Miradas y razones
Tal como le recuerdo, aunque inquieto, Jaime reposaba la mirada lo suficiente sobre la gente como para verla. Sol¨ªa ser cuidadoso en los detalles y sensible a las personas, y eso se trasluc¨ªa en su manera de hablar, que era la de hablar razonando. Su discurso segu¨ªa una l¨ªnea quebrada que, a cada momento, parec¨ªa girar para introducir un apunte o hacer un comentario con los que, casi siempre, no hac¨ªa sino anticipar una objeci¨®n y darle respuesta. Su forma de razonar era la de un razonar dialogando, repleto de aparentes interpolaciones que eran parte de la estructura dram¨¢tica del di¨¢logo. Y porque dialogaba era su actitud la de quien, defendiendo con firmeza sus puntos de vista, no s¨®lo se atiene a razones sino que est¨¢ a la espera de las del contrario y dispuesto a dejar el tema abierto, y la conclusi¨®n, pendiente.En los lugares de encuentro donde le frecuent¨¦ m¨¢s le ve¨ªa primero argumentar y, luego, remar contra corriente, sin ceder al sentimiento dominante pero sin dejar, tampoco, de tenerlo en cuenta, de modo que nunca acababa yo de saber si ¨¦l esperaba convencer o si, suavizando el enfrentamiento, leal y amistoso pero a veces distante, lo que buscaba era llegar a la otra orilla y ver pasar el r¨ªo de una sinraz¨®n quiz¨¢ recuperable, quiz¨¢ irrecuperable, pero de la que tampoco hab¨ªa que hacer una tragedia.
Un hombre as¨ª era un hombre de paz, o al menos de tregua. Si hab¨ªa batalla, se daba, y con tenacidad, pero s¨®lo hasta el punto necesario, y sin ahondar la herida. Nada que ver con la ofuscaci¨®n de las gentes atemorizadas. Nada, con el ah¨ªnco de temperamentos m¨¢s fogosos, o simplemente cainitas. Pol¨ªtico y jurista, parec¨ªa como si, atento a ganar sus debates y sus pleitos, pensara, sin embargo, que la pol¨ªtica y las leyes eran m¨¢s para resolver los conflictos que para enconarlos. Quiz¨¢ porque le alentara un sentimiento de la vida como algo demasiado importante como para dejarla irse y, envuelto en ruido e ira, o distra¨ªdo, ni siquiera despedirse de ella.
De personas as¨ª, no cabe decir que sean frecuentes. Y al irse, aparte de dejar un hueco emocional, m¨¢s o menos profundo seg¨²n el afecto que a cada cual le toca, nos hacen el don de un recuerdo que es una incitaci¨®n a mirar en torno nuestro, contrastar lo que queda con lo que se ha ido y tratar de retener algo de ¨¦ste, si no modificando el mundo al menos vi¨¦ndolo con ojos distintos.
Descuidamos a las personas, en parte por prisas, en parte por un error de juicio. Quiz¨¢ los tiempos modernos nos han dejado con el reflejo adquirido de responder a los est¨ªmulos con un movimiento uniformemente acelerado. Las prisas de hoy son la multiplicaci¨®n de las de ayer. Que el e-mail y la navegaci¨®n por Internet nos hagan ahora vivir en vilo, como si la vida pendiera de no perder la ¨²ltima informaci¨®n, cotizaci¨®n o sondeo de opini¨®n, no hace sino poner de relieve, bajo formas extremas y los ropajes del "futur¨ªsimo", una propensi¨®n a devorar el instante presente, que se combina a veces con una inclinaci¨®n, favorecida por la concentraci¨®n del poder pol¨ªtico y econ¨®mico de los tiempos modernos, a esperar del signo de favor del poderoso poco menos que la salvaci¨®n del alma.
Evidentemente, hacen falta dosis severas de obcecaci¨®n para llegar a este punto. El hecho es que ese vivir desvivi¨¦ndose con tanto af¨¢n hace a las gente descuidadas de "los detalles" (los gestos, las personas, los argumentos...) y proclives a un razonamiento espasm¨®dico. Y as¨ª puede suceder que, d¨¦biles los eslabones de su discurso e indecisa su sintaxis, las gentes hipertrofien la fase dogm¨¢tica de su pensamiento, se enreden en esencialismos y debates verbales y reiteren una y otra vez sus ideas fijas... que arrojen a sus adversarios. Esta rigidez argumentativa aqueja sobre todo a los m¨¢s apresurados, que, por una iron¨ªa de la situaci¨®n, suelen ser las ¨¦lites, mientras que al com¨²n de los mortales la necesidad de atenerse a cosas concretas y pr¨®ximas les facilita el recurso al sentido com¨²n.
Jaime, comprendiendo a las primeras, estuvo siempre muy cerca de los segundos, y, como su mirada atend¨ªa a los gestos y las personas, as¨ª su razonamiento procuraba adaptarse a la verdad de cada una de las cosas. Con tiento y con paciencia, prestaba su consejo amistoso y lo dejaba abierto, probablemente confiando parte en su valor y parte en su coincidencia con la direcci¨®n del viento. Como si sospechara que si las cosas se consiguen, y la amistad es una de las m¨¢s importantes, no es tanto por el m¨¦rito o la b¨²squeda cuanto porque la vida nos hace tropezar con ellas.
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