La droga m¨¢s dura JAVIER CERCAS
La noticia salt¨® hace unos d¨ªas a la primera p¨¢gina de los peri¨®dicos: la Generalitat va a permitir que parte de nuestros bachilleres llegue a la Universidad sin haber le¨ªdo ni una sola obra literaria. En todos los medios de comunicaci¨®n se levantaron de inmediato voces de esc¨¢ndalo que lamentaban la medida y ponderaban el valor educativo de la literatura. Sin embargo, en un art¨ªculo espl¨¦ndido, Quim Monz¨®, siempre aguafiestas, felicitaba a los responsables de la Generalitat por su valent¨ªa, pero se quejaba de que se hubiesen quedado cortos. "Para m¨ª", escribe Monz¨® en La Vanguardia, "la soluci¨®n es, tras ese primer paso de no exigirles literatura, dar un segundo (eliminarla de los planes de estudios) y rematarlo con un tercero: prohibirla". Monz¨® no es el primero en pedir la ilegalizaci¨®n de la literatura; tampoco ser¨¢ el ¨²ltimo: me dicen que Josep M. Fonalleras acaba de hacer lo mismo en El Peri¨®dico. Omito los argumentos de Monz¨® y de Fonalleras, que juzgo inapelables; como a su modo las l¨ªneas que siguen quieren ser mi humilde contribuci¨®n a la causa de la prohibici¨®n, paso sin m¨¢s a exponer los m¨ªos.Para empezar, recordemos lo obvio: quienes exaltan los valores educativos de la literatura se equivocan; la expresi¨®n literatura educativa contiene un ox¨ªmoron, esa figura ret¨®rica que consiste en a?adirle a un nombre un ep¨ªteto que lo contradice o parece contradecirlo: si la literatura es educativa, entonces no es literatura. O dicho con m¨¢s claridad: la verdadera literatura no sirve absolutamente para nada. En un art¨ªculo espl¨¦ndido (como suyo), C¨¦sar Aira observaba hace poco que los best sellers son de extraordinaria utilidad, pues permiten detectar una de las diferencias esenciales entre la verdadera literatura y lo que no lo es: mientras que los best sellers suelen ense?ar cosas, la verdadera literatura no suele ense?ar nada, salvo la propia literatura. En efecto: si uno lee -digamos- El nombre de la rosa, lo m¨¢s probable es que aprenda algunas cosas de la cultura de la Edad Media, y con un poco de suerte hasta su algo de lat¨ªn; pero si uno lee -digamos- La metamorfosis, ya puede darse cabezadas contra el libro que no va aprender nada de nada, salvo la majarada de que cualquier d¨ªa de estos puede despertar convertido en un monstruoso insecto. En suma: la literatura es una aut¨¦ntica p¨¦rdida de tiempo. Pudiendo dedicarse a hacer cosas de provecho, es de todo punto rid¨ªculo que nuestros estudiantes lean C¨®mo me hice monja, de C¨¦sar Aira, cuyo autor, narrador y protagonista es el propio C¨¦sar Aira, y es desde luego una verg¨¹enza que en ciertos institutos que yo me s¨¦ se recomiende La magnitud de la trag¨¨dia, donde el tal Monz¨® consigue que un trompetista guarro se pase 184 p¨¢ginas (?184!) empalmado, por no mencionar el peligro de que cualquier d¨ªa de estos a alg¨²n descerebrado se le ocurra hacerles leer a los chavales N¨°ria, un cuento buen¨ªsimo (buen¨ªsimo pero peligros¨ªsimo) de Fonalleras, que a lo mejor les da ideas, porque trata de un chiflado que monta en la noria como quien juega a la ruleta rusa. ?Y qu¨¦ decir de los autores? Porque a ciertas edades se empieza leyendo lo que escriben y se acaba convirti¨¦ndolos en h¨¦roes. ?Y ser¨ªa responsable permitir que ese hatajo de degenerados se convierta en el modelo de nuestros hijos? Juzguen ustedes. Kafka: un incapacitado total para la vida con un edipazo de pron¨®stico reservado que adem¨¢s ten¨ªa la desverg¨¹enza de re¨ªrse cada dos por tres de s¨ª mismo. Aira: una solterona acad¨¦mica. Monz¨®: un gamberro sin paliativos. Fonalleras..., bueno, por hoy a Fonalleras le perdono, que despu¨¦s de todo acaba de tener su cuarto hijo.
Pero no teman: no soy un nihilista, por decirlo con una palabra distinguida. He dicho que a mi juicio la verdadera literatura no sirve absolutamente para nada; no es exacto. Sirve para dos cosas: para vivir m¨¢s (o m¨¢s intensamente) y para ser un hombre libre. Aclarado esto, coincidir¨¢n conmigo en que se trata de las dos cosas m¨¢s peligrosas que existen: ?se imaginan una sociedad en que a la gente le diera por empe?arse en dejar de llevar una vida de esclavo y en pasarlo bomba, en vez de respetar las reglas y cumplir las normas que nosostros le hemos convencido de que tiene que cumplir, pero que no pasar¨ªa absolutamente nada si no cumpliera? S¨®lo de pensarlo me dan escalofr¨ªos. "Un p¨¦simo negocio, se?or", escribi¨® en Lavengro, en 1851, George Borrow. "La literatura es una droga". Pero Borrow tambi¨¦n se equivocaba. Por dif¨ªcil que resulte hacerlo, debemos afrontar la verdad; la literatura no es una droga: es la droga m¨¢s dura. Hace muchos a?os el chalado de Don Quijote y la golfa de la Bovary nos lo ense?aron para siempre: si no se hubiesen pasado las noches de claro en claro y los d¨ªas de turbio en turbio leyendo tonter¨ªas, Don Quijote no se hubiera tirado 1.068 p¨¢ginas (?1.068!) haciendo el ganso y hubiese sido siempre Alonso Quijano el Bueno, mientras que Emma Bovary no hubiera sido un pend¨®n con la cabeza a p¨¢jaros, sino una madre de familia ejemplar. Porque la enfermedad de estos dos infelices es en el fondo la misma: ella no consiste, como suele decirse, en que tanto uno como otra sean incapaces de percibir la realidad con exactitud, en que confundan sus sue?os con la vida objetiva, sino en que los dos intentan realizar estos sue?os. Por eso el Quijote y Madame Bovary, como toda la literatura verdadera, son antes que nada una incitaci¨®n a la aventura m¨¢s peligrosa: la de fabricarnos una vida a la medida de nuestros deseos. Por eso hay que prohibirla cuanto antes: comparada con el efecto que produce consumirla, una pastilla de LSD hace aproximadamente el mismo efecto que una Pepsi. Y si no, d¨ªganmelo a m¨ª, que hace unos a?os estuve a punto de no sobrevivir a una sobredosis masiva de Proust y que, por culpa de haberme inyectado en vena a Borges cuando ten¨ªa 15 a?os, me qued¨¦ como estoy, y ya ni siquiera F¨¦lix de Az¨²a es capaz de curarme.
Este art¨ªculo hubiera debido terminar aqu¨ª, pero por desgracia no ha sido posible. Acabo de bajar a comprar el peri¨®dico y me encuentro con que la Generalitat rectifica: los bachilleres catalanes volver¨¢n a leer literatura. ?Qu¨¦ error, qu¨¦ inmenso error! Comprendo que nuestros gobernantes est¨¦n sometidos a presiones fort¨ªsimas por parte de gentes bienintencionadas pero sin juicio. Sin embargo, el deber de un pol¨ªtico es velar por el bien com¨²n, no satisfacer las pretensiones de cuatro indocumentados. Se?ores de la Generalitat: les pedimos que resistan. Y si ya no est¨¢n a tiempo, rectifiquen la rectificaci¨®n. A¨²n es posible volver al buen camino. Los ciudadanos de orden se lo agradeceremos. Y si no por nosotros, h¨¢ganlo al menos por nuestros hijos. Ellos no tienen ninguna culpa.
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