LA CR?NICA El buen actor PEDRO ZARRALUKI
En este mundo hay tipos con suerte y a veces, s¨®lo a veces, te conviertes en uno de ellos. A una amiga m¨ªa le fue imposible acudir al estreno en Barcelona de la obra El verdugo -que ha tra¨ªdo la compa?¨ªa Teatro de la Danza bajo la direcci¨®n de Luis Olmos- y me pas¨® su invitaci¨®n. As¨ª que el jueves pasado me fui al teatro Victoria con una duda inquietante: era evidente que el gran gui¨®n de Luis G. Berlanga y Rafael Azcona escond¨ªa en su interior una obra de teatro, pero ?qu¨¦ loco o suicida pod¨ªa intentar trasladar a otro medio una pel¨ªcula tan emblem¨¢tica y tan redonda como ¨¦sa? Bernardo S¨¢nchez emprendi¨® la adaptaci¨®n hace ya tres a?os. Y el resultado se ha estrenado en nuestra ciudad, tras su paso preceptivo por Alcobendas.Al caer el tel¨®n comprend¨ª el entusiasmo con que los creadores del gui¨®n original hab¨ªan recibido su paso al teatro. La obra, que se mantiene fiel a la pel¨ªcula, es algo m¨¢s tr¨¢gica y, a su manera, tan redonda como aqu¨¦lla. Luisa Mart¨ªn demuestra merecer su indudable prestigio, Alfred Lucchetti logra hacer suyo un personaje que parec¨ªa pertenecer por entero a Pepe Isbert y Juan Echanove est¨¢ sencillamente magistral en su papel de enterrador y aprendiz de verdugo. Sal¨ª al vest¨ªbulo convencido de que -y quiz¨¢ con ello se estaba marcando un hito- un cl¨¢sico del cine acababa de convertirse tambi¨¦n en un cl¨¢sico del teatro.
Pero mi suerte no acababa ah¨ª. En el vest¨ªbulo me encontr¨¦ con otro viejo amigo al que transmit¨ª mi admiraci¨®n por El verdugo teatral. "Si te ha gustado tanto Echanove", me contest¨®, "d¨ªselo". Y me pas¨® el n¨²mero de su m¨®vil. Al d¨ªa siguiente le llam¨¦ y el actor me cit¨® en su camerino.
Un d¨ªa despu¨¦s de haber estado en aquella enorme sala en la que resonaban los aplausos, la volv¨ª a visitar vac¨ªa y en penumbra. En los teatros, cuando est¨¢n desiertos, el silencio es tan grande que te oprime el pecho. Descend¨ª por el patio de butacas hacia una puerta tras la que se adivinaba un rayo de luz. All¨ª, al final de unas cortas escaleras, estaban los camerinos. Y en uno de ellos me esperaba Juan Echanove.
Estaba solo, inconmensurablemente solo en aquel teatro que un par de horas despu¨¦s se hallar¨ªa abarrotado. El gran tama?o del Victoria le ha obligado a sustituir el tabaco por infusiones, y mientras tom¨¢bamos asiento se ofreci¨® a prepararme una. Aprovech¨¦ su distracci¨®n con las bolsas de hierbas -"de ¨¦sta no te pongo, es para la voz y sabe a rayos"- para observarle con impunidad. Este hombre de mand¨ªbula potente y unos ojos muy juntos que se funden en una penetrante mirada utiliza, para sonre¨ªr, todos y cada uno de los m¨²sculos de la cara. Su sonrisa es absoluta, como lo son todas sus expresiones, en buena l¨ªnea con una de las caracter¨ªsticas que m¨¢s me sorprenden de ¨¦l. Adem¨¢s de en el cine y en la televisi¨®n, le he seguido en muchas de sus siempre arriesgadas incursiones teatrales, y siempre me he preguntado c¨®mo pod¨ªa una persona con un f¨ªsico tan inconfundible, una persona nacida para ser exactamente como es, disfrutar al mismo tiempo de una versatilidad tan asombrosa. La respuesta estaba ah¨ª, en la absoluta y no premeditada entrega a cada una de sus expresiones. Juan Echanove tiene la enorme suerte de expresarse siempre desde dentro, dando la raz¨®n a Agust¨ªn Garc¨ªa Calvo cuando dice que el teatro es una de las formas de la poes¨ªa.
Hablamos un buen rato entre sorbo y sorbo de aquella horrible infusi¨®n. Echanove me explic¨® que la grandeza de El verdugo radica no tanto en abordar el tema de la pena de muerte -algo, por lo dem¨¢s, siempre necesario-, cuanto en estudiar hasta qu¨¦ punto vendemos todos el alma para conseguir y mantener las cosas que nos rodean. Hasta qu¨¦ punto la vida se vuelve un lugar complicado en el que acabamos perdi¨¦ndonos. Ya en el momento de irme le dije que me hab¨ªa impresionado profundamente su ¨²ltima mirada cuando, tras la ejecuci¨®n, aparece en escena y concluye la obra sin decir palabra. "Para conseguirla", me contest¨®, "recurro a la memoria m¨¢s dolorosa de la vida". Creo que nadie podr¨ªa utilizar un truco m¨¢s honesto.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.