El vendedor de El Corte Ingl¨¦s no me quiere
Mi amigo, el profesor F¨¦lix Ovejero Lucas, public¨® en este peri¨®dico el 20 de marzo un art¨ªculo titulado La ortop¨¦dica amabilidad del mercado, en el que denuncia la "ficci¨®n" de quienes son atentos cuando en realidad est¨¢n obligados a serlo por el control de sus jefes; Ovejero ha descubierto que en el mercado los vendedores deben ser simp¨¢ticos porque los clientes pueden marcharse a comprar a otro lugar, con lo cual el trabajador pierde su empleo y el empresario quiebra. Por fin podemos despertar del equ¨ªvoco sue?o liberal. Y es que yo estaba convencido de que cuando un empleado de El Corte Ingl¨¦s me sonre¨ªa es que me quer¨ªa de verdad, como mi pap¨¢ y mi mam¨¢.Tras una tesis tan poco promisoria, el profesor Ovejero deriva extra?as consecuencias. Seg¨²n ¨¦l, la afabilidad condicionada de los oferentes demuestra que el capitalismo est¨¢ lejos "de la sociedad abierta, una sociedad en donde la vida discurre sin interferencias arbitrarias". Ovejero ataca dos mitos. El primero es la autoridad ciega del mercado que funciona "sin que nadie se ocupe de vigilar su funcionamiento".
El mercado no es la anarqu¨ªa; es verdad que opera sin un planificador, aunque sometido a la justicia, que s¨ª tiene y debe tener los ojos vendados; en ese marco de reglas los ciudadanos negocian y contratan y aceptan toda suerte de interferencias, jerarqu¨ªas y ¨®rdenes, nada arbitrarias. El ejemplo de Ovejero es tan antiguo como que es de Marx, que en El Capital subray¨® la aparente paradoja de que en el mercado no hay organizaci¨®n expl¨ªcita, pero dentro de las empresas siempre la hay. Sin embargo, esta organizaci¨®n de personas libres est¨¢ lejos de ser el Big Brother orwelliano, met¨¢fora mal utilizada por Ovejero en estas circunstancias, porque se refiere al totalitarismo pol¨ªtico, un asunto ¨¦ste, el de la pol¨ªtica, ausente en su an¨¢lisis. Volver¨¦ sobre ello.
El segundo mito contra el que se bate es la econom¨ªa moral del mercado: "El capitalismo no requiere de la existencia de valores morales". La hostilidad entre la libertad econ¨®mica y la moral es una vieja patra?a; tanto la teor¨ªa como la pr¨¢ctica ratifican que no hay mercados sin justicia, y no hay justicia sin criterios morales. As¨ª, sostener como Ovejero: "En Rusia no es que falte mercado, es que hay demasiado", revela evidentemente una confusi¨®n.
Argumenta el autor: "El mercado erosiona los cimientos normativos y emocionales que necesita para funcionar". Al contrario, la competencia fomenta no s¨®lo la eficiencia y el bienestar, sino tambi¨¦n virtudes ¨¦ticas, algunas cruciales, como la responsabilidad y el cumplimiento de los contratos y de la palabra dada, y otras agradables, como el trato cordial entre los transactores. El que esas virtudes nos convengan a todos no aniquila su m¨¦rito.
Termina F¨¦lix Ovejero su art¨ªculo con el habitual tono paternalista de los recelosos de la libertad, sin poder evitar una "cierta compasi¨®n por la persona que finge". Un momento. Si los ciudadanos no eligen libremente en el odioso mercado, ?qu¨¦ hacen? Pues entran en un mundo cuya consideraci¨®n omite el articulista: la pol¨ªtica.
?No es gratuito cari?o el del vendedor de El Corte Ingl¨¦s? Vale, pero nunca nadie ha pretendido lo contrario. Ahora bien, ?c¨®mo es el trato que reciben los ciudadanos en las Administraciones P¨²blicas, es acaso m¨¢s eficiente, m¨¢s libre y m¨¢s educado y c¨¢lido?
En el sector p¨²blico no son menester las sonrisas. Ni el profesor Ovejero ni yo mismo debemos ser encantadores con nuestros alumnos; es m¨¢s, ni siquiera debemos ser buenos profesores. Si lo somos es por otros incentivos, extra?os al intervencionismo burocr¨¢tico y funcionarial, y m¨¢s pr¨®ximos a la libre competencia. En el mercado esos incentivos son claros, porque la eficacia, la honradez y la cortes¨ªa se premian. En el Estado, no tanto.
En suma, si quien despacha me sonr¨ªe no es porque me ame, sino porque su actitud promueve un fin que puede beneficiar a ambos, que as¨ª es el comercio. No veo por qu¨¦ eso es condenable como ficticio y en cambio las burocracias y los poderes p¨²blicos, que en vez de persuadir al comprador libre se imponen al s¨²bdito obligado, han de ser saludados como el paradigma del afecto sincero.
Si la cordialidad de los vendedores es interesada, cabr¨ªa identificarla con la de los pol¨ªticos, pero ser¨ªa un error, porque ¨¦stos ofrecen risue?os a cambio de nuestro voto unos bienes s¨®lo conseguibles mediante la coacci¨®n sobre el dinero de los dem¨¢s. Ninguna tienda puede hacer nada parecido. De ah¨ª que los comerciantes sean m¨¢s veraces y menos letales que los pol¨ªticos.
Por cierto, y hablando de amables ortopedias, del mercado y del Estado, si el cliente no queda satisfecho con lo que libremente ha comprado en El Corte Ingl¨¦s y otras empresas a esos trabajadores presuntamente enga?osos, va y le devuelven el dinero. Que F¨¦lix Ovejero pruebe alg¨²n d¨ªa a hacer lo mismo con las Administraciones P¨²blicas.
Carlos Rodr¨ªguez Braun es catedr¨¢tico de Historia del Pensamiento Econ¨®mico en la Universidad Complutense.
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