El herpes lo ten¨ªan los toros
Estaba anunciado Curro Romero y no compareci¨® pues dicen que padece un herpes. A lo mejor no entendimos bien porque el herpes lo ten¨ªan los toros. Las noticias -ya se sabe- si son de segunda mano a veces se tergiversan.Los toros, pobrecillos, estaban de un baldado que no se pod¨ªan aguantar. A poco que caminaran por el redondel ya trastabillaban, daban tumbos, hocicaban, se ca¨ªan de culo o, alternativamente, de cabeza, cuan largos eran.
Claro que en realidad eran poco largos, conviene precisar si de hablar con propiedad se trata. Incluso eran llamativamente cortos, dicho sea en honor de la verdad. Y, sobre cortos, chicos, bajitos, desmedrados, caraculiambros; y adem¨¢s no ten¨ªan media torta.
Daba pena verlos, francamente...
Pena daba ver aquellos novillos que colaron como toros, saltando a la arena para encontrarse con unas enormes, monol¨ªticas, monstruosas acorazadas de picar encaramadas por siniestros individuos tocados de coquet¨®n castore?o dispuestos a meterles ca?a y dejarlos para el arrastre.
No hubieron de esforzarse mucho los individuos del castore?o: los inocentes novillos ya estaban para el arrastre antes de meterles ca?a. Todos menos uno, que hizo segundo en la tarde. Y a ese, que le apeteci¨® mansear, le pegaron cuatro puyazos, m¨¢s uno de propina cuando ya hab¨ªan cambiado el tercio, y no lograron tumbarlo.
Listo que era el toro. Luc¨ªa capa colorada en la variante de las descoloridas, bizca cornamenta, cuerpo regord¨ªo; y en cuanto sent¨ªa en sus lomos v¨ªrgenes la clavaz¨®n del hierro agresor que llaman puya, hu¨ªa de la quema en busca de terrenos acomodaticios donde reinara la paz.
Le correspondi¨® el regord¨ªo colorao descolorido a Morante de la Puebla y en cuanto tuvo la certeza de que hab¨ªa terminado la refriega se comport¨® con mucha decencia. O sea, que tom¨® la muleta sin acritud ni prop¨®sito vengativo alguno.
La muleta de Morante de la Puebla no es cualquier cosa. Un toro pensador (los hay, con mayor clarividencia que muchos humanos), vi¨¦ndose en la obligaci¨®n de embestir, preferir¨ªa tomar la muleta de Morante de la Puebla antes que la de uno de esos pegapases insoportables que tanto abundan.
Morante de la Puebla (es dogma un¨¢nimemente aceptado en el reino animal) desgrana de com¨²n en su muleteo inspiradas recreaciones art¨ªsticas, y sus consecuentes aromas, siempre ajustadas a la cabal interpretaci¨®n de los c¨¢nones de la tauromaquia eterna.
Sin embargo (esto constituy¨® gran sorpresa), Morante de la Puebla no era en Valencia el torero de las artes y las ciencias. Salvo espor¨¢dicos detalles -unas ver¨®nicas de impecable ligadura, dos chicuelinas y media ver¨®nica sutil cargadas de sevillan¨ªa, alguna remota trincherilla- se hab¨ªa transmutado en afanoso pegapases, tan precipitado al rematarlos para irse a otro terreno, tan desmedido, tan reiterativo y tan vulgar como los que militan en esa neotauromaquia ventajista y adocenada.
Similar pegapases fue Morante de la Puebla en el toro enterizo segundo que en el inv¨¢lido quinto. Lo cual no quiere significar que perdiera por ello las orejas. El p¨²blico valenciano -menudo orejismo alienta- estaba deseando d¨¢rselas, dos mejor que una, y las perdi¨® lisa y llanamente por matar mal.
La afici¨®n conspicua, por el contrario, y el toro clarividente con ella, se sintieron defraudados. Todo lo habr¨ªan esperado de Morante de la Puebla, menos la vulgaridad.
Juan Bautista tir¨® de repertorio lo mismo en las suertes de capa que en las de muleta. Desde los faroles y las largas cambiadas de rodillas hasta las floridas gaoneras, con el percal; desde los ayudados y los naturales hasta las manoletinas de pie o de hinojos, con la franela. Y, no obstante, aquellos alardes quedaban minusvalorados por la falta de emoci¨®n. Cuando hay en la plaza un novillo suplantando al toro, y adem¨¢s rueda lastimosamente por la arena, la lidia no s¨®lo carece de inter¨¦s sino que se convierte en una incalificable brutalidad.
Iguales circunstancias acompa?aron a Juan Mora, que ce?¨ªa pinturero el lance del delantal y se esforzaba en embarcar por derechazos y naturales unos pobres animalillos, diminutos, inocentes y tullidos. El que hizo cuarto, a los pocos muletazos se desplom¨® e, incorporado al rato, qued¨® azaroso y desnortado, trastabillando y dando tumbos por el redondel.
Un toro bravo (a¨²n novillo, ni siquiera a?ojo), no es nunca un mu?eco inofensivo, feble, amodorrado, incapaz de caminar sin caer redondo. Salvo casos de herpes patol¨®gico o de drogadicci¨®n fraudulenta y rufianesca.
Babelia
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