Un desfile prescindible JOSEP RAMONEDA
Todos los gremios tienen su fiesta. Los militares, tambi¨¦n. La llaman D¨ªa de las Fuerzas Armadas. Y el evento central de la celebraci¨®n es un desfile de uniformados con el correspondiente material b¨¦lico. Este a?o le ha tocado a Barcelona. Y se ha desencadenado un debate pol¨ªtico.Es bueno que se debata libremente sobre los h¨¢bitos y costumbres de un ej¨¦rcito que hace s¨®lo cuatro d¨ªas era el poder f¨¢ctico al que hab¨ªa que tratar con sumo cuidado para que la transici¨®n no se fuera el traste. Es decir, era todav¨ªa un tab¨² despu¨¦s de haber sido el soporte principal de la dictadura durante 40 a?os. Resulta curioso, sin embargo, que se haya producido una mutaci¨®n de gran envergadura en las Fuerzas Armadas como es el fin del servicio militar obligatorio y, por tanto, el paso de un ej¨¦rcito de reemplazo a un ej¨¦rcito de profesionales, sin el menor debate en profundidad, casi de tapadillo, y en cambio se monte un l¨ªo por un simple desfile militar. Qui¨¦n iba a decir, cuando la derecha utilizaba la amenaza del ej¨¦rcito para condicionar las negociaciones de la transici¨®n, que ser¨ªa la misma derecha la que acabar¨ªa nada menos que con el servicio militar, soporte de tanto discurso patriotero. Ciertamente, la liquidaci¨®n del servicio militar iba en plena sinton¨ªa con los signos de los tiempos y, por tanto, no hac¨ªan falta muchas explicaciones. Pero la desmemoria se cultiva tambi¨¦n por inhibici¨®n. Y hubiese sido razonable recordar lo que la mili represent¨® para poderse congratular con mayor motivo de que se acabe. Sin embargo, lo que ha provocado ruido es un simple desfile, que se hace cada a?o en alg¨²n lugar de Espa?a. En realidad es un retrato de la situaci¨®n pol¨ªtica catalana: se busca llamar la atenci¨®n en cuestiones simb¨®licas de menor importancia para disimular las impotencias en temas mayores.
Dice Piqu¨¦, en una de sus ¨²ltimas comparecencias como portavoz del Gobierno, que el desfile es para Barcelona "un honor y un orgullo". El alcalde Clos apela al seny para defender la normalizaci¨®n de las relaciones de Catalu?a con el ej¨¦rcito. IU habla de "anacronismo". Y CiU y Esquerra presentan iniciativas parlamentarias en contra del acto. No es dif¨ªcil estar de acuerdo con quienes piensan que sacar el armamento a pasear y los soldados con uniforme a marcar el paso es un anacronismo. En un siglo tan cruel como ¨¦ste las paradas, aun siendo de ej¨¦rcitos supuestamente democr¨¢ticos, producen grima. Afortunadamente el ej¨¦rcito espa?ol, en los ¨²ltimos a?os, se ha distinguido por participar en misiones de paz m¨¢s que en actos de guerra. Que dure. Pero hay que ir desmitificando a los ej¨¦rcitos y quitarles esa aura de pieza vertebral de la naci¨®n con la que algunos todav¨ªa se llenan la boca. La normalidad es que el ej¨¦rcito cada vez se asemeje m¨¢s a cualquier otra instituci¨®n del Estado, que da un servicio -la defensa- del que todav¨ªa no se puede prescindir. Un desfile denota todav¨ªa una concepci¨®n excesiva de la funci¨®n del ej¨¦rcito. Una idea en muchos sentidos obsoleta que junta patria, defensa y naci¨®n en una sola voz, cuando las Fuerzas Armadas dependen en buena parte de la OTAN y de las instituciones europeas.
Esta obsolescencia simb¨®lica que es manifiesta en una Europa que habla en t¨¦rminos de defensa conjunta es especialmente rotunda en Espa?a. Los defensores de la parada militar ponen inmediatamente el ejemplo de Francia. Cada pa¨ªs tiene la historia que tiene y Espa?a, a diferencia de Francia, no ha conseguido todav¨ªa construir el olvido -la mentira o el error- que, seg¨²n Ernest Renan, es "un factor esencial de la creaci¨®n de una naci¨®n". La parte del ej¨¦rcito espa?ol que se sublev¨® contra la legalidad republicana y gan¨® la guerra civil someti¨® al pa¨ªs a un largu¨ªsimo r¨¦gimen dictatorial. Podemos aceptar que hoy el ej¨¦rcito cumple los requisitos exigibles en democracia y que ya no es el que era. Aunque nunca se le ha visto una simple palabra de disculpa, de distanciamiento o de autocr¨ªtica respecto del franquismo. Pero, con este pasado, dif¨ªcilmente puede tener el car¨¢cter de s¨ªmbolo unificador que deber¨ªa hacer que los barceloneses sintieran, como Piqu¨¦, "orgullo y honor". De momento, no ha aparecido todav¨ªa quien sea capaz de conseguir el olvido completo del pasado para construir un neonacionalismo triunfante. Hay intentos. Est¨¢n a la vista.
Si la apelaci¨®n al orgullo suena a otra cultura pol¨ªtica, tambi¨¦n es a?eja la cr¨ªtica que se concentra en el hecho de que el desfile sea en Barcelona, capital de Catalu?a. La parada militar, s¨ªmbolo de una idea del poder que va decayendo, es tan prescindible en Catalu?a como en cualquier otro sitio de Espa?a. No tiene, en este sentido, Catalu?a algo muy distinto que ofrecer. Creer que s¨®lo en Catalu?a el ej¨¦rcito sigue sinti¨¦ndose como algo ajeno me parece una pretensi¨®n que s¨®lo confirmar¨ªa un mejor trabajo de la desmemoria que en el resto de Espa?a.
El otro argumento es la cultura de la paz. En un mapamundi lleno de conflictos, vestidos casi siempre con ropajes ¨¦tnicos y religiosos. La cultura de la paz pasa por la defensa de la libertad. Porque de lo contrario caemos en estos vaporosos y c¨ªnicos discursos de los predicadores del bien -el papado, la secretar¨ªa general de la ONU y la Unesco han hecho del papel de almas bellas una especializaci¨®n profesional- que se llenan la boca con la palabra paz pero, a la hora de la verdad, se paralizan porque, para decirlo con el sarcasmo de Maquiavelo, les sabe mal hablar mal del mal. Sin embargo, un desfile militar tiene algo de cultura de la fuerza por s¨ª misma, de obscena exhibici¨®n del instrumental de muerte, cuando el recurso a las armas debe ser siempre la ¨²ltima y extrema opci¨®n.
El PP, que suprimi¨® la mili, podr¨ªa completar su ciclo milagroso suprimiendo las paradas militares del D¨ªa de las Fuerzas Armadas. Por razones simb¨®licas, pero tambi¨¦n por razones de gusto democr¨¢tico. La est¨¦tica tambi¨¦n cuenta.
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