Guitarra, palmas y un buen pulm¨®n
La feria de Sevilla, como no pod¨ªa ser menos, tambi¨¦n tiene su virus: las sevillanas rocieras, una plaga que se ha colado en todas las casetas y que amenaza el sue?o de los puristas. A Agust¨ªn Rodr¨ªguez no le gusta que los d¨ªas de abril m¨¢s se?ala¨ªtos suenen al Roc¨ªo. Pero es que, al paso que vamos, la feria de Sevilla va a acabar siendo en junio, y no es de extra?ar que la gente se haga un l¨ªo con las fiestas de volantes. En la caseta de Rodr¨ªguez, que tambi¨¦n lo es de la francesa Paule Daudoy y de otros ocho socios, se resisten a las modernidades con esp¨ªritu numantino. All¨ª se come y se bebe como en las dem¨¢s; las mujeres van con sus vestidos de flamenca, como en otras casetas; y se canta y se baila, pero, ojo, sin "m¨²sica mec¨¢nica". No es la ¨²nica caseta, pero para contar las que siguen sin aparatos de m¨²sica bastan los dedos de una mano.
En Gitanillo de Triana, 44, cuando a alguien le pica el gusanillo se arranca a cantar, y al que le peta, lo acompa?a al baile. Tambi¨¦n hay quien rasguea la guitarra. Pero, como los buenos artistas, lo hacen cuando les asalta el duende o los vinillos. "Son muy puntillosos, no se les puede pedir que canten o toquen la guitarra, lo hacen cuando les apetece".
Y claro, con la edad, uno lleva peor eso de estar actuando los siete d¨ªas de feria. Agust¨ªn Rodr¨ªguez dice que a esa tradici¨®n que ellos siguen, porque les ha gustado siempre hacer la feria a capella, no le queda ni cuarto y mitad para extinguirse. Llegan los hijos y los nietos y se aburren sin sevillanas de disco y sin alegr¨ªa de altavoces a raudales. "La juventud se aburre como una ostra", dice Agust¨ªn.
A la francesa Paule tambi¨¦n le gusta el arte sin apoyo mec¨¢nico y, a pesar de su origen, disfruta la feria m¨¢s que nadie porque tiene "sangre miura". Su abuela llev¨® esos apellidos y ella ha heredado la juerga sevillana. Pero Paule no se arranca con un cantecito porque "tendr¨ªan que abrir todos los paraguas" y por este a?o, ya est¨¢ bien de lluvia sobre los toldos del Real.
El sonido musical aut¨¦ntico se escucha en esta caseta de repente, sin prepararlo, salta como un espont¨¢neo en un rinconcito y se propaga hasta la trastienda, "o se queda en ese rinconcito". No se puede cambiar el disco a petici¨®n del consumidor, hay que coger lo que venga. Ellos se autoabastecen como pueden entre el sonido ensordecedor que escupe el Real.
"Si entra alguien con unos buenos ojos, pues yo le canto", dice Agust¨ªn. Lentito y con sentimiento, para que se pueda mirar y tocar el arte, deleit¨¢ndose en cada letra, en cada cuerda de guitarra. "No me mires/ que miran que nos miramos/ y en el mirar conocen que nos amamos", tararea este socio para poner un ejemplo obligado de su cantar espont¨¢neo.
Estos caseteros a?oran tiempos antiguos, de menos artificio y tradiciones sin contaminar. Sus hijos ya no piensan lo mismo: ellos han nacido en la era de los virus.
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