El c¨¢liz de Mar
La inauguraci¨®n oficiosa de esta semana pasional difiri¨® mucho del ceremonial protocolario que rodea los pregones de la estaci¨®n de penitencia que engulle estos d¨ªas a los ciudadanos, creyentes o no. Ocurri¨® en Bormujos. Pregonaba Mar Flores. Escuchaban, sol¨ªcitos, tambores de detergente que lavan m¨¢s blanco la ropa sucia, la misma que inunda ese g¨¦nero revisteril en el que la modelo se mueve con destreza. Las hileras de cartones de leche desnatada reforzada con calcio mantuvieron prietas las filas ante tama?a madrina y las latas de tomate frito, apiladas como un castillo humano, lograron perpetuar su precario equilibrio mientras olisquearon un mar de fragancias caras. Se ignora si Mar habl¨®; habla m¨¢s bien poco si no hay razones de peso para ello. Pero, de alguna manera, inaugur¨® de forma extraoficial la estaci¨®n de pasi¨®n al estampar su firma, una tras otra, en todas las botellas de vino -en algunos sitios, como las iglesias, el recipiente del vino se denomina c¨¢liz- que le alargaron los primeros compradores del supermercado de Bormujos, donde, pese a quien pese, arranc¨® el camino hacia el calvario.
La que vive de lleno el misterio de gozo es la actriz sevillana Ana Fern¨¢ndez despu¨¦s de encarnar a una mar¨ªamagdalena actual en la pel¨ªcula Solas. Acaba de presentar en Sevilla su nuevo largometraje, S¨¦ qui¨¦n eres, dirigido por la debutante Patricia Ferreira, y, a la vista de sus declaraciones, parece la ant¨ªtesis de Flores teniendo casi las mismas razones para ir por la vida como ella, o sea, inaugurando supermercados y firmando c¨¢lices. Fern¨¢ndez, con ese sentido de la mesura que proporciona haber anunciado en televisi¨®n anticiclones en el Estrecho y borrascas en Levante, que van y vienen a su aire sin que su regulaci¨®n quepa en una orden ministerial o un decreto-ley, dice, sobre la fama, que "ni es tan maravillosa cuando viene ni hoy me voy a hundir en la miseria si se va".
Igual que los anticiclones, que ni siempre son maravillosos, ni provocan depresiones cuando viajan hacia otra parte. Igual que Manuel Pimentel, que no pareci¨® vivir una etapa final maravillosa como ministro de Trabajo y Asuntos Sociales, ni parece excesivamente hundido ahora que el anticicl¨®n pol¨ªtico huye hacia el Este. Pimentel ha optado por guarecerse de los chaparrones borrascosos bajo el paraguas privado y olvidar, cuanto antes, su semana de crucifixi¨®n.
TEREIXA CONSTENLA
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