El triunfo de Maupassant PEDRO ZARRALUKI
S¨¢bado por la ma?ana. A una hora a¨²n temprana, las colas para entrar en la estaci¨®n de Francia son impresionantes. Pienso en la crisis del c¨®mic y me viene a la memoria la historia de aquel millonario que, tras una mala noche jugando a la ruleta, se suicid¨® porque s¨®lo le quedaba una cantidad de dinero que a cualquiera de nosotros nos habr¨ªa mantenido de por vida. Pienso tambi¨¦n en la breve nota que Ch¨¦jov dej¨® entre sus papeles: "Un hombre, en Montecarlo, va al casino, gana un mill¨®n, vuelve a su casa, se suicida". Deduzco que es mejor no comparar unas crisis con otras.Entro en el sal¨®n por entre los topes hidr¨¢ulicos situados al final de unas v¨ªas que ya no existen. Mezcladas con la multitud hay personas disfrazadas en las que dif¨ªcilmente se reconocen personajes de ficci¨®n. Por si eso fuera poco, en el puesto de Planeta se exhibe un muchacho a modo de Son Goku con una peluca que parece una radicalizaci¨®n del flequillo enhiesto de Cameron D¨ªaz en Algo pasa con Mary, y una especie de Barbarella que masca chicle de una forma inquieta y convulsa.
Deambulo por entre los puestos. En el de una librer¨ªa, entre otros c¨®mics de segunda mano, descubro los cuentos de mi admirad¨ªsimo Maupassant dibujados por Dino Battaglia. Como hay varios ejemplares de la obra, dejo para m¨¢s tarde quedarme con uno de ellos. La megafon¨ªa advierte de que diversos autores se disponen a firmar sus libros. Me dispongo a espiarlos un rato.
Los escritores tenemos un truco cuando nos llega el momento fatal de dar la cara en las sesiones de firmas. Consiste en hacer dedicatorias muy largas para as¨ª fomentar la cola que demuestra nuestro enorme ¨¦xito. Pues bien, los dibujantes no necesitan ese truco, porque todos est¨¢n rodeados por una bandada de admiradores. Adem¨¢s, ellos no escriben sino que dibujan, lo que a?ade a su dedicatoria el inter¨¦s y la morosidad de la obra ¨²nica. En el puesto de El V¨ªbora, Quim Bou bebe cerveza, se desentumece los dedos y da forma a una mano que sostiene un rev¨®lver. En el de Ediciones B, Ricardo y Nacho repiten hasta la saciedad su inmortal Goomer. Al de Norma resulta casi imposible acercarse: hay siete autores firmando a la vez. Alcanzo a ver a Luis Royo, que ha dibujado una mujer bell¨ªsima en el ejemplar de un lector feliz.
Las impresionantes colas de la entrada han convertido el Sal¨®n del C¨®mic en un lugar intransitable. Ha llegado el momento de retirarse, pero antes voy a por mis cuentos maupassantianos. Ante mi asombro, han volado del lugar donde estaban: los han vendido. Suelto una retah¨ªla de maldiciones, pero abandono la estaci¨®n de Francia satisfecho de que, por esos misterios de la vida, el gran autor franc¨¦s haya cosechado un peque?o triunfo gracias al c¨®mic.
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