Con vistas al mar... de pl¨¢stico
El ra? de Cheb Mamy atrona en el barrac¨®n. Ahmed Boselhan sonr¨ªe sentado en la jarapa de lo que puede llamarse su sal¨®n, un espacio arrancado a la estrechez del m¨®dulo prefabricado de Protecci¨®n Civil en el que le han alojado con otros cinco marroqu¨ªes en medio del mar de pl¨¢stico de los invernaderos de Tierras de Almer¨ªa, la antigua posesi¨®n de Banesto en El Ejido."Hemos puesto estas literas pegadas para hacernos un comedor, porque cuando nos dormimos nos da igual estar juntos", asegura Boselhan mientras se calza las zapatillas Nike de imitaci¨®n. Dice que no se vive mal en esta caseta de reducidas dimensiones, acomodada como una jaima saharaui, colocada en mitad de un camino de tierra. S¨®lo echa en falta dos comodidades: una cocina y agua caliente en la ducha prefabricada para quitarse el sudor y el polvo de encima despu¨¦s de ocho horas de trabajo en un invernadero.
La caseta de Boselhan es una de las 22 que ya se han instalado para realojar a quienes perdieron sus chabolas en los disturbios de hace dos semanas en El Ejido, un pueblo que insiste en proclamar que los ataques a los braceros marroqu¨ªes no fueron actos racistas, sino una respuesta a una escalada criminal de los extranjeros, muchos de ellos ociosos y sin un duro. Cruz Roja calcula que el 25% de los magreb¨ªes residentes en la zona no tiene trabajo. Un vivero de marginaci¨®n que en demasiadas ocasiones cristaliza en delitos.
En el interior del barrac¨®n hay tres literas de pino plastificado y patas torneadas (¨¦sas que eran tan anchas que casi no cab¨ªan), dos de ellas colocadas juntas contra una pared, con s¨¢banas y mantas nuevas. Los m¨®dulos, llamados por los gitanos sankis, est¨¢n siendo montados en 22 terrenos cedidos por empresarios agr¨ªcolas. Dentro del m¨®dulo, modelo Eco6 de la empresa Wiron (el m¨¢s barato de la gama, unas 600.000 pesetas ya instalado), s¨®lo est¨¢n tres de sus seis moradores, porque los otros tres se han marchado a El Ejido, situado a una hora y media a pie por el mar de pl¨¢stico, una capa artificial que tapa la vista de la mar de agua, con su puerto deportivo y oleadas de europeos jugando al golf.
Los vecinos de Boselhan, los que ocupaban el otro m¨®dulo residencial instalado junto a las duchas, lo han abandonado precisamente porque les cog¨ªa muy lejos de su punto de trabajo. Por el momento, todo est¨¢ nuevo y pulcro. Es la pobreza dignificada.
Agua fr¨ªa
Sentados en la alfombra sobre el sintasol del suelo, los tres magreb¨ªes sonr¨ªen mientras escuchan el tema 07616 de Cheb Mamy. Cualquier comparaci¨®n con una chabola de pl¨¢stico es buena para la caseta de obra. Un enchufe para ocho y un tubo fluorescente en el techo son confort para estas personas. Adem¨¢s, ni la est¨¦tica de caseta de obra choca en este pueblo, que tiene un prost¨ªbulo gigante en una nave industrial en la misma entrada: el Golden Star. Techo de hierro tambi¨¦n para inmigrantes sexuales, rubias y rusas.
Cada uno ya se ha hecho una llave de su nueva casa y otra para las duchas, donde el agua corriente sale fr¨ªa. "Estar¨ªa bien que nos pusieran un calentador", se queja Boselhan, quien, no obstante, dice que en esta caseta de chapa y espuma de poliuretano vive mucho mejor que en las chabolas de pl¨¢stico, barro y uralita. Tampoco tienen cocina, y no les dejan hacer fuego ni encender en el interior el infiernillo del c¨¢mping gas.
Es la misma queja de Arab Said, que hace equilibrios para pasar de las duchas al dormitorio sin mancharse los pies de barro. "Estamos mejor que en la chabola, pero a m¨ª no me gustan", asegura mientras explica que el olor que flota en el ambiente es el de los sulfatos y nitratos con los que han sido rociados los cultivos de los invernaderos. Ahora es temporada baja y la menor cantidad de trabajo bajo los pl¨¢sticos ha llevado a varios centenares de magreb¨ªes a trasladarse de provincia (a Barcelona, Madrid, Murcia...), all¨ª donde hay trabajo y tranquilidad, aunque El Ejido vuelve a ser tan aburrido como lo era antes de los actos vand¨¢licos.
La marcha de los inmigrantes afectados por los disturbios ha podido ser constatada por Cruz Roja: de la lista de 502 desalojados, tuvo que llegar hasta el n¨²mero 59 para ocupar las primeras nueve plazas de los m¨®dulos prefabricados.
La falta del m¨®dulo con cocina es el motivo esgrimido por Antonio Heras, un agricultor con cuatro hect¨¢reas de pl¨¢stico en La Cumbre, para negarse a que se habiten las casetas de sus tierras, a tiro de piedra de la de Boselhan. "Me parece humillante que no les pongan cocinas y que los chavales tengan que cocinar y comer en mitad de la calle. Hasta que no les monten la cocina no voy a dejar que se vengan los m¨ªos aqu¨ª", se queja Antonio, para el que trabajan seis inmigrantes. La base de cemento para las cocinas ya est¨¢ construida y estas duchas s¨ª tienen calentador.
Los barracones han solucionado el aspecto del cobijo para dormir (aunque ya hay bromas sobre ronquidos y olores de pies), pero siguen cocinando en el camino. Y pese a todo, algunos inmigrantes miran con envidia. Abdallah Atauil se echa un vistazo desde fuera del barrac¨®n con envidia: "Esto est¨¢ mucho mejor que el cortijo de mi jefe, en el que no hay camas para todos y no tiene duchas". Lo que no saben es si en verano, con el sol infernal que caracteriza Almer¨ªa, les dar¨¢ tanta envidia.
Boselhan pone flamenco justo en el momento en que delante de una nube de polvo llega una patrulla de la Guardia Civil. "?Periodistas? Documentaci¨®n, por favor".
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