Cielos sobre Berl¨ªn
El oto?o de Berl¨ªn es lento. Kleist recordaba c¨®mo s¨®lo en Berl¨ªn la sinfon¨ªa de los rojos se precipitaba de pronto, impasible, sobre el mar de brumas grises que anunciaba ya el fr¨ªo. Atr¨¢s quedaban las tardes de amarillos mil, los rojos luminosos y c¨¢rdenos, los tilos y brezos oxidados que desde el Tiergarten a Grunewald guardaban la memoria del tiempo y la irrecuperable presencia de la luz. Una luz que, para Kleist, dibujaba las estaciones y el devenir de las cosas.Recuerdo mi primera visita a Berl¨ªn, un oto?o hace ya treinta a?os. Un viaje en tren, siguiendo el corredor de Braunschweig entre las sombras del siglo. Una ansiedad que hallaba su puerto en los andenes de la Zoo Bahnhof y despu¨¦s en una pensi¨®n de la Fasanenstrasse, como las que frecuentaban los viajeros de los a?os veinte. De aquellos d¨ªas, adem¨¢s de los mapas primeros que siempre guiaron mis ulteriores viajes, quedan algunos recuerdos indelebles: el Moses und Aaron, una obra que podr¨ªa ser considerada como imposible e irrealizable, dirigida por Hermann Scherchen; una Mutter Courage en el Berliner Ensemble con Helene Weigel, Ernst Busch, Wolf Kaiser entre otros; y el primer encuentro con nombres como Nolde y Beckmann, Kirchner y Macke, Dix y Schad, que aparec¨ªan como el rostro de una historia detenida o silenciada por un innombrable destino. Una historia que se hac¨ªa violentamente presente tan pronto atravesabas la Friedrichstrasse, frontera m¨¢s que calle entre dos mundos.
Pasaron los a?os y con ellos la agenda de viajes y residencia se multiplicaron. La memoria de Berl¨ªn est¨¢ hecha de tiempos y distancias, unidas por una fiel necesidad de reencuentros, como este ¨²ltimo de noviembre. Hab¨ªan pasado diez a?os de aquel hist¨®rico 9 de noviembre de 1989 cuando las fronteras que divid¨ªan la ciudad saltaron por los aires, dando paso a unos y a otros, reconoci¨¦ndose en la fiesta que s¨®lo la libertad posibilita. Aquello fue s¨®lo el inicio. Los tiempos se precipitaron y nadie pod¨ªa imaginar que la historia del siglo XX iba a tener un desenlace tan acelerado y definitivo. Berl¨ªn se convertir¨¢ en el meridiano del proceso; por ¨¦l pasar¨¢n las decisiones, las estrategias. Y tras la unificaci¨®n de las dos Alemanias volver¨¢ a ser la capital de la Rep¨²blica, clausurando as¨ª cuarenta largos a?os de extra?a divisi¨®n.
Esta tarde de noviembre se cumplen diez a?os de aquellos acontecimientos. Hay muchas formas de recordarlos. Una, entre otras, podr¨ªa ser asomarse a la ciudad desde la terraza de la Info Box de la Potsdamer Platz. El bosque de gr¨²as ha ido desapareciendo, dando lugar a los nuevos edificios, ordenados bajo el proyecto global de Renzo Piano. Pero no es lo que m¨¢s me atrae, por fascinante que resulte la idea de inventar y construir un Berl¨ªn nuevo y moderno. Porque moderno era tambi¨¦n el Berl¨ªn de los a?os veinte, aquellos a?os en los que la ciudad se hab¨ªa convertido, tras la Gran Guerra, en el centro de la cultura europea, de los experimentos pol¨ªticos, y, en definitiva, de las grandes apuestas pol¨ªticas, est¨¦ticas, culturales. Ahora, como si se tratase de una imagen superpuesta, viene a la memoria, dibuj¨¢ndose sobre el cielo de gr¨²as y nuevos edificios, aquella otra imagen de la Potsdamer Platz, verdadero carrefour de la ciudad, cruce de tranv¨ªas y paseantes, de tr¨¢fico inmenso, detenido apenas en los caf¨¦s y cabar¨¦s que Kirchner pintara, una especie de p¨²blico fl?neur a la caza del instante en una d¨¦cada que hab¨ªa acelerado su tempo. Quiz¨¢ extraviados por los soportales de la plaza pudi¨¦ramos todav¨ªa ver a los Franz Biberkopf de Alfred D?blin, al joven Brecht con el cigarro en los labios y la cazadora de cuero o a Mr. Norris de Christopher Isherwood en zapatillas de color lavanda. Eran, entre otros, los sujetos de una ¨¦poca que hab¨ªa inventado una forma expresionista de vivir y pensar, y que ante el desastre de la Gran Guerra derivaban hacia la b¨²squeda de una sociedad distinta, ajena a las estructuras heredadas de la unificaci¨®n bismarckiana. A?os de incertidumbres acumuladas y de generosos experimentos. La Berl¨ªn de los a?os veinte fue el verdadero laboratorio de una nueva cultura. Y si, por una parte, en una de las taquillas de la Zoo Bahnhof permaneci¨® colgado a?os seguidos, cuenta Walter Benjamin, el letrero de "No hay billetes para el tren de Mosc¨²" -tal era la curiosidad y entusiasmo que hab¨ªa despertado la Revoluci¨®n de Octubre-; por otra, el proyecto de una nueva Rep¨²blica pasaba a ser el proyecto m¨¢s urgente con el que hacer frente al futuro pol¨ªtico. A nadie escapa hoy que la Rep¨²blica de Weimar constituye el punto de encuentro y desencuentro de todas las contradicciones de la cultura alemana, y escribir su historia equivale a proponer una interpretaci¨®n de la historia del Estado-naci¨®n alem¨¢n, interpretaci¨®n no tan intempestiva ahora cuando la reunificaci¨®n es un hecho. Un amplio debate historiogr¨¢fico ha insistido en la reconstrucci¨®n de una historia, que de alguna forma podr¨ªa iluminar la historia reciente, pero ¨¦ste no es ahora nuestro inter¨¦s. Lo que s¨ª resulta central es la tensi¨®n que recorre por igual pol¨ªtica y arte, experimento y proyecto a lo largo de aquella d¨¦cada. Son los a?os de La monta?a m¨¢gica, de Thomas Mann, y de Metr¨®polis, de Fritz Lang, de la ?pera de cuatro peniques, de Brecht, del teatro pol¨ªtico de Piscator y de las puestas en escena de Pirandello por Max Reinhardt; como tambi¨¦n la del estreno del Wozzeck de Alban Berg en la Staatsoper bajo la direcci¨®n de Erich Kleiber, o el final del segundo acto del Moses und Aaron. Y sin contar el entusiasmo de los amigos de Gropius, atentos a redefinir la cultura del proyecto, ll¨¢mese ciudad o f¨¢brica, casa o mesa. Son a?os de contradicciones profundas, en la frontera de lo deseado y pensado y lo imposible. Ah¨ª est¨¢n las grandes caricaturas de Otto Dix y George Grosz, las memorias de Benn o la poes¨ªa de Tucholsky. Tras ellas se descubre la mueca ir¨®nica de quien sabe que la historia puede repetirse y que los fantasmas que la anuncian ya andan libres.
De aquella historia que un d¨ªa recorr¨ªa los aleda?os de la Potsdamer Platz s¨®lo quedaba un inmenso erial. Todo hab¨ªa quedado destruido, sobreviviendo apenas las ruinas de la ciudad m¨¢s vital de Europa. Cuando se habla del nuevo Berl¨ªn con el entusiasmo ingenuo de quien ama las novedades, se olvida precisamente este aspecto dram¨¢tico de su historia. Si algo fascina de Berl¨ªn es ver aqu¨ª y all¨¢, una y otra vez, las heridas de su historia. Ninguna ciudad como Berl¨ªn tiene esta competencia a la hora de mostrar qu¨¦ fue el siglo XX, una historia cruzada de proyectos y fracasos, de sue?os y b¨²squedas. Y posiblemente sea esta terraza de la Info Box de la Potsdamer Platz el lugar privilegiado para asomarse a la historia de Berl¨ªn, que por tantas razones es tambi¨¦n historia de Europa.
La bruma de la tarde de noviembre vuelve a abrazar las sombras de la ciudad, sin distinguir ahora viejos restos y arquitecturas nuevas. Los tonos rojos del oto?o de Kleist se han desvanecido y una h¨²meda l¨ªnea recorre el horizonte. Son los cielos de Berl¨ªn que dijera Wim Wenders. Esta tarde, sin ¨¢ngeles que los cuiden, y como si se tratase de un desaf¨ªo a cualquier memoria hist¨®rica, s¨®lo se perciben, como poderosos t¨®temes de la ciudad, dos c¨²pulas: la del Reichstag y la de la Alte Synagoge. La luz fr¨ªa de la primera recrea en la distancia el aura de una historia reconstruida. La segunda, con sus formas orientales y sus oros bizantinos, aproxima y hace presente una memoria por tantas razones dolorosa. Pero juntas constituyen esta tarde los lugares simb¨®licos en los que el tiempo se detiene. As¨ª ha sido la historia. La poderosa c¨²pula de Foster, construida sobre el que fue el primer Parlamento alem¨¢n, quiere hacer evidente un nuevo poder. La Alte Synagoge contiene las voces de errancias imposibles. Desde ninguna otra ciudad se oye y siente el Este europeo como desde Berl¨ªn, y no s¨®lo por la relaci¨®n con el shtetl oriental, del que hablara Canetti, sino tambi¨¦n por la vecindad de lo eslavo y de su imaginario cultural. Si sobre algo se puede pensar Berl¨ªn como centro de Europa es justamente sobre la base de esta equidistancia. La misma lejan¨ªa media entre Mosc¨² y Berl¨ªn, que entre Berl¨ªn y Lisboa. Una distancia que puede reconocerse s¨®lo si se sabe que las fronteras se han construido sobre la base de victorias y derrotas.
Quiz¨¢ sea ¨¦sta la dificultad mayor para ser hoy berlin¨¦s y posiblemente tambi¨¦n alem¨¢n. ?Qu¨¦ hacer con la memoria? ?Restaurarla o huir de ella? ?Cancelar un pasado o neutralizarlo al paso que se vislumbra un nuevo horizonte? No es f¨¢cil resolver esta situaci¨®n. Al final de Duell Traktor Fatzer, dirigida por Heiner M¨¹ller en el Berliner Ensemble, uno de los actores confiesa: "Ahora que ya no es posible la Revoluci¨®n ya no hay vencedores ni vencidos, todos somos vencidos". De lo que se trata, cuando de la historia se habla, ya no es de fijar el l¨ªmite de los errores, sino la fuerza de las esperanzas y ¨¦stas hab¨ªan fracasado. ?Qu¨¦ hacer entonces con la memoria? En noviembre de 1989, Heiner M¨¹ller trabajaba como un poseso en su inmenso proyecto sobre Hamlet (Hamlet/Maschine). Le invade una especie de bloqueo, descrito en su poema Mommsens Block. En ¨¦l cuenta c¨®mo el historiador Mommsen no consigue terminar el tomo cuarto de su Historia de Roma, quem¨¢ndosele la casa con todos los manuscritos. El incendio de la casa de Mommsen hac¨ªa imposible la narraci¨®n de la historia de Roma, como otros incendios volv¨ªan a dificultar el relato de una historia m¨¢s reciente.
Si esta historia no puede ser contada, tampoco puede ser borrada. Recientemente, G¨¹nter Grass anotaba que una buena parte de la literatura que ¨¦l pod¨ªa escribir surg¨ªa de las p¨¦rdidas y quiz¨¢ tambi¨¦n de las ausencias. Ser¨ªa como contar aquel tiempo que ya no es, desde la sombra o la huella de su desaparici¨®n. Una escritura, literatura o filosof¨ªa, lejana de explicaciones innecesarias y atenta al rumor secreto del tiempo. ?No ser¨¢ esta situaci¨®n el lugar en el que se muestre la nueva mirada? No hace mucho, Wolf Lepenies recordaba, citando a Fran?ois Furet, que los alemanes, despu¨¦s de los rusos, eran el segundo gran pueblo europeo incapaz de dar sentido a su siglo XX y por lo tanto a toda su historia. Una dificultad que ya Walter Benjamin hab¨ªa anotado en su Diario de Mosc¨² a prop¨®sito de los derroteros de la Revoluci¨®n. Pero quiz¨¢ ahora haya llegado el tiempo de pensar y construir una historia que abrace los extremos de Europa y los re¨²na. Sobre las paredes en ruinas del Tacheles berlin¨¦s alguien ha escrito Wo ist captain Nemo? (?D¨®nde est¨¢ el capit¨¢n Nemo?). Y en el film de Wenders, el ¨¢ngel que observa la ciudad desde la c¨²spide rota de la Ged?chtniskirche, cuando desciende hasta las calles de la ciudad es s¨®lo para decir un fraterno Guten Morgen!
Francisco Jarauta es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa de la Universidad de Murcia.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.