En el club socialdem¨®crata SANTOS JULI?
Con lo poblado de centristas que al parecer est¨¢ el terreno de juego pol¨ªtico, pocos han sido los electores que se hayan animado a cruzar la raya del medio campo para votar en unas elecciones a partidos de la derecha y en otras a los de izquierda, o al rev¨¦s. Desde que se rompi¨® en pedazos el juguete de UCD por ver qu¨¦ hab¨ªa dentro y cada cual retorn¨® hacia donde le tiraban sus querencias, las convocatorias electorales repiten resultados similares: alrededor del 48% para la izquierda y en torno al 38% para la derecha. El resto de votos productores de esca?os se lo llevan los partidos nacionalistas y regionalistas, que vienen sumando de forma persistente alrededor del 10% del total.Esto es as¨ª desde hace a?os y nada indica que vaya a cambiar sustancialmente en un pr¨®ximo futuro. El problema para la izquierda no consiste en una sangr¨ªa de votos -11 millones en 1982 y un mill¨®n m¨¢s en 1996-, sino en que los 2,6 millones recogidos por IU en 1996 no sirvieron de nada a su destinatario, pero fueron como agua de mayo para la derecha. Y no porque Victor d'Hondt haya resultado ser un serial killer de terceros partidos, sino por la presencia de dos factores ajenos al matem¨¢tico belga: la enorme distancia entre los dos primeros y el tercero m¨¢s los pocos esca?os disponibles en un tercio de las circunscripciones. Si los tres partidos corrieran pis¨¢ndose los talones, el desv¨ªo de la proporcionalidad ser¨ªa mucho menor, pero si el tercero llega con la meta cerrada y hay poco que repartir, ya no encuentra ni las sobras del almuerzo.
Por eso, IU ha seguido hasta ayer una estrategia encaminada a empujar al PSOE hacia la derecha para convertirse en primer y ¨²nico partido de la izquierda. Eso le exig¨ªa correr dando codazos y poniendo zancadillas a su m¨¢s cercano competidor; proponer la unidad de acci¨®n de la izquierda para luego lamentar que no fuera posible porque el PSOE -como todav¨ªa proclama el manifiesto de su ¨²ltima asamblea federal- es el partido de la corrupci¨®n y degeneraci¨®n democr¨¢tica, del fundamentalismo neoliberal, del pensamiento ¨²nico, de la Europa de los mercaderes. Votar al PSOE era votar a la derecha.
Para hacer cre¨ªble su estrategia, IU se presentaba como guardiana de los valores puros, incontaminados, de la izquierda. Contaba, para ello, con un personaje muy singular, capaz de entonar impert¨¦rrito, derrota tras derrota, la misma salmodia, convencido de que al fin su voz clamante en el desierto ser¨ªa escuchada por las ovejas descarriadas. P¨¢ginas y p¨¢ginas de conferencias, ponencias, resoluciones, manifiestos, repet¨ªan un tipo de discurso que propon¨ªa una alternativa econ¨®mica, social, pol¨ªtica, ecol¨®gica, cultural, global, a esta democracia corrupta y a este capitalismo realmente existente. No era un discurso comunista, no hay nada de Lenin en toda esa farragosa producci¨®n, por la sencilla raz¨®n de que no era un discurso pol¨ªtico: no se propon¨ªa objetivos concretos ni discern¨ªa plazos e instrumentos para alcanzarlos; era otra cosa, una pr¨¦dica, una exhortaci¨®n, quiz¨¢ no m¨¢s que un cuento de la lechera.
Todo eso se ha acabado en un abrir y cerrar de ojos, y no es lo menos sorprendente de este giro estrat¨¦gico que su art¨ªfice se presente sin disimulo como un comunista convencido. Sin renunciar a su identidad, Frutos habla, por fin, un lenguaje pol¨ªtico, pero no el de un comunista que pretendiera subvertir el orden de las cosas, sino el propio de un militante de la socialdemocracia cl¨¢sica; en lo que dice sigue sin haber Lenin, pero son audibles los ecos de Kautsky. Cuando se niega a arrojar al PSOE al basurero de la historia y acepta las constricciones derivadas de compromisos internacionales, cuando propone un avance gradual hacia objetivos concretos de pol¨ªtica interior, sean las 35 horas, la reforma del Senado o la carga de impuestos, Frutos entra en el club de los socialdem¨®cratas. La apuesta es fuerte y el resultado incierto; igual se hace rico que acaba arruinado. Los electores dir¨¢n.
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