Campa?a electoral JAIME GARC?A A?OVEROS
La campa?a electoral puede tomar numerosos vericuetos procedimentales. Y, en realidad, est¨¢n superpuestos de modo que coexisten incluso sin querer: la cu?a radiof¨®nica local, el cartel, el bombardeo televisivo, pero en este caso, se trata, en general, de trozos escogidos del gran mitin del d¨ªa anterior. Un gran mitin por d¨ªa, muy llamativo y en colores variados, donde el candidato deja caer frases elementales, de mayor o menor significaci¨®n o variedad, que tienden a lo rimbombante m¨¢s que a lo sustancioso.El ambiente se cierra por dos v¨ªas: prensa y radio. Las radios crean un universo electoral; lleno de comentarios, descalificaciones, loores, un mundo electoral que se impone por s¨ª mismo; y, por supuesto, la prensa, p¨¢ginas y m¨¢s p¨¢ginas destinadas al evento electoral. Y mezclado, como es natural, en proyecciones varias, de mayor o menor alcance territorial, de la parroquia al Estado.
De modo que un ciudadano dif¨ªcilmente escapa a este control electoral. Si es curioso de noticias pol¨ªticas, y las oye, ah¨ª se encuentra al filo de lo que se dice sobre cuestiones de campa?a. En este sistema, la televisi¨®n es fundamental: es el medio que te trae el mitin al que no quer¨ªas (o quer¨ªas) asistir, la abundante raci¨®n de imagen, que es lo que los pol¨ªticos suministran con profusi¨®n. Y todo ello complejo, complicado, en sus entresijos, para que lo que resulte sea de apariencia sencilla, n¨ªtida; mensajes muy elementales, en favor y en contra del adversario.
?Puede un ciudadano "pasar" de campa?a? Habida cuenta de la afici¨®n a la televisi¨®n, ra¨ªz de esta moderna democracia, es supuesto impensable, salvo que cometa el sacrificio (en este caso ser¨ªa en verdad c¨ªvico) de abstenerse de dosis habituales de lo que constituye su medio vital usual, lo que no es f¨¢cil; a un ciudadano cualquiera la campa?a le posee al margen de su voluntad; todos los ciudadanos estamos "en campa?a", participando de ella, a todos nos llega el mensaje elemental diario; de la ma?ana, o de la tarde. Con o¨ªrlo, por otro lado, tendemos a tranquilizar nuestra conciencia: ya tenemos la informaci¨®n, somos sujetos capaces de decidir, al menos nuestro voto o no voto.
El que quiera puede enterarse de m¨¢s. Pero no siempre; la inmensa mayor¨ªa de la gente, ni quiere ni, aun queriendo, puede; aun sin haber prohibici¨®n alguna, y con una actitud de los partidos favorable a la informaci¨®n, no es f¨¢cil para mucha gente acceder a esa informaci¨®n, y, sobre todo, estar en disposici¨®n an¨ªmica de reclamar m¨¢s informaci¨®n. La propia manera en que le llega el mensaje, acabado, n¨ªtido, sencillo en su comprensi¨®n, tiende a dar por resueltas todas las dudas, no a producirlas.
?sta es una aportaci¨®n importante del medio televisivo; esa sensaci¨®n de que uno est¨¢ informado, y de que adem¨¢s est¨¢ bien informado, sin tener que recurrir a otras ayudas, la proporciona la televisi¨®n, aunque lo que llega por ella sea lo m¨¢s elemental que pensarse pueda.
Es, pues, una campa?a de elementalidades; pero el mundo moderno, el de la gesti¨®n p¨²blica moderna no es tan elemental, ni mucho menos. Cualquier problema p¨²blico adquiere complejidad, requiere conocimientos t¨¦cnicos adecuados y no f¨¢ciles (p.ej., el problema de la asistencia sanitaria universal), pero por arte de birlibirloque todo eso se escamotea en aras de la "elecci¨®n de candidato apropiado", por los medios visuales que se supone que van a decidir nuestro voto. Desde luego que no se va a transformar ning¨²n elector en un experto en nada de eso que nos afecta y sobre lo que se nos pide juzgar. Ser¨ªa un mundo terrible. Pero me parece que, para clarificar la complejidad, se toman unos derroteros que hacen del ciudadano un menor que tiene que tomar en las manos el propio destino, el suyo y el de sus familias.
Quiz¨¢ no se puede hacer otra cosa; al fin, lo que prevalece es lo m¨¢s elemental, las im¨¢genes fugaces cazadas al vuelo; y eso es lo que determina el voto, y el no voto. Depende de la habilidad para hacer ruido que ejerza una mayor atracci¨®n en algunos; unos pocos; porque la mayor¨ªa ya tiene decidido lo que va a hacer aunque no haya campa?a; s¨®lo unos cuantos indecisos, para los que se representa todo el circo. Desde el punto de vista del resultado final, lo que se hace en estos ajetreados d¨ªas no es mucho, no es ni siquiera muy costoso. El precio a pagar por el poder, que "bien vale una misa". Visto de otra manera, desde los pocos ciudadanos que en verdad deciden, el costo ya es otra cosa: para inclinar, al final, la voluntad de unos cuantos que parec¨ªan indecisos. Pero el costo mayor es el de los terceros.
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