De un ¨¦xodo
La Residencia de Estudiantes est¨¢ ofreciendo una gran exposici¨®n dedicada al poeta Emilio Prados en el primer centenario de su nacimiento. Con amor, con fervor, con rigor se exhiben manuscritos, libros, fotos, cuadros, documentos varios, los elementos fundamentales de aquella existencia, que principi¨® en M¨¢laga, prosigui¨® en Madrid -en la misma Residencia-, toc¨® Europa, retorn¨® a M¨¢laga, volvi¨® a Madrid en los d¨ªas heroicos de la resistencia al fascismo y salt¨® hacia M¨¦xico en largo destierro que s¨®lo la muerte clausurar¨ªa en 1962.Entre las varias lecciones que cabe extraer de esta exposici¨®n hay una, que no es seguramente novedosa pero que abruma con su presencia: la inmensa tragedia que represent¨® el destierro espa?ol de 1939. Prados fue un miembro destacado, pero un miembro al fin, de aquella Espa?a peregrina que dej¨® casi deshabitada a Espa?a en aquel tiempo oscuro. Cientos de miles de espa?oles se fueron de aqu¨ª y en muchos casos no volvieron. Se fueron y se llevaron la canci¨®n, como dec¨ªa Le¨®n Felipe, y con ella el pensamiento, la ciencia, la ¨¦tica, todo un mundo rico y sabio que estaba sentando las bases de nuestra modernidad. Se estremece el observador de esta exposici¨®n viendo a Emilio Prados en su entorno mexicano, su generoso entorno mexicano, que derram¨® el vaso de la mejor fraternidad sobre la riada de n¨¢ufragos de aquel desastre absoluto.
?Qu¨¦ hac¨ªa Emilio Prados en M¨¦xico?, se pregunta el visitante de esta exposici¨®n cuando se acerca a los papeles, libros y fotos del poeta. "Era un pajarillo y tambi¨¦n lo echaron", comentaba alguien a mi lado recorriendo la hermosa exposici¨®n. En efecto, era un poeta puro, pur¨ªsimo, uno de los m¨¢s puros que ha dado la lengua, una suerte de Juan de la Cruz laico, porque todo ¨¦l fue desligamiento, despojamiento, desnudez transitiva y generosa, y sin embargo nada de eso le sirvi¨® para evitar el destierro amargo, duro, incivil, que bebi¨® trago a trago como un c¨¢liz de pasi¨®n, por m¨¢s que el ¨¢ngel de la fraternidad, encarnado por el presidente de M¨¦xico, L¨¢zaro C¨¢rdenas, hiciera cuanto estuvo en su mano para paliar su sufrimiento y el de tantos espa?oles m¨¢s.
La Espa?a de la Uni¨®n Europea no debiera olvidar nunca la fraternidad de aquel M¨¦xico generoso y republicano, que sin duda se benefici¨® del trabajo fecundo de la Espa?a peregrina pero que no se anduvo en ning¨²n momento con oscuras burocracias e insidias de tintero, como esas que aqu¨ª parecen emerger ahora sus rostros de papel secante para vigilar la llegada de quienes buscan ganarse la vida decentemente en esta Espa?a al fin liberada de destierros pol¨ªticos y econ¨®micos.
Por M¨¦xico transit¨® media generaci¨®n del 27. All¨ª, en M¨¦xico, se han quedado para siempre los huesos de Luis Cernuda, Jos¨¦ Moreno Villa y Emilio Prados; un poco m¨¢s abajo, en Puerto Rico, reposan junto al mar las huellas humanas de Pedro Salinas. El Puerto Rico donde cerr¨® los ojos Juan Ram¨®n Jim¨¦nez, que all¨ª volvi¨® a escuchar d¨ªa a d¨ªa las palabras que su madre dec¨ªa con acento de Moguer soleado y claro. Tenemos la obligaci¨®n hist¨®rica de seguir mirando a Am¨¦rica, que es el eje natural de gravitaci¨®n de nuestra historia. Uno no sabe nada, ni quiere saber, de hispanidades y otras ret¨®ricas fraudulentas. Pero s¨ª sabe que las Espa?as de la sangre siguen fluyendo generosas con su r¨ªo de palabras puras. Algunos de nuestros grandes poetas del siglo las bebieron, transparentes y originarias.
Como este Emilio Prados que pajarea, entre papeles y fotograf¨ªas, por los viejos y leales chopos de la Residencia.
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