Hacia el posnacionalismo
Dije, y no digo Diego, que si el franquismo pudo reprimir y ocultar las reivindicaciones nacionalistas y proponer un ¨²nico nacionalismo espa?ol como unidad de destino en lo universal, la democracia espa?ola del futuro tendr¨¢ su salud y naturaleza pendientes de c¨®mo resuelve los pleitos de los nacionalismos interiores y las dos opciones de fondo con todas sus variantes: separatismo o confederaci¨®n. El problema no es s¨®lo espa?ol. La crisis de la identificaci¨®n del Estado naci¨®n con capitalismo nacional, arrollada por la econom¨ªa multinacional, favorece la deconstrucci¨®n del Estado naci¨®n convencional y la alternativa de nuevas comunidades articuladas no s¨®lo por intereses materiales compartidos, sino tambi¨¦n por hechos de conciencia m¨¢s o menos justificados por coartadas culturales o morales, entendiendo morales como la fijaci¨®n de h¨¢bitos de conducta supuestamente peculiares a una comunidad, h¨¢bitos diferenciales como los que Ferrater Mora supuso en Formas de vida catalana. Aquellos paradigmas racionalizados por el fil¨®sofo catal¨¢n a partir de una Catalu?a prefranquista, si eran dudosos como referentes hipot¨¦ticos, mucho m¨¢s dudosos lo son en la Catalu?a resultante del paso del franquismo y la transici¨®n. Estamos en una nueva naci¨®n real de los ciudadanos seg¨²n el concepto de Habermas, sostenedor de que a partir de la conciencia de los derechos del hombre y del ciudadano aparece "...una nueva sensibilidad entre los propios miembros de una sociedad que se volvieron conscientes de la prioridad del tema de la realizaci¨®n de los derechos fundamentales, de la prioridad de la naci¨®n real de los ciudadanos, sobre la imaginaria naci¨®n de los miembros de una comunidad hist¨®rica y ¨¦tnica".Si el Estado espa?ol tiene un problema de redifinici¨®n y reestructuraci¨®n, los nacionalismos perif¨¦ricos han de concertarse con la naci¨®n real, la formada por la ciudadan¨ªa realmente existente y no por un imaginario de ciudadan¨ªa a la medida de una naci¨®n ideal dictada por la Historia y por una voluntad esencialista. Durante la primera parte de la Transici¨®n, la izquierda catalana, fundamentalmente el PSUC, sali¨® de la resistencia proponiendo una nueva Catalu?a, asumidora del nuevo tejido social resultante de los movimientos migratorios, concepto aproximado al de la naci¨®n real de los ciudadanos. Los an¨¢lisis del PSUC fueron superando progresivamente el mecanicismo interpretativo con el que el marxismo convencional hab¨ªa descalificado toda reivindicaci¨®n nacional y contemplaba el asalto al franquismo, y un paso m¨¢s all¨¢ de una pol¨ªtica transformadora, como el resultado de la alianza del socialismo con el catalanismo popular. Pero el nacionalismo al uso reaccion¨® con la sospecha de que aceptar esa nueva Catalu?a s¨®lo conduc¨ªa a desvirtuar la Catalu?a de siempre sobre la que ten¨ªan derecho de propiedad los supuestos catalanes de siempre, supongo que herederos directos de lo preib¨¦rico, o los que abjurasen de cualquier veleidad espa?olista, sea la de sentirse paisanos de los ciudadanos de Espa?a, superando el punto de vista de que eran ciudadanos adosados, fuera la de alegrarse cuando Perico Delgado ganaba la Vuelta a Francia. Durante veinte a?os, el nacionalpujolismo ha gobernado la comunidad aut¨®noma de Catalu?a y ha marrcado las pautas identificadoras de la catalanidad, expl¨ªcita e impl¨ªcitamente, con la colaboraci¨®n de fuerzas pol¨ªticas y sociales no nacionalistas, pero conscientes del d¨¦ficit de catalanidad consecuencia de cuarenta a?os de ccentralismo neoimperial franquista. La palabra normalizaci¨®n, aunque se empleara exclusivamente a prop¨®sito de la reinstalaci¨®n ling¨¹¨ªstica, representaba el conjunto de un proyecto cultural y pol¨ªtico: asumir como normal, propia, natural la hegemon¨ªa de la catalanidad y promulgar las normas que garantizaran esa hegemon¨ªa. Era obvio que el tejido social de la Catalu?a de final del siglo XX no era el de la Catalu?a anterior a la guerra civil y precisaba pol¨ªticas de consenso para lo que estoy llamandboreinstalaci¨®n de la catalanidad y un comportamiento prudente por parte de la formaci¨®n pol¨ªtica nacionalista dominante. Consciente de la virtualidad de esa nueva Catalu?a, el nacionalpujolismo ha gobernado evitando un conflicto abierto, sin crear una grave quiebra social, pero sin la menor capacidad de dar un sentido nuevo a la palabra integraci¨®n. Es como si hubiera confiado en el factor tiempo como un aliado para que la naci¨®n real fuera a parar a la naci¨®n pujolista. La pol¨ªtica de hechos consumados y hechos consensuados ha aplazado el protagonismo de la naci¨®n real de los ciudadanos, sin que el pujolismo haya explicitado suficientemente de qu¨¦ imaginario de la catalanidad parte, paralizado a medio camino entre el tradicionalismo nacionalclerical y la Europa de las regiones de Edgar Faure, y a veces obligado a huidas hacia adelante para compensar a su hasta ahora disciplinada clientela independentista.
El pujolismo ha aparecido como un neonacionalismo interclasista capaz de asumir el catalanismo popular y el posibilista u oportunista de otros sectores y estamentos sociales, incluidos amplios sectores del franquismo sociol¨®gico catal¨¢n reciclado. Pero a camb¨ªo de no autoclarificarse nunca, y no planteo esa autoclarificaci¨®n seg¨²n los t¨¦rminos que suele usar la derecha espa?ola: fijar los l¨ªmites de la reivindicaci¨®n nacionalista. El pujolismo act¨²a consciente de esa naci¨®n real, pero sin querer connotarla, no fuera a poner en cuesti¨®n postulados y m¨¦todos esencialistas que no han conseguido ocultar sin estafa la imposibilidad de un nacionalismo interclasista hasta la metaf¨ªsica. Aparentemente, el neonacionalismo pujolista sigue demasiado pendiente de un discurso postrom¨¢ntico y en buena medida, como todos los neonacionalismos en ejercicio, debe su ¨¦xito finisecular a la quiebra de las grandes cosmogon¨ªas sociales cuestionadas por la forma y el fondo de la derrota del socialismo real en la Guerra Fr¨ªa. Todav¨ªa el neonacionalismo que puede afectar en Europa a Estados tan estructurados como el franc¨¦s, el espa?ol o el italiano, no ha sufrido un enfrentamiento directo con los se?ores de la globalizaci¨®n y su batalla ha sido de estar por casa, frente al enemigo tradicional e identificador, el Estado jacobino o centralista autoritario como el espa?ol. Cabe valorar la ayuda que ha prestado al nacionalpujolismo y a su equivalente vasco la inhibici¨®n o la impotencia de la izquierda para ofrecer una alternativa de proyecto, cuando no la complicidad social de los aparatos dominantes en la izquierda pol¨ªtica, aliviados en Catalu?a porque cuesti¨®n tan espinosa, pero venturosamente desarmada, como el nacionalismo catal¨¢n, quedaba en manos de nacional¨ªstas pactistas. La activaci¨®n cr¨ªtica de la izquierda en los dos ¨²ltimos a?os se debe al evidente desgaste biohist¨®rico del nacionalpujolismo en Catalu?a y del PNV en Euskadi y a los riesgos de descontrol que pudieran derivarse. Ante la posibilidad de despiece de la t¨²nica sagrada, la naci¨®n real de los ciudadanos deber¨ªa optar a elaborar una t¨²nica laica y no reclamar una parte de la reliquia, y por su parte, la naci¨®n real de los ciudadanos de Espa?a deber¨ªa superar la acomplejada alarma ante Catalu?a o Euskadi, por el procedimiento de considerar como propios sus patrimonios culturales y ling¨¹¨ªsticos, pedagog¨ªa que deber¨ªa asumir en primera instancia el Senado como C¨¢mara territorial, donde pudiera hablarse en catal¨¢n, gallego y euskera como paso previo para que estas lenguas y los hechos diferenciales que representan formaran parte de la educaci¨®n general b¨¢sica de la naci¨®n real de los ciudadanos de Espa?a, por encima del riesgo de construir un Estado de ciudadan¨ªas adosadas.
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