Vaya cabras
Soltaron unos espec¨ªmenes putrescentes y la gente comentaba que parec¨ªan cabras. La verdad es que se daban un aire. Es de esperar que las cabras no se enojen por la comparaci¨®n. O, por mejor decir, hablando con propiedad: que no se cabreen.Porque si malo es que a uno le comparen con un toro -no por nada sino por los cuernos- peor es que lo hagan con los espec¨ªmenes aquellos de feble pie, triste figura y mansa condici¨®n. Las cabras, que por el contrario lucen esbeltas y rumian sin meterse con nadie, tienen su corazoncito y no ser¨ªa justo cabrearlas.
Una vez los espec¨ªmenes putrescentes por sobre el despejado arenal que rodeaba un grader¨ªo abarrotado, se hac¨ªan presentes los toreros y fing¨ªan que se pon¨ªan a torear.
Atanasio / Manzanares, Ponce, Uceda Toros de Atanasio Fern¨¢ndez, anovillados, chicos, sospechosos de afeitado e impresentables; inv¨¢lidos y aborregados; 5?, sobrero, en sustituci¨®n de otro inv¨¢lido, terciado, manso, manejable
Jos¨¦ Mari Manzanares: media ladeada y rueda de peones que tira al toro (pitos); cuatro pinchazos y se echa el toro (bronca). Enrique Ponce: pinchazo hondo, rueda de peones, pinchazo, estocada y nueva rueda de peones (ovaci¨®n y salida al tercio); dos pinchazos -aviso con retraso-, dos pinchazos, otro hondo trasero tendido, rueda de peones y descabello (ovaci¨®n y salida al tercio). Uceda Leal: estocada corta perdiendo la muleta y rueda de peones (petici¨®n y vuelta); estocada trasera (silencio). Plaza de Castell¨®n, 1 de abril. 7? corrida de feria. Lleno.
No los tres. De los anunciados, hubo uno, nombrado Manzanares, que por lo menos fue sincero, y ni tore¨® ni lo intent¨®. Un derechazo aqu¨ª para salir corriendo, otro all¨¢, tiento naturales, me hago el ofendido, tomo la toledana y la empu?o mort¨ªfera: en eso consisti¨® la actuaci¨®n del torero nombrado Manzanares.
Claro que los espec¨ªmenes suced¨¢neos de toro no necesitaban tan cruentas formas para morirse: se mor¨ªan solos. Bien al poner pezu?a en el arenal, bien al trotarlo; al verse ante la aterradora acorazada de picar o al sentir en sus lomos la punzada del hierro que bland¨ªa el siniestro individuo del castore?o, iban los suced¨¢neos de toros mal comparados con las cabras y se desplomaban exhalando lastimeros suspiros. Los hubo que se desplomaron en los momentos referidos y a¨²n despu¨¦s con motivo de las escaramuzas banderilleras y de las ¨¦picas faenas de muleta.
Uceda Leal ejecut¨® una de esas ¨¦picas faenas de muleta. No habr¨ªa inconveniente en calificarla de m¨ªtica. Porque la ¨¦pica- m¨ªtica faena de Uceda Leal consisti¨® en moler a derechazos y naturales al pobre borrego tullido que le soltaron en primer lugar.
Destemplanzas
Los exquisitos custodios del Arca (que cela los Mandamientos de la Tauromaquia eterna), denunciar¨ªan numerosas transgresiones al dogma, plantear¨ªan incontables reparos, como la utilizaci¨®n del pico (grave afrenta), las excesivas destemplanzas al reunir, las innecesarias carreras al rematar. Pero qu¨¦ podr¨ªan significar semejantes minucias para un gent¨ªo en fiestas.
Y cobrada la estocada final (con astrosa p¨¦rdida de muleta) pidi¨® la oreja para Uceda Leal, y abronc¨® a la presidencia por no concederla.
Al terminal tetrapl¨¦jico suced¨¢neo que hizo sexto, Uceda Leal no le pudo dar tantos pases pues a poco que le moviera la pa?osa se derrumbaba. Es natural. Y, adem¨¢s, el atestado grader¨ªo aquel unos minutos antes hab¨ªa visto torear. Torear de verdad -conviene precisar. Torear hondo y puro. Sonar¨¢ a milagro y, si se trat¨® de ello, quede constancia de que ocurri¨® en la plaza de toros de Castell¨®n, por obra y gracia de Enrique Ponce.
Enrique Ponce hab¨ªa pegado innumerables pases al impresentable toro tercero tildado de cabra. Pases al estilo del actor, fuera cacho, con el pico, corriendo de un lado a otro. Sus seguidores sostienen que ese es toreo de marca, pero o no saben de qu¨¦ va la vaina o mienten como bellacos.
Una cosa es bullir por el arenal gestando monsergas -que doy un pase, que voy y vengo, que ah¨ª te quedas, que hermafrodita el ¨²ltimo-, y otra muy distinta parar, templar y mandar.
El quinto de la tarde, el m¨¢s chico y putrescente de la granja atanasia, lo devolvieron al corral y lo sustituy¨® un terciado ejemplar, fuertecito, manso de libro, que lleg¨® a la muleta manejable. Manejable no ha de significar forzosamente embestidor.
Mas se encontr¨® con un Ponce en vena, engrandecida su alma de torero, que lo fij¨® en el platillo y le enjaret¨® tres tandas de naturales hondos con las de parar, templar y mandar, lig¨¢ndolos de verdad. Remat¨® con el de pecho, y el p¨²blico, entusiasmado, ya estaba en pie, el toro dominado, la faena hecha.
Sin embargo -qu¨¦ barbaridad, a quien se le ocurrre- emprendi¨® otra, venga los derechazos, que voy y vengo, que hermafrodita el ¨²ltimo. Y el toro, remiso, ya no tomaba ni los naturales ni nada. Y, pasado de faena, tampoco quer¨ªa cuadrar. De donde cambi¨® Ponce la apoteosis por pinchazos varios, un aviso, ovaci¨®n y gracias. Lo cual le pas¨® por su mala cabeza; por confundir el arte con el destajo, el toro con la cabra.
Babelia
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