Aparatosa cogida de Espartaco
Espartaco sufri¨® una cogida aparatosa y tremebunda. Quiz¨¢ lo propio ser¨ªa decir espeluznante. Justo as¨ª: espeluznante, pues puso a todo el mundo los pelos de punta al ver c¨®mo le entrampillaba el toro, c¨®mo le volteaba en las astas, c¨®mo le lanzaba al aire...Sobre todo, c¨®mo ca¨ªa, doblado por el cuello, con tal estr¨¦pito que debi¨® ser milagro que no se lo partiera. C¨®mo, las cuadrillas y las asistencias, tras saltar apresuradas al redondel, lo recog¨ªan pr¨¢cticamente a pu?ados; c¨®mo lo conduc¨ªan, en volandas, o casi medio a rastras, desmadejado, inconsciente, llevando en el rostro un rictus de intenso dolor, y en el camino del callej¨®n iba dejando un rastro de goterones de sangre, desde donde entr¨® hasta la boca de acceso a la enfermer¨ªa.
Ventorrillo / Espartaco, Ponce, El Cordob¨¦s Toros de El Ventorrillo (6?, sobrero, en sustituci¨®n de un inv¨¢lido), impresentables por su falta de trap¨ªo, anovillados, sospechosos de pitones; varios flojos, algunos inv¨¢lidos; algunos, mansos; manejables en general, aunque casi todos sacaron genio
Espartaco: herido al muletear al 1?. Enrique Ponce: mandoble fallido en el suelo y el torero que se va detr¨¢s de la espada cayendo de cabeza y estocada ladeada en el toro (silencio); estocada corta ca¨ªda y rueda de peones (silencio); pinchazo -aviso con dos minutos de retraso- y bajonazo (minoritaria petici¨®n y vuelta). El Cordob¨¦s: pinchazo hondo ladeado y tres descabellos (silencio); estocada corta atravesada (silencio); dos pinchazos y descabello (silencio). Enfermer¨ªa: Espartaco sufre cornada de 10 cent¨ªmetros en un muslo, que afecta al nervio ci¨¢tico; pron¨®stico grave. Plaza de Valencia, 16 de marzo. 7? corrida de Fallas. Lleno.
La gente qued¨® consternada y abatida... Se tem¨ªa lo peor. Menos mal que pronto llegaron testimonios esperanzadores: es s¨®lo un puntazo. ?Y el cuello? No hab¨ªa noticias sobre el cuello. M¨¢s tarde el pron¨®stico ya no era tan favorable: cornada, y grave. ?Y el cuello? El cuello estaba a salvo.
Uno volv¨ªa a creer en los milagros.
El suced¨¢neo de toro le hab¨ªa avisado varias veces a Espartaco. El suced¨¢neo de toro, que abri¨® plaza, no era unos de esos borregos docilones y amodorrados que se reservan las figuras. El suced¨¢neo de toro luc¨ªa estampa de novillo pero sacaba genio y cuando Espartaco le presentaba la pa?osa, o le achuchaba o le tiraba un ga?af¨®n. No le arredr¨® al veterano diestro, que volv¨ªa a la liza con esa entrega que es propia de los toreros aut¨¦nticos. Y al reemprender las tandas de derechazos que ven¨ªan resultando deslavazadas y comprometidas, el toro le arroll¨®, le volte¨® en las astas, le lanz¨® al aire, le derrot¨® de nuevo cuando ca¨ªa de manera espeluznante...
El resto de la corrida trajo similares problemas y carencias. Y no pas¨® nada en ning¨²n sentido. Nadie protest¨® aquella birria de toros (salvo uno, inv¨¢lido absoluto, que volvi¨® al corral), pues Valencia no estaba por los toros sino por los toreros y se hab¨ªa llegado a la plaza con un triunfalismo desbocado que s¨®lo le provocaba aplaudir, gritar ol¨¦s, pedir orejas. No hubo orejas, sin embargo, pues las cinco restantes birrias de toros sacaban un geniecillo impertinente que imped¨ªa a las figuras desarrollar sus m¨ªticas versiones del arte de torear.
Tampoco produjeron cogidas pues ambas figuras -Enrique Ponce y El Cordob¨¦s- mantienen en plenitud sus reflejos y tienen el pie ligero propio de los atletas.
Se brindaron toros. La tarde ven¨ªa propicia a los brindis y a los fastos. Ponce conmemoraba el d¨¦cimo aniversario de su alternativa y al terminar el pase¨ªllo el presidente de la Diputaci¨®n le entreg¨® una placa conmemorativa. El Cordob¨¦s brind¨® su primer toro a Ponce y Ponce dio dos brindis significativos: uno a su abuelo, otro a Ra¨²l, futbolista del Real Madrid. Y este brindis cay¨® fatal. Mientras los anteriores y la placa los celebr¨® el p¨²blico con clamorosas ovaciones, el de Ra¨²l suscit¨® gran pitada. A Ponce le podr¨¢n perdonar en Valencia lo del pico, lo de los toros birrias, lo que quiera, mas no que se le vea el plumero del madridismo. Y, entretanto, Ra¨²l, que ocupaba una barrera, debi¨® quedarse perplejo y parec¨ªa no entender.
El toreo har¨ªa olvidar la afrenta. No es que las faenas de Enrique Ponce fueran la flor de la maravilla pero breg¨®, puj¨®, busc¨® terrenos propicios, sac¨® algunos derechazos estimables y al quinto de la tarde, naturales tambi¨¦n. Vali¨¦ndose del pico dichoso, naturalmente; sin templar demasiado ni reunir nada, aunque poniendo tes¨®n en la tarea.
E, igual que siempre, perdi¨® el sentido de la medida. La presidenta, Amparo Renau, le hizo el favor de enviarle el aviso con retraso pues si lo llega a ordenar a tiempo le manda dos. Mat¨® Ponce de bajonazo, a pesar de lo cual parte del p¨²blico pidi¨® la oreja y la presidenta no la concedi¨®. Es comprensible: no se iba a pasar la tarde haciendo favores.
El Cordob¨¦s parec¨ªa tener a¨²n m¨¢s partidarios que Ponce. Ver para creer. Mont¨® tres faenas desastrosas, que en cualquier plaza del mundo le habr¨ªa supuesto estruendosos fracasos y, sin embargo, en Valencia se las jalearon, se las aclamaron, se las olearon y se las musicaron, seg¨²n sol¨ªan relatar los viejos revisteros ¨¢ulicos.
Claro que a pesar de los fastos conmemorativos, de los aclamados brindis, de los ol¨¦s y de las m¨²sicas, no hubo ni una sola oreja (alguien habr¨¢ sentido la tentaci¨®n de quemarse a lo bonzo por eso) y todas las faenas, excepto una, merecieron la sanci¨®n final del silencio. Algo muy dif¨ªcil de entender, francamente.
De donde cabe concluir que no sucedi¨® nada de especial relieve ni digno de menci¨®n en la tarde, salvo la cogida aparatosa y espeluznante de Espartaco. Y, m¨¢s a¨²n, la noticia de que se hab¨ªa obrado el milagro y ni la cornada ni el tremendo batacazo son irreparables. Unas semanas y ya podr¨¢ estar de nuevo en los ruedos.
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