Los percebes esquivos PEDRO ZARRALUKI
Hace ya casi tres d¨¦cadas hice un viaje por el norte con mi abuelo. Era mi abuelo un hombre al que le gustaba vivir bien y, como sucede con ese tipo de personas, disfrutaba contagiando su entusiasmo a los dem¨¢s. Una noche en San Sebasti¨¢n, escandalizado el hombre de que yo a¨²n no los hubiera probado, pidi¨® percebes y me ense?¨® a comerlos. Debo confesar que al principio los mir¨¦ con cierta aprensi¨®n. Eran demasiado raros. Como bien los defini¨® ?lvaro Cunqueiro, parec¨ªan "restos de la poblaci¨®n extra?a de un oc¨¦ano m¨¢s antiguo". Sin embargo, aquella noche me acost¨¦ con el recuerdo de su sabor desliz¨¢ndoseme por el paladar, que se me hab¨ªa convertido, de la forma m¨¢s sutil posible, en un acantilado batido por las olas. A la ma?ana siguiente, mi abuelo ten¨ªa cosas que hacer y me dio mil pesetas -siempre me daba mucho dinero- para que yo hiciera lo que quisiera en su ausencia. Me fui al puerto pesquero en busca de una terraza. Cuando vino el camarero, le di aquel billete grande como una s¨¢bana y le ped¨ª que me trajera percebes. El camarero me mir¨® con cierta perplejidad. Pero a los pocos minutos reapareci¨® con una fuente inmensa que se me ha quedado grabada para siempre en el recuerdo.Nunca m¨¢s volv¨ª a probar percebes como aquellos. Cunqueiro, que aseguraba haber nacido al d¨ªa siguiente de que su madre, como yo en aquel lejano viaje, comiera una gran fuente de estos crust¨¢ceos, dec¨ªa de ellos que deb¨ªan ser, en cuanto a su tama?o, como el dedo pulgar de la mano derecha de un carpintero. Pues bien, jam¨¢s volv¨ª a encontrarlos. En vano los busqu¨¦ por marisquer¨ªas y mercados. Lo que finalmente me llevaba a los labios eran unos gusanos de pl¨¢stico desprovistos ya, si es que en alg¨²n momento lo hab¨ªan tenido, del sabor concentrado del mar m¨¢s bravo. Llegu¨¦ a creer que la madre de Cunqueiro y yo ¨¦ramos los ¨²ltimos en haber podido saborear el aut¨¦ntico percebe del que tanto escribiera su ilustrado v¨¢stago.
Hasta que el verano pasado hice un viaje por Portugal. Hab¨ªan pasado muchos a?os desde aquel otro viaje por el norte, y ahora era yo el que, nieto bien educado por un abuelo vividor, intentaba ense?ar a mi hijo a disfrutar de las cosas. Saliendo de Lisboa, y tras visitar las Bocas do inferno, nos detuvimos en una marisquer¨ªa de la costa. Nos ofrecieron percebes, que ped¨ª con el des¨¢nimo del que sabe que ya no existen. Mi hijo, que se llama ?lvaro en un inconsciente homenaje a Cunqueiro, puso al verlos la consiguiente cara de asco. Pero unos instantes despu¨¦s se le iluminaron las pupilas y me dijo, con voz temblorosa, que era lo m¨¢s bueno que hab¨ªa probado en su vida. Aunque de tama?o mediano, aquellos percebes estaban realmente bien. "Aprovecha", le dije, "porque en Barcelona es imposible encontrarlos".
Por suerte, me equivocaba. El ¨²nico problema es que los percebes vienen a m¨ª cuando quieren y no cuando yo los busco. Hace un par de semanas una pareja de amigos, que han decidido separarse y vender el piso que hasta entonces compart¨ªan, tomaron la buena decisi¨®n de organizar una comilona antes de repartirse los beneficios de su pasado en com¨²n. Me invitaron al restaurante Carballeira de la calle Reina Cristina. Tras bajarnos cuatro platos del magn¨ªfico pulpo a feira que all¨ª preparan, pidieron centolla, n¨¦coras y... percebes. Cuando nos los sirvieron me sent¨ª, no exagero, como la madre de Cunqueiro. Eran de un color negro viv¨ªsimo, y grandes como el dedo pulgar de la mano derecha de un carpintero. Y al probarlos resultaron ser espl¨¦ndidos, sencillamente espl¨¦ndidos. Ten¨ªan el sabor profundo de un oc¨¦ano antiguo.
No pude llamar a mi abuelo para dec¨ªrselo, pues hab¨ªa muerto hac¨ªa ya muchos a?os. Pero s¨ª pude llevar a mi hijo al Carballeira. Nos esperaba una gran decepci¨®n. "Hay muy mala mar all¨¢", se disculp¨® el camarero se?alando hacia lo alto como si Galicia se encontrara en alg¨²n lugar inconcreto del aire. "Hace una semana que no nos entran". Mi hijo me mir¨® con fastidio. Asumiendo mi papel de educador, le expliqu¨¦ que los percebes eran esquivos como todos los regalos que nos daba la vida, y que por eso hab¨ªa que estar preparado para disfrutarlos cuando aparecieran. En fin. No s¨¦ si fue una gran lecci¨®n, pero tampoco renuncio a que la recuerde en el futuro. Quiz¨¢ cuando yo ya est¨¦ comiendo percebes con mi abuelo.
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