por tratar como adultos, y no como dos ni?os de apenas 11 a?os, a los autores del asesinato en 1993 del peque?o James Bulger, en Liverpool. La definitiva abolici¨®n del castigo corporal en las escuelas deber¨¢ extenderse tambi¨¦n al seno de las familia tras la sentencia dictada ahora en Estrasburgo -a demanda de un ni?o de 9 a?os apaleado por su padrastro-, que considera incompatible con la Convenci¨®n Europea de Derechos Humanos la ley brit¨¢nica de 1860 que daba carta blanca a los padres para golpear a sus hijos.Hay que felicitarse de que estas normas y tradiciones, chocantes en el pa¨ªs considerado cuna de los derechos civiles, sean definitivamente abolidas. Y alabar el esfuerzo que hacen las autoridades por adaptar esa trasnochada legislaci¨®n a los par¨¢metros europeos. Como muestra de su empe?o, los laboristas pretenden sustituir la ley de 1860 por otra que distinga claramente entre castigos menores -un cachete o bofetada ocasionales- y los atentatorios a la integridad f¨ªsica, como una paliza o golpes en zonas sensibles del cuerpo. Quiz¨¢s el Gobierno de Blair exagera al pretender regular hasta ese extremo las relaciones entre padres e hijos. Ninguna ley puede decidir sobre si un bofet¨®n es o no procedente, como tampoco hace falta enfatizar que apalear a un ni?o o golpearle con sa?a constituye una conducta susceptible de ser sancionada penalmente. En este terreno, los poderes p¨²blicos deben intervenir lo justo.
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