25 a?os esperando el mar
El desierto del S¨¢hara tiene tantos matices de color y luminosidad como inmensa es la esperanza del pueblo saharaui por volver a su tierra, ocupada por la corona alau¨ª desde que en 1975 Espa?a abandonara su colonia. Desde entonces, los campamentos de refugiados en Tinduf (Argelia), se levantan sobre sonrisas de ni?os y manos de mujeres, que dan apariencia de normalidad a la miseria de vivir en condiciones extremas.La vida en los cuatro campamentos o wilayas, bautizados con los nombres de las ciudades ocupadas de El Aai¨²n, Auserd, Smara y Dajla, s¨®lo es posible bajo la fuerte convicci¨®n de que, alg¨²n d¨ªa, toda la ayuda humanitaria que hoy ofrecen espa?oles, italianos, franceses y escandinavos tendr¨¢ su reflejo en los gobiernos occidentales, a los que los saharauis reclaman un reconocimiento oficial de su existencia y que intercedan por su destino.
La desmoralizaci¨®n y la apat¨ªa de vivir eternamente a la espera, se hace un hueco ya entre la fortaleza de este pueblo. Alcaldes como Ahmed Alyen, de la daira (departamento) de Hausa, en la wilaya de Smara, coloca la "inestabilidad psicol¨®gica" como tercer problema en la vida de los campamentos, tras los vaivenes de la ayuda internacional y la vivienda. La inactividad mina el ¨¢nimo de cualquiera, y para superar el decaimiento nada mejor que organizar m¨ªtines y charlas "para animar a la gente", como explica Emjeitira Chej, presidenta del barrio n¨²mero 1 de Hausa, encargada de organizar la existencia de 2.200 saharauis.
Los retrasos en el refer¨¦ndum de autodeterminaci¨®n, suspendido en tres ocasiones desde 1992, pretenden acabar con lo ¨²nico que les queda, la esperanza. "Algo que puede llegar a agotarnos", comenta Chej.
Las horas lentas sobre el suelo cubierto de alfombras de las jaimas, se vieron alteradas la pasada semana con la visita de cientos de personas procedentes de varios pa¨ªses europeos, y la celebraci¨®n del Festival Internacional de M¨²sica S¨¢hara en el coraz¨®n, con la participaci¨®n de grupos saharauis, argelinos y espa?oles, entre otros.
La mayor¨ªa de los desplazados a los campamentos eran espa?oles, entre los que se contaban cerca de 250 valencianos que viajaron al inh¨®spito desierto para visitar a los que denominan sus "hijos saharauis", que verano tras verano pasan sus vacaciones en la pen¨ªnsula.
La hospitalidad de los anfitriones es inmensa, y contrasta frontalmente con la clandestinidad a la que los europeos someten a todos los que llegan del Sur. Con una dignidad encomiable agradecen la ayuda con un "gracias por visitarnos en estas condiciones".
La Rep¨²blica ?rabe Saharaui Democr¨¢tica, RASD, da suma importancia a la educaci¨®n, y los cientos de ni?os acuden puntualmente a las escuelas fabricadas con ladrillos de adobe. Los estudios universitarios requieren, en cambio, desplazarse hasta Cuba o Libia, parad¨®jicamente los ¨²nicos pa¨ªses que sufragan matr¨ªcula y manutenci¨®n de los j¨®venes saharauis, que superan estudios superiores que en la mayor¨ªa de los casos s¨®lo ser¨¢n aplicables cuando regresen a sus ricas tierras salpicadas de minas de fosfatos y caladeros de pesca abundante.
En el exilio obligado de la arena tambi¨¦n suceden milagros. Uno de ellos es el centro para disminuidos ps¨ªquicos que Buyema Fateh, un saharaui apodado Castro, ha construido en el desierto para educar a los que antes estaban condenados a permanecer atados en la jaima y ocultos a ojos extra?os. "Todo es posible", es el lema de Castro, que ense?a a los deficientes a valerse por s¨ª mismos en un medio en el que impera la supervivencia.
El grupo de valencianos, como el resto, comparti¨® con ellos miseria, rabia y esperanza. La mayor¨ªa hizo votos por volver. "La pr¨®xima vez que nos veamos ser¨¢ junto al mar, en mi casa", se despidieron ellos.
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