Respuesta al profesor Dom¨ªnguez Ortiz
El 15 de diciembre public¨® EL PA?S en estas p¨¢ginas un art¨ªculo del profesor Dom¨ªnguez Ortiz, que se supone era una rese?a y valoraci¨®n de mi libro Los or¨ªgenes de la Inquisici¨®n en la Espa?a del siglo XV (Barcelona, Cr¨ªtica, 1999). Digo "se supone" porque le¨ªdo el art¨ªculo y lo que presentaba como "lo esencial" de mi tesis, dud¨¦ de si el autor estar¨ªa pensando en una obra imaginada que me adscrib¨ªa por error. Pues no s¨®lo sustituy¨® mis ideas sobre temas fundamentales por otras totalmente ajenas a mi pensamiento, sino que me atribu¨ªa "conclusiones" exactamente contrarias a las que yo presento en mi estudio. ?Parece dif¨ªcil de creer? El lector atento y veraz podr¨¢ verlo con las siguientes observaciones."La tesis central" de mi obra, dice Dom¨ªnguez Ortiz, es que los Reyes Cat¨®licos fundaron la Inquisici¨®n para "destruir la poderosa minor¨ªa judo conversa" (cursivas m¨ªas). Pero yo no he dicho, sugerido ni aludido en ning¨²n lugar a que ¨¦se fuera el prop¨®sito de los Reyes Cat¨®licos. Al contrario, he afirmado que rechazaron de plano esta "soluci¨®n", que era la propugnada por los racistas (los enemigos m¨¢s encarnizados de los conversos), si nos atenemos a los escritos de sus dos campeones: Marcos Garc¨ªa y Alonso de Espina (Los or¨ªgenes... p¨¢gs. 455-457; 756-758). Igualmente rechazaron los Reyes la "soluci¨®n" de la expulsi¨®n, que para Espina era la segunda alternativa (p¨¢g. 754), o incluso la supresi¨®n de los derechos de los conversos mediante edictos discriminatorios contra ellos (p¨¢gs. 914; 960). Los Reyes Cat¨®licos fundaron la Inquisici¨®n con prop¨®sitos muy distintos, que he se?alado y explicado claramente en mi obra (p¨¢gs. 913-916, 922).
Sin embargo, Dom¨ªnguez Ortiz pasa por alto cuanto yo he dicho sobre las razones de los Reyes para establecer la Inquisici¨®n, y en su lugar me atribuye la idea de que el plan de "destrucci¨®n" no s¨®lo fue iniciado por la Inquisici¨®n espa?ola, sino que fue puesto en pr¨¢ctica y logr¨® plenamente su finalidad. Seg¨²n esto, refiri¨¦ndose a la fase hist¨®rica de la Inquisici¨®n que comenz¨® hacia 1520, presenta lo que da como opini¨®n m¨ªa: "Destruida la minor¨ªa marrana, la Inquisici¨®n busc¨® luego otras v¨ªctimas (protestantes, moriscos) para justificar su existencia". La verdad es que yo he aducido una serie de razones por las que la Inquisici¨®n se extendi¨® a otros grupos; pero entre ellas no estaba la "destrucci¨®n de los conversos" (p¨¢gs. 976-980). Es m¨¢s, la primera raz¨®n que menciono es el haber comprobado la Inquisici¨®n que no hab¨ªa logrado "derrotarlos" y que los conversos continuaban resisti¨¦ndola con tes¨®n y poniendo m¨¢s y m¨¢s obst¨¢culos en su camino (p¨¢g. 977). He dicho tambi¨¦n que al extender sus tent¨¢culos, la Inquisici¨®n no ces¨® en su impulso anticonverso, y que durante los siglos XVI y XVII, el Santo Oficio continu¨® mandando conversos a la hoguera (p¨¢g. 979). Obviamente, cuando yo escrib¨ªa estas cosas, estaba muy lejos de pensar que los conversos hubieran sido destruidos.
Pero esto no es todo. La misma incre¨ªble tergiversaci¨®n se repite despu¨¦s, acompa?ada por la "prueba" de mi supuesto error. Nuestro cr¨ªtico escribe que "hacia 1530, cuando la minor¨ªa conversa, seg¨²n la teor¨ªa de Netanyahu, hab¨ªa sido destruida, encontramos conversos por todas partes y muy bien situados". Parece haber olvidado que yo mismo, al describir la situaci¨®n en a?os posteriores, o sea, ?hacia 1550!, sostengo que los conversos segu¨ªan trabajando en sus ocupaciones tradicionales, en las profesiones liberales y administraciones urbanas, y en muchos cargos en las iglesias (p¨¢g. 1.066). He notado tambi¨¦n que sus matrimonios con los cristianos viejos continuaron sin parar durante los siglos XVI y XVII, hasta el punto de que Spinoza pod¨ªa escribir en 1670 (a base de la impresi¨®n com¨²n aunque imprecisa) que los conversos "de tal manera se han mezclado con los espa?oles que no queda recuerdo ni memoria de ellos" (p¨¢g. 971). No comprendo c¨®mo ha podido decir el profesor Dom¨ªnguez Ortiz que yo consideraba al grupo converso "destruido" hacia 1520, cuando afirmo repetidamente que en los dos siglos siguientes continuaron aportando funcionarios para muchos cargos, numerosos reos a los procesos inquisitoriales, y millares, en realidad cientos de miles, de candidatos para el matrimonio con cristianos viejos.
Pero volvamos a los Reyes Cat¨®licos y a sus razones para fundar la Inquisici¨®n. Dom¨ªnguez Ortiz no s¨®lo da una impresi¨®n err¨®nea de mi pensamiento fij¨¢ndose en la destrucci¨®n como el supuesto prop¨®sito de los Reyes, sino atribuy¨¦ndome la idea de que se movieron a esa soluci¨®n porque esperasen el estallido de algunos disturbios populares. "Conoce muy mal el car¨¢cter de los Reyes Cat¨®licos", escribe, "quien piense que podr¨ªan doblegarse ante unos tumultos populares". Podr¨ªa suscribir esta afirmaci¨®n (aunque con algunas reservas), pero ?qu¨¦ tiene que ver conmigo? Yo les atribuyo a los Reyes motivos de mucho m¨¢s peso, basados en su apreciaci¨®n de la situaci¨®n del pa¨ªs y de su valoraci¨®n de las fuerzas que estaban en juego. Se dieron cuenta de que el movimiento anticonverso se hab¨ªa extendido hasta englobar a la mayor¨ªa del pueblo (p¨¢g. 913) y consideraron su "explosivo potencial revolucionario" que pod¨ªa conducir a des¨®rdenes a gran escala (p¨¢g. 833). Ellos sab¨ªan que la fuerza motriz de aquel fogoso movimiento era el odio enconado a los cristianos nuevos, y viendo c¨®mo ese odio crec¨ªa y se extend¨ªa, "consideraron necesario parar su crecimiento y difusi¨®n antes de que produjera nuevas poderosas explosiones que pod¨ªan destruir todo el reino" (p¨¢g. 912). ?ste era el problema que, a mi juicio, los Reyes Cat¨®licos se sintieron obligados a resolver, y no simplemente unos "tumultos populares" como Dom¨ªnguez Ortiz me atribuye en su resumen de mi idea.
Ignorando mi conclusi¨®n de que la Inquisici¨®n se cre¨® para calmar la fogosidad del partido anticonverso y asegurar as¨ª la estabilidad del reino, Dom¨ªnguez Ortiz afirma sin reservas: "La Inquisici¨®n espa?ola fue producto del fanatismo religioso" y la ¨²nica cuesti¨®n que se propuso resolver fue la de los conversos judaizantes. El problema, sin embargo, est¨¢ en que, como indican nuestras fuentes, hacia 1480 no exist¨ªa tal cuesti¨®n, excepto en una fracci¨®n m¨ªnima; los conversos estaban cristianizados y alejados del pueblo jud¨ªo.
Dom¨ªnguez Ortiz piensa que puede esquivar esta dificultad con una nueva teor¨ªa por ¨¦l perge?ada para explicar lo que hab¨ªa ocurrido: "Resulta incomprensible", dice, "que los descendientes de los forzados conversos fueran cristianos sin fisuras: lo l¨®gico es que no pocos conservaran el recuerdo de la antigua fe y volvieran a ella, aunque con pr¨¢ctica irregular y contaminada, que es lo que suscitar¨ªa el adverso parecer de los rabinos acerca de la autenticidad de su juda¨ªsmo". As¨ª, contra el vasto cuerpo de fuentes jud¨ªas, que pintaban a los conversos como completamente cristianizados y como enemigos del juda¨ªsmo y de todo lo que representaba, tenemos ahora la novel teor¨ªa de Dom¨ªnguez Ortiz sobre la conducta de los descendientes de los conversos forzados, en la tercera y cuarta generaci¨®n, teor¨ªa no respaldada por una sola fuente, y contraria a todo lo conocido sobre conversiones jud¨ªas. Pero, adem¨¢s, las conclusiones extra¨ªdas por m¨ª de las fuentes judaicas concuerdan plenamente con lo dicho en las obras sobre los conversos escritas por autoridades conversas y de cristianos viejos, obras cuyo contenido he resumido, analizado y hecho accesibles al p¨²blico. Sin embargo, Dom¨ªnguez Ortiz no presta atenci¨®n a las trascendentales conclusiones extra¨ªdas por m¨ª de estas fuentes, ni cita una sola palabra de ellas. Su excusa es que utilizo estas fuentes "con m¨¦todos muy discutibles", ya que s¨®lo doy cr¨¦dito "a los autores que favorecen mi tesis y descalifico sin contemplaciones a los que la contradicen".
?Sin contemplaciones? He dedicado m¨¢s de 200 p¨¢ginas de mi libro al an¨¢lisis detallado de las ideas y acusaciones de los autores y l¨ªderes anticonversos. Si despu¨¦s de mi cuidadoso escrutinio de sus obras, termino descalific¨¢ndolos como testimonios fidedignos en todo lo relativo a la religi¨®n de los conversos, no ha sido porque la mayor¨ªa de sus afirmaciones est¨¦n en completa contradicci¨®n con el resto de mis fuentes (de jud¨ªos, conversos y cristianos viejos), sino porque est¨¢n repletas de acusaciones indignas de cr¨¦dito, fundadas en mentiras, libelos y absurdos, lo cual demuestra la falta de respeto de sus autores por la verdad y su insaciable deseo de denigrar a los conversos y poner fin a su asociaci¨®n con los cristianos viejos de Espa?a. Pero hay m¨¢s: este juicio no es s¨®lo m¨ªo; fue compartido por cristianos viejos de la mayor altura moral y legal, hombres como Fr. Alonso de Oropesa y Alonso D¨ªaz de Montalvo, que expresaron en los t¨¦rminos m¨¢s despectivos su opini¨®n sobre los agitadores anticonversos. Baste recordar que, seg¨²n Oropesa, estaban "tan corrompidos por la mancha de la envidia y la ambici¨®n" que los consideraba incapaces de aceptar ning¨²n argumento demostrativo de sus errores y de su perversa conducta (p¨¢g. 809). No ve¨ªa otro camino de enfrentarse al peligro que representaba sino "reducirlos al silencio" por rigurosos medios legales y expulsarlos de todos los oficios que desempe?aban en el Gobierno y en la Iglesia. Incluso recomend¨® su excomuni¨®n (p¨¢g. 810, y cf. Montalvo, p¨¢gs. 567-568). Sin embargo, Dom¨ªnguez Ortiz, que no presta atenci¨®n a Montalvo ni a Oropesa, y no cita una sola palabra de lo dicho por ellos, quisiera que yo desatendiera sus clar¨ªsimos juicios, as¨ª como las conclusiones de mi propia investigaci¨®n. Si yo hubiera hecho esto, quiz¨¢ no hubiera ¨¦l cuestionado mis "m¨¦todos" en la utilizaci¨®n de las fuentes.
Finalmente, aunque no considero necesario reaccionar a todas las dem¨¢s inexactitudes y frases impropias que encuentro en el art¨ªculo de Dom¨ªnguez Ortiz, no puedo pasar por alto su afirmaci¨®n de que mi libro termine con una "soflama" referente a Hitler y al Holocausto, "como si hubiera alguna paridad entre estos hechos y el caso espa?ol". Todas las palabras de esta afirmaci¨®n son no s¨®lo err¨®neas sino que sugieren exactamente lo contrario de lo que yo he dicho. El cap¨ªtulo en cuesti¨®n no es el "¨²ltimo" de mi libro, y no es una "soflama" en ning¨²n sentido, sino una ponderada reflexi¨®n sobre algunos problemas, analizados a mi juicio en un estilo sereno, y desde luego no trato en ¨¦l en absoluto de los hechos concretos de Hitler y el Holocausto. Pero ¨¦stos son s¨®lo "errores" preliminares tendentes a sugerir que yo establezca alguna "paridad" entre el Holocausto hitleriano y el caso espa?ol. En realidad, lo que yo me propongo dilucidar en ese cap¨ªtulo son las razones del origen del racismo en los dos pa¨ªses; esto me llev¨® a la conclusi¨®n de que en los dos hab¨ªa una causa com¨²n: la ineficacia del motivo religioso, ineficacia sentida por un n¨²mero creciente de personas, como pretexto para justificar la persecuci¨®n -en Alemania, porque el cristianismo hab¨ªa perdido vigencia, y en Espa?a porque los conversos eran ya cristianos-. Despu¨¦s indico las razones de las diferencias en los resultados de ambos movimientos. Mientras en Alemania el racismo conquist¨® el poder del Estado, en Espa?a no lo conquist¨® nunca. En consecuencia, mientras en Alemania el Estado fue capaz de aglutinar pr¨¢cticamente a toda la naci¨®n en la persecuci¨®n de los jud¨ªos, en Espa?a los conversos pudieron beneficiarse del favor y apoyo de gran parte del pueblo espa?ol, que se asoci¨® con ellos en empresas econ¨®micas y se uni¨® en matrimonio cada vez en mayor n¨²mero, de manera que la mayor¨ªa de los conversos (varios cientos de miles) quedaron completamente absorbidos entre los millones de espa?oles (p¨¢gs. 970-971). Finalmente, mi an¨¢lisis termina con la observaci¨®n de que, a diferencia de Alemania, en Espa?a, en ¨²ltima instancia, la batalla "no la ganaron los racistas, sino la mayor¨ªa de los conversos, que busc¨® su asimilaci¨®n con el pueblo espa?ol". Aqu¨ª, pues, como en otros lugares del libro, no insin¨²o "paridad" entre la Alemania nazi y la Espa?a de la ¨¦poca inquisitorial, como ha sugerido Dom¨ªnguez Ortiz, sino que he se?alado claramente la disparidad de los dos pa¨ªses en su respuesta a graves persecuciones.
B. Netanyahu es historiador israel¨ª.
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