R&R
Escoltados por una marabunta de fisgones, reporteros y buscadores de entradas, con la mirada puesta en la consulta del traumat¨®logo y en el horario de vuelos, Del Bosque y Van Gaal han esperado hasta el ¨²ltimo minuto a Rivaldo y Ra¨²l.La ansiedad era comprensible: para una mayor¨ªa de seguidores y cr¨ªticos, Rivaldo y Ra¨²l no son simplemente los m¨¢s brillantes artistas en el reparto del derby, sino la representaci¨®n del ¨²ltimo recurso; una especie de delegaci¨®n de la Providencia. Cuando el partido avanza y los equipos se descomponen por el v¨¦rtigo de la tensi¨®n, ah¨ª estar¨ªan uno y otro buscando la salida imprevisible. Dif¨ªcilmente se podr¨ªa se?alar a otros dos deportistas separados por tantas diferencias y sin embargo unidos por tantas afinidades.
En primer lugar, ambos representan el carisma de los zurdos. Comparten el temperamento reservado y la visi¨®n invertida; son, como ya se ha dicho, tipos que interpretan la vida al rev¨¦s, quiz¨¢ porque pueden observarla desde el otro lado del espejo. En el fondo parecen dos infiltrados del pa¨ªs de nunca jam¨¢s: despu¨¦s de descifrar el mundo de los diestros se empe?an en conducir por la izquierda. Para redondear el cuadro, en ellos se cumple el proverbio deportivo seg¨²n el cual no hay zurdo malo.
Adem¨¢s ambos se mueven de la misma forma sobre la hierba: van y vienen descolgando las caderas, seg¨²n el inconfundible paso del marchador. En ese porte desgarbado se vislumbra la antigua leyenda que relacionaba a todos los futbolistas chuecos, como Garrincha, con un oscuro pasado de arrabal en el que coincidir¨ªan un crecimiento prematuro y alg¨²n problema de malnutrici¨®n. Pero tienen varias otras semejanzas; por ejemplo, su impulso de libertad: como se sabe, prefieren salirse de la formaci¨®n, irrumpir por sorpresa en los claros del dibujo y, abracadabra, resolver el partido en un golpe de mano. Ah¨ª terminan las similitudes; todo lo dem¨¢s es puro contraste.
As¨ª, Rivaldo domina las habilidades de orden superior que distinguen a los futbolistas especiales. La l¨®gica le es tan ajena como la contabilidad; a ¨¦l s¨®lo le atrae forzar las ¨®rdenes, las leyes y los l¨ªmites. Su repertorio est¨¢ en conflicto con la prudencia, y sus travesuras preferidas son perfectamente desaconsejables a cualquier aprendiz sensato. Seg¨²n rumores, la rabona, la trivela, la cola de vaca, la folha seca y dem¨¢s exquisiteces tropicales que practica con asiduidad pueden conducir a luxaciones, distensiones, contracturas y a otras pesadillas de la fisioterapia. Pero sobre todo el registro de Rivaldo es una suma de efectos ¨®pticos. Parece que va a salir por aqu¨ª, y se va por all¨¢; parece que ha mandado el bal¨®n a la base del poste, y resulta que al final vira hacia la escuadra.
Ra¨²l, en cambio, prefiere la f¨¢brica al Olimpo. S¨®lo tira de magia en situaciones de extrema necesidad y est¨¢ aquejado por el s¨ªndrome de la urraca: quiere arramblar con todas las copas. Tampoco se incomoda con las ¨®rdenes: desfila junto a los dem¨¢s y no reh¨²ye las tareas de limpieza y aprovisionamiento. Ahora bien, si los poderes del equipo no bastan para decidir, cambia la guerrera por el uniforme de gala, y en vez de marcar el paso se aplica a marcar la diferencia.
Aunque nunca logremos saber qui¨¦n de los dos es el m¨¢s grande, al menos podemos tener dos intuiciones: la de que Rivaldo conseguir¨¢ el gol del siglo, y la de que, cuando est¨¦ celebr¨¢ndolo, Ra¨²l bajar¨¢ la cabeza y se escabullir¨¢ entre l¨ªneas como de costumbre.
Naturalmente lo har¨¢ con la perversa intenci¨®n de birlarle el partido, el t¨ªtulo y el amuleto. Faltar¨ªa m¨¢s.
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