Jardineros airados JOAN B. CULLA I CLAR?
Hace exactamente 100 a?os, en 1900, la agricultura y la ganader¨ªa ocupaban en Catalu?a al 52,9% de la poblaci¨®n activa. Tres d¨¦cadas despu¨¦s, en 1930, el porcentaje hab¨ªa descendido hasta el 26,6, aunque en el ¨ªnterin la productividad aument¨® en un 110%. Ya en pleno franquismo, pero antes del desarrollo, el sector primario absorb¨ªa a¨²n en 1960 al 19% de los catalanes activos. Seg¨²n los ¨²ltimos datos de que dispongo, en 1996 los activos agr¨ªcolas eran s¨®lo el 3,5% del total, una cifra que hoy ya debe de ser inferior. Si, reducido a guarismos, el descenso -del 53% al 3% en una centuria- resulta espectacular, su dimensi¨®n de cambio social, de mentalidades, de formas de vida, constituye una de las mayores y m¨¢s silenciosas revoluciones que este pa¨ªs haya conocido en su historia contempor¨¢nea.Los ¨²ltimos cap¨ªtulos de esa revoluci¨®n, sin embargo, se han vuelto ruidosos. Comprensiblemente inquietos ante una din¨¢mica que parece condenarlos a la cuasi extinci¨®n, los agricultores catalanes -y en particular su organizaci¨®n m¨¢s representativa, Uni¨® de Pagesos- nos han acostumbrado a formas de movilizaci¨®n y de protesta contundentes, muy rudas, a veces un poco bestias, que si fuesen usadas por otros colectivos merecer¨ªan una repulsa general, pero que en ellos nos parecen casi normales: meter un par de vacas en un despacho oficial, apedrear el helic¨®ptero del presidente de la Generalitat, rociar con insecticida unas dependencias p¨²blicas y, sobre todo, cortar con barreras de fuego las carreteras, preferentemente en fechas sensibles para la movilidad viaria, como las de comienzo y final de las recientes vacaciones pascuales. El mensaje dirigido a la Administraci¨®n es siempre inequ¨ªvoco: o atend¨¦is nuestras justas demandas, o la liamos. Pero, puesto que las autoridades competentes suelen estar m¨¢s o menos protegidas y, a menudo, residen lejos -Bruselas, Madrid...-, la forma de presi¨®n habitual consiste en fastidiar masiva e indiscriminadamente a la ciudadan¨ªa que se tiene m¨¢s a mano. Y es ah¨ª donde me parece observar en la lucha de nuestros payeses un grave error t¨¢ctico.
La agricultura representa hoy una parte muy peque?a de la actividad econ¨®mica global de Catalu?a, a la que en 1994 aport¨® s¨®lo el 1,5% del producto interior bruto. De este modo, la funci¨®n estrictamente productiva del agricultor es cada vez menos importante en comparaci¨®n con su papel estrat¨¦gico con vistas al mantenimiento del equilibrio territorial, a la protecci¨®n del medio ambiente, al hallazgo de nuevas f¨®rmulas de desarrollo rural. Pero, en uno u otro papel, los urbanitas no son sus enemigos, sino, bien al contrario, sus m¨¢s poderosos aliados.
En plena mundializaci¨®n de la econom¨ªa agraria, cuando la m¨¢s modesta tienda de la esquina te ofrece nueces de California, kiwis de Nueva Zelanda, bananas de Centroam¨¦rica o tomates de Marruecos, que consumamos de preferencia productos aut¨®ctonos es una cuesti¨®n de calidad y de buena comercializaci¨®n, claro est¨¢, pero exige tambi¨¦n cierto grado de complicidad, de simpat¨ªa del consumidor hacia el productor, su esfuerzo y su funci¨®n extraecon¨®mica. Y bien, ?creen los responsables de Uni¨® de Pagesos que sus acciones reivindicativas de los pasados Jueves Santo y Lunes de Pascua han acrecentado mucho el caudal de complicidades que pose¨ªan entre el resto de la poblaci¨®n catalana? S¨ª, la gente soport¨® los cortes de carretera con resignaci¨®n y estoico civismo; pero, si un d¨ªa tiene que escoger entre unas avellanas tostadas procedentes de Turqu¨ªa y otras del pa¨ªs, algo m¨¢s caras, ?comprar¨¢ las segundas en recuerdo de las horas que perdi¨® viendo humear neum¨¢ticos o adelantando su retorno para tratar de esquivar a los payeses airados?
Seg¨²n apuntaba m¨¢s arriba, resulta creciente e imparable el papel del agricultor catal¨¢n como gestor del espacio rural, si se quiere como jardinero a cargo de las zonas verdes dentro de la Catalu?a-ciudad del siglo XXI. Se trata de un proceso de terciarizaci¨®n de lo rural que tiene en los millones de urbanitas ansiosos por reencontrar la naturaleza siquiera durante un fin de semana su gallina de los huevos de oro; de un fen¨®meno que se presta a toda clase de sarcasmos, pero que est¨¢ permitiendo a miles de familias mejorar la renta agraria estricta organizando o apoyando la pr¨¢ctica de deportes de aventura, explotando el agroturismo, atendiendo las segundas residencias de los de Can Fanga, etc¨¦tera. Seguramente, el futuro de muchos agricultores pasa por ah¨ª, m¨¢s que por una pol¨ªtica de subvenciones perpetuas a cultivos no rentables. Raz¨®n de m¨¢s para no ver a la poblaci¨®n urbana como simple carne de ca?¨®n reivindicativa, a la que se quiere sensibilizar a base de hacerle la pu?eta.
En fin, deseo de coraz¨®n que los payeses catalanes, los de la fruta seca y los dem¨¢s, vean satisfechas todas sus peticiones actuales y futuras. Pero me gustar¨ªa que imitasen en lo posible la habilidad t¨¢ctica de sus colegas de la Confederaci¨®n Campesina francesa, encabezados por Jos¨¦ Bov¨¦. Ellos han generado vastos apoyos y popularidad medi¨¢tica, han movilizado la nostalgia de los franceses urbanos por el terroir con su cruzada contra la comida basura norteamericana y en defensa de la diversidad alimentaria y gastron¨®mica. Un poco chovinista, quiz¨¢, pero bastante m¨¢s sutil que quemar neum¨¢ticos.
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