Un camino sin N¨²?ez
Dos d¨¦cadas largas en el trono no han sido suficientes para que Josep Llu¨ªs N¨²?ez, tan eficaz durante a?os, haya aprendido dos cap¨ªtulos primordiales. Primero, que todo personaje p¨²blico est¨¢ expuesto a una silbatina. Faltar¨ªa m¨¢s. Y segundo: el cruyffismo, por encima de su autor, supuso un estilo, una puesta en escena que cal¨® en las entra?as del Camp Nou y gran parte de la geograf¨ªa nacional e internacional. La afici¨®n azulgrana hab¨ªa encontr¨® el faro a seguir. Por una vez, en un club tradicionalmente copado por los personalismos, la hinchada se inclin¨® por una filosof¨ªa innegociable, sin que importara tanto como anta?o que se alinearan Cruyff, Maradona, Schuster o Ronaldo, o llevaran el bast¨®n de mando N¨²?ez, Gaspart o Casaus. Pero N¨²?ez nunca ha querido entender el mensaje. Su aire divino le ha llevado a sospechar de manos negras al frente de las pancartas discrepantes, compl¨®s medi¨¢ticos y otras triqui?uelas fantasmales. No ha sabido interpretar que la misma grada que durante a?os ha aprobado ampliamente su gesti¨®n, no est¨¢ dispuesta a dejarse guiar por qui¨¦n se ha empecinado en apartarse del camino abierto en la d¨¦cada de los noventa: el cruyffismo. Con o sin Cruyff; con o sin N¨²?ez. Desterrado Cruyff, N¨²?ez, lejos de asumir con orgullo su indudable cuota de ¨¦xito en los tiempos del dream-team, quiso aniquilar toda huella y dar paso al nu?ismo. Mera cuesti¨®n de celos, impropia de un buen gestor, como en tantas ocasiones ¨¦l mismo hab¨ªa demostrado. Porque con el respaldo de N¨²?ez, Cruyff traz¨® un equipo ganador, capaz incluso de despertar m¨¢s pasiones por su juego cautivador que por sus t¨ªtulos. Con N¨²?ez al frente de la nave, Cruyff acab¨® con la tendencia victimista de la entidad. Y bajo la supervisi¨®n de N¨²?ez, Cruyff alumbr¨® una cantera fant¨¢stica.
Como todo tiene fin, los malos resultados acabaron con el t¨¦cnico. Un proceso tan viejo como el f¨²tbol, que devora sin miramientos cuando se rebela la pelota. La hinchada azulgrana asumi¨® como l¨®gica la destituci¨®n; pero N¨²?ez ensuci¨® la situaci¨®n al ni siquiera permitir que el holand¨¦s se despidiera. El presidente no supo distanciarse del verbo un tanto provocador de Cruyff, y se enred¨® en una cruzada personal contra el t¨¦cnico que termin¨® por condicionar sus decisiones. Como dejar la transici¨®n en manos de un t¨¦cnico sumiso y bonach¨®n (Robson). Un farol a la espera de Van Gaal, una carta con la que N¨²?ez quer¨ªa demostrar que la ¨²nica clave del ¨¦xito estaba en su despacho, no en una conjunci¨®n acertada entre el palco, la pizarra, el vestuario y la grada. Procedente del Ajax, Van Gaal daba el pego. Y, adem¨¢s, puso algunos t¨ªtulos en las vitrinas. Pero ni siquiera as¨ª se ha conciliado con la gente, que demanda la vuelta al camino que emprendieron juntos N¨²?ez y Cruyff. Una senda en la que primen los canteranos, el equipo comunique con la grada y el p¨²blico se sienta part¨ªcipe de la sociedad, no sometido al dedo del presidente y a la libreta cuadriculada de un t¨¦cnico de espaldas al entorno.
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