Los derechazos dan tos
Pegaba derechazos Enrique Ponce y en la plaza no se o¨ªa m¨¢s que toser. Algo pasa. Los espa?oles tosemos mucho ¨²ltimamente y la Organizaci¨®n Mundial de la Salud (OMS para los amigos) le echa la culpa al tabaco, mientras otros sabios lo atribuyen al ozono. Sin embargo los ataques de tos, por lo menos en la Maestranza s¨®lo se o¨ªan cuando Enrique Ponce pegaba derechazos y, ocasionalmente, cuando los peg¨® Rivera Ord¨®?ez en su primera intervenci¨®n.Dias atr¨¢s, lo habitual era o¨ªr ol¨¦s cuando pegaban derechazos ambos artistas mas en la ocasi¨®n presente al p¨²blico de la Maestranza los derechazos no le inspiraban ol¨¦s y le entraba la tos.
Salieron unos toros que padec¨ªan invalidez, y en cuanto los pon¨ªan debajo de la acorazada de picar deven¨ªan modorros. Los dos que le correspondieron a Enrique Ponce ten¨ªan especialmente acusadas estas dolencias, ya es casualidad. Los dos del lote de Enrique Ponce comparecieron tropezando y dando tumbos, cual si se hubiesen pegado un chute; y uno volvi¨® al corral, el otro no.
Jandilla / Ponce, Pedrito, Rivera Toros de Jandilla (dos devueltos por inv¨¢lidos), discretos de presencia, inv¨¢lidos, moruchos y modorros; 5? y 6?, que derrib¨®, embistieron nobles
Sobreros: 1?, del mismo hierro; 3?, de Jos¨¦ Ortega, terciado, aborregado. Enrique Ponce: pinchazo y estocada trasera (silencio); dos pinchazos, otro hondo, rueda insistente de peones y seis descabellos (silencio). Pedrito de Portugal: pinchazo, media y rueda de peones (silencio); estocada ladeada saliendo volteado (oreja con escasa petici¨®n y algunas protestas). Rivera Ord¨®?ez: estocada muy trasera ca¨ªda, rueda de peones y descabello (silencio); estocada trasera muy baja (aplausos). Enfermer¨ªa: asistido Pedrito de Portugal de varetazo en un muslo y fisura en un dedo de un pie. Plaza de la Maestranza, 3 de mayo. 11? corrida de feria. Lleno.
El sobrero que sustituy¨® al devuelto parec¨ªa su calco y tambi¨¦n se desplomaba exang¨¹e. El no devuelto hocic¨® al tomar el primer capotazo y volte¨® sobre los pitones componiendo una airosa voltereta, lo que le vali¨® ser proclamado el rey del circo.
Ponce sac¨® a relucir su perfil voluntarioso, se situ¨® porfi¨®n delante de semejantes espec¨ªmenes, los moli¨® a derechazos, incrust¨® algunos naturales de similar corte, y la gente se puso a toser.
Rivera Ord¨®?ez, en su turno,agrav¨® la situaci¨®n. En vez de torear, duplic¨® y aun triplic¨® la cantidad de derechazos que perpetrara Enrique Ponce, y los m¨ªticos silencios de la Maestranza se convirtieron en un desafinado concierto de toses y ronquidos.
Toses, ronquidos y, con ellos, los timbrazos de los tel¨¦fonos m¨®viles, que molestan a ciertos espectadores y, no obstante, tienen una funci¨®n social de primer orden pues permiten desentenderse de lo que sucede en el ruedo y liberan frustraciones. Un m¨®vil en la oreja inmuniza de los derechazos y sus secuelas.
Entrambos coletudos derechacistas intervino Pedrito de Portugal y alegr¨® las pajaritas de la afici¨®n con su buen estilo capotero, con su decisi¨®n muletera, con sus intentos de torear al natural. No es que le salieran como dios manda, ya que le menudeaban los enganchones; mas alguna vez la misericordia divina le premiar¨¢ dot¨¢ndole del don del temple.
Al quinto toro, que salud¨® tir¨¢ndole dos emocionantes largas cambiadas, le sac¨® Pedrito una tanda de naturales ce?ida, honda y ligada, y de haberla repetido,ahora se estar¨ªa hablando -al hilo de la la moda- de su gloriosa resurrecci¨®n. En cambio las series que sucedieron, y las que alternativamente ejecut¨® por la derecha, resultaban afeadas con los inevitables enganchones. Del volapi¨¦ sali¨® volteado Pedrito, y el sobresalto del percance provoc¨® en una minor¨ªa de espectadores la petici¨®n de oreja, que el presidente se apresur¨® a conceder.
La oreja anim¨® mucho y los mismos espectadores jalearon la paliza de arteros derechazos que Rivera Ord¨®?ez peg¨® de consuno al sexto toro y a la indefensa afici¨®n. Este joven parece como si el derechazo lo hubiese aprendido en jueves. Y ya no se oyeron m¨¢s toses. Pero, a cambio, nos dej¨® de los nervios. Y no se sabe qu¨¦ es peor.
Babelia
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