Realidad
Cre¨ªa que viv¨ªa en Madrid, pero, afortunadamente, ayer la realidad vino a superar esa ficci¨®n en la que yo viv¨ªa. Naturalmente, la realidad lleg¨® en forma de peri¨®dico, que es la forma de la realidad. Y la realidad, el peri¨®dico, es incontestable. La ficci¨®n, sin embargo, tiene forma de libro, de CD o de cabeza con alas de chorlito. Por eso es contestable. Como yo soy un tanto libresca o tengo la cabeza a p¨¢jaros, he sido personaje de mi propia ficci¨®n creyendo que viv¨ªa en Madrid. Hasta ayer, cuando al hojear el diario La Vanguardia en la edici¨®n que supon¨ªa correspond¨ªa a mi ciudad encontr¨¦ en sus p¨¢ginas centrales la secci¨®n 'Vivir en Barcelona'. Lejos de sumirme en la confusi¨®n o en el desasosiego, este descubrimiento (que los descre¨ªdos llamar¨ªan error del distribuidor o del repartidor de prensa) me puso los pies en la tierra, aunque no se tratara de esa tierra prometida durante tanto tiempo por mi enga?osa y falsamente madrile?a imaginaci¨®n.No sab¨¦is qu¨¦ alivio. En apenas un momento, el bolet¨ªn de la realidad me demostraba que la ciudad en la que vivo no es ¨¦sa en la que han asesinado a un joven estudiante cuya falta conocida m¨¢s grave era bailar salsa con la familia; ni ¨¦sa en la que un solo alba?il, cuya falta conocida m¨¢s grave era su precaria salud y su afici¨®n a lo del objeto esf¨¦rico que rueda por un c¨¦sped, ha sido asesinado a golpes por varios saludables; que no hay en la ciudad en la que vivo ning¨²n barrio que se llame Lavapi¨¦s, ni existe vertedero humano alguno de nombre La Rosilla; que no vivo en la ciudad (la ciudad esa que est¨¢ en obras todo el rato) en la que el alcalde es capaz de plantearse la modificaci¨®n del Plan de Urbanismo para que no tiren una parroquia ilegal, pero que ni se le pas¨® por la cabeza hace bien poco para que no destruyeran La Pagoda de Fisac; que no vivo en la ciudad en la que se subvenciona la ense?anza infantil en colegios privados en los que no se acoge, aunque sea requisito imprescindible, a gitanos, inmigrantes o miembros de sectores desfavorecidos (todos los relacionados son ni?os, a pesar del apartado en el que se inscriben). Menos mal que no vivo en la ciudad en la que a partir de determinada hora proh¨ªben permanecer en locales privados abiertos al p¨²blico; que no vivo en la ciudad en la que la Comunidad tutela a 15 personas por sus problemas con las drogas de dise?o y no se ocupa de los miles de alcoh¨®licos que maltratan a sus hijos. Qu¨¦ profundo alivio me ha proporcionado la realidad de ese peri¨®dico que ha desmentido aquella ficci¨®n por la que yo viv¨ªa en una ciudad que retoma este s¨¢bado la reiterada tortura de los animales bajo el sangriento cartel de la Feria de San Isidro.
Desde que vivo en Barcelona me he quitado todos esos pesos de encima, sobre todo porque me enter¨¦ a trav¨¦s de mi nueva secci¨®n local de que los barceloneses quieren (queremos...) que los inmigrantes tengan en su ciudad plenos derechos civiles, que era lo que rezaba (?lo que rogaba?) el titular que encabezaba dos largas p¨¢ginas de profusa informaci¨®n al respecto. Como ya dije que soy fantasiosa y muy despistada (lo que explica que durante tant¨ªsimo tiempo viviera en la ficci¨®n de vivir en Madrid), s¨¦ que me queda mucho por ver en esta nueva realidad de ciudadana barcelonesa que ayer me ratific¨® el peri¨®dico, y me imagino que seguramente ir¨¦ descubriendo muchas cosas que no me gusten de mi nueva ciudad, pero es significativo que el primer d¨ªa que vivo en Barcelona me tranquilicen con cifras que aseguran que el 80% de los barceloneses est¨¢ de acuerdo en que "los inmigrantes puedan votar", que el 85% crea que los extranjeros deben gozar de los mismos derechos y deberes que el resto de los ciudadanos y que (?aqu¨ª ya me sent¨ª verdaderamente orgullosa de mi ciudad!) el 95% est¨¦ de acuerdo en que los extranjeros disfruten de la sanidad p¨²blica, el 94% sea partidario de que los inmigrantes tengan acceso a los servicios sociales y el 91% quiera que tambi¨¦n puedan cobrar el paro.
Que conste que ni se me hab¨ªa pasado por la cabeza de chorlito cambiar de ciudad, ha sido imperativo del peri¨®dico, de la realidad. En ¨²ltima instancia, no he hecho sino creer a pies juntillas las palabras que el profesor Emilio Lled¨® pronunci¨® en la entrega de los Premios Ortega y Gasset: "El periodista es el desmitificador de las apariencias, el m¨¢s inmediato lector de lo que pasa en la calle".
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